SEIS MILLONES DE MUERTES
LINDA PENTZ GUNTER
Fuentes: El salto [Imagen:
Soldados de las Fuerzas Armadas realizando patrulla en el Congo, 2015. Fuente:
Beyond Nuclear International LINDA PENTZ GUNTER]
Nunca se va el dolor de haber perdido familiares en los campos de exterminio nazis. Seis personas de mi familia fallecieron de esta manera, otros cuatro acabaron ejecutados en los guetos polacos y en Forli. Murieron antes de nacer yo, pero tenemos sus fotografías y en vez de ver sus rostros nos parece que vemos su dolor, crónico.
Pero, ¿de qué sirve el luto perpetuo si no se aprende ninguna lección? La más importante es que no puede repetirse ningún Holocausto más. Y, sin embargo, sigue sucediendo. Ante el silencio del mundo. Nadie habla de los seis millones de cadáveres en el subsuelo de la República Democrática del Congo (RDC), también rica en minerales. Permanecen invisibles, sin llorar, más allá de las fronteras de su país.
“El Holocausto del
Congo sigue en pie ante la complicidad de la comunidad internacional”, me dijo
Rodrigue Muganwa Lubulu en un email. “Se viola a mujeres y niñas a diario, hay
decenas de muertos todos los días”. Es el director de programa de CRISPAL
Afrique y lo conocí en una charla por Zoom de ICAN Alemania en 2020.
La tragedia de la
RDC, el segundo país más grande de África, comenzó con el descubrimiento del
depósito de uranio de Shinkolobwe de 1915, el mayor hasta la fecha. Su expolio
comenzó en 1921 y se mantuvo hasta su cierre en 2004. “Ha supuesto una condena
para la comunidad desposeída alrededor de la mina”, en palabras de Lubulu,
“porque no solo les han obligado a abandonar sus tierras, hogares y terrenos
por culpa de la minería de uranio, sino que también obligaron a los hombres a
cavar material radioactivo sin ningún equipo protector”.
Los mismos cánceres
y enfermedades que mataron a aquellos trabajadores del uranio siguen
atormentando a sus descendientes a día de hoy, dice Lubulu, aunque la mina se
haya cerrado.
“El Holocausto del
Congo sigue en pie ante la complicidad de la comunidad internacional”, me dijo
Rodrigue Muganwa Lubulu en un email. “Se viola a mujeres y niñas a diario, hay
decenas de muertos todos los días”.
Bélgica colonizó la
actual RDC en 1908, pasando a ser conocida como Congo Belga, hasta conseguir la
independencia en 1960. Se la conoció como Zaire entre 1971 y 1997. En seguida
se convirtió en una tierra que despertó gran interés por parte de los Estados
Unidos y la Unión Sovietica, inmersas en la carrera armamentística de la Guerra
Fría. Entonces, como ahora, el país ofrecía riquezas al saqueador blanco. En la
región oriental del país, escribió Armin Rose en un artículo del 26 de junio de
2013 en The Atlantic, “a poca distancia de la superficie hay suficientes
minerales como para mantener en pie tanto la tecnología como la industria de
defensa globales”.
Durante la Segunda
Guerra Mundial, el uranio extraído de Shinkolobwe se destinó al Proyecto
Manhattan estadounidense. “Más del 70% de la bomba de Hiroshima procedía de
Shinkolobwe”, dice Lubulu, cuya organización ha llevado a cabo talleres y
eventos con el objetivo de que la RDC firmara el Tratado sobre la Prohibición
de las Armas Nucleares.
Le obsesiona pensar
en si el ‘mineral de la muerte’, como llama al uranio, se hubiera quedado en el
subsuelo. “Sin el uranio de Shinkolobwe, el 5 de agosto de 1945 hubiera sido un
día productivo y fenomenal en Hiroshima”, declaró en su presentación para ICAN.
Esto lo confirman
las palabras del coronel del Proyecto Manhattan Ken Nichols, que escribió: “Sin
la previsión de Sengler, que almacenó uranio en los Estados Unidos y, sobre la
superficie, en África, no hubiésemos contado con la cantidad de uranio
necesaria para justificar la construcción de plantas separadoras y reactores de
plutonio”. Edgar Sengler fue en su momento el director de la Union Minière du
Haut Katanga, y había acaparado 1200 toneladas de uranio en un almacén de Nueva
York. Nichols compró este mineral, y otras 3000 toneladas adicionales guardadas
sobre la superficie en la mina, para el Proyecto Manhattan.
Esta conexión entre
el Congo e Hiroshima, y la tragedia de sus consecuencias, se expresan en los y
las hibakushas de Japón. Así es como se conoce a quienes sobrevivieron la
bomba. Es por ello que Lubulu y CRISPAL lucharon por la ratificación e
implementación del tratado.
“No se puede
separar las armas nucleares del uranio”, en palabras de Lubulu. “Cuando tienes
uno, obtienes el otro. Una vez lo excavas, se convierte en un monstruo que
escapa de tu control”.
“No se puede
separar las armas nucleares del uranio”, en palabras de Lubulu. “Cuando tienes
uno, obtienes el otro. Una vez lo excavas, se convierte en un monstruo que
escapa de tu control”.
Por desgracia, este
monstruo puede volver a salir de Shinkolobwe. Tanto Francia como China buscan
obtener derechos de extracción allí. CRISPAL necesita moverse con rapidez para
educar a la gente sobre este peligro reaparecido. Pero va a costarles mucho.
Desde 1997, cuando
los conflictos internos y externos se apoderaron de la RDC, al menos seis
millones de personas han muerto. Intentar convocar eventos en comunidades
congoleñas, especialmente si es desde la oposición a la minería de uranio,
resulta bastante peliaguda, por no decir peligrosa. Nadie que le conociera
olvida el trato brutal contra el activista antinuclear congoleno Golden
Misabiko, que fue arrestado, preso dos veces, envenenado por su propio gobierno
sn un supuesto intento de asesinato fracasado. Fue finalmente separado de su
familia y enviado al exilio.
Pese a este caso,
Lubulu cree que, por encima de todo, el amor se abrira paso. “No existe puerta
que el amor no abra”, dijo al concluir su presentación. Con suerte, el resto
del mundo va a empezar a enviar su amor en dirección al Congo.
Linda Pentz Gunter.
Beyond Nuclear International
Artículo publicado
originalmente en Beyond Nuclear International.
Traducción de Raúl
Sánchez Saura.
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