UN GOLPE CONTRA LA SOBERANÍA PARLAMENTARIA
POR JAIME PASTOR
Foto: Tribunal Constitucional]
La crisis político-institucional que hemos vivido recientemente ha venido a consumar la deriva autoritaria en la que desde hace tiempo, sobre todo desde la resolución del Tribunal Constitucional (TC) contra el Estatut de autonomía de Catalunya en 2010, ha ido entrando el régimen del 78. Ha sido así porque esta vez se ha convertido en un verdadero golpe institucional, ya que la decisión adoptada por el TC de paralizar el proceso legislativo que se estaba desarrollando en el parlamento en torno a unas enmiendas que afectaban al propio TC supone una impugnación directa de la soberanía tanto del Congreso como del Senado. Con esa medida se pone en cuestión el carácter parlamentario del propio régimen, ya que si bien el TC había violado en el pasado la autonomía legislativa de un parlamento autonómico, como ocurrió con el catalán, ahora se trata de una agresión a la del parlamento estatal. Marca así el camino hacia una contrarreforma del régimen por la que apuesta un bloque reaccionario en el que la lawfare y la casta judicial juegan un papel fundamental, como seguimos viendo ahora con el bloqueo de la renovación del TC desde el Consejo General del Poder Judicial.
Porque, en efecto,
por primera vez hemos visto cuestionada la inviolabilidad del Congreso y el
Senado en su soberanía para el ejercicio de sus funciones por parte de un TC
convertido en un verdadero poder por encima de ambas instituciones, o sea, como
lo ha definido Iñaki Lasagabaster en un artículo en esta misma revista, en un
actor político supraparlamentario. A lo que hemos asistido ha sido a un golpe
al Estado de derecho y, por tanto, como también se argumentaba en el mismo artículo, lo coherente desde una
lógica democrática habría sido no acatar esa resolución y forzar una
rectificación por parte del TC.
Entramos ya, por
tanto, en una fase peligrosamente posdemocrática, ya que la resolución adoptada
sienta un precedente que podrá ser reivindicado en el futuro por cualquier
partido del régimen ante el TC siempre que quiera interferir frente a cualquier
procedimiento legislativo que considere pueda dañar sus intereses.
Con este choque
institucional se han puesto de relieve una vez más los límites estructurales de
un régimen que fue resultado de una
reforma y no de una ruptura con el legado de la dictadura y que ha ido poniendo
en pie una Constitución material cada vez más neoliberal (recordemos la reforma
exprés del artículo 135 aprobada por el parlamento en septiembre de 2011 para
imponer la dictadura de la deuda), autoritaria y centralista. De ahí que si ya
su definición como régimen parlamentario era más formal que real debido tanto a
su coexistencia con una monarquía cuya legitimidad no procede del propio
parlamento -y que no ha dejado de intervenir en la vida política- como al
protagonismo de un aparato coercitivo y judicial que ha continuado impune
frente a cualquier intento de depuración política, ahora ha perdido ya toda
credibilidad posible. Con mayor razón si tenemos en cuenta que a todo eso se
suma la primacía que tiene la constitución económica de la Unión Europea sobre
la española en muchas de las políticas a aplicar.
Nos hallamos, por
tanto, ante la culminación de una deriva en la que el PSOE, si bien ahora ha
sufrido una derrota innegable, también ha sido coprotagonista de
contrarreformas como la del artículo 135 o de la imposición del artículo 155 en
Catalunya que, aunque han contado con el sostén del parlamento estatal, no por
ello han allanado el camino al TC. Incluso ahora, aprovechando la derogación
del delito de sedición, acabamos de ver cómo el PSOE ha logrado la aprobación
por la mayoría de partidos a su izquierda de una reforma que amplía los
supuestos de delitos de “desórdenes públicos agravados”; un artículo que
constituye una verdadera amenaza al ejercicio de los derechos fundamentales de
libertad de expresión y manifestación, como ya han denunciado diferentes
organizaciones sociales.
Sin embargo, no
podemos sorprendernos de lo que está ocurriendo en el Estado español, ya que no
es una excepción en el panorama internacional. En realidad, se inserta
claramente dentro de la nueva ola de neoliberalismo autoritario y reaccionario
que se está extendiendo a escala global en un contexto de crisis civilizacional
y multidimensional capitalista. Caben, por tanto, pocas dudas de que este nuevo
salto adelante del TC no es casual: forma parte de la involución creciente
hacia una democracia iliberal que en el seno de la UE representan ya Hungría y
Polonia, pero que también se refleja desde hace tiempo en la necropolítica
migratoria de la UE (recordemos la responsabilidad del actual gobierno en la
masacre de Melilla), en el capitalismo de vigilancia, en la capacidad de la
extrema derecha de marcar la agenda política o, ahora mismo, en la beligerancia
del gobierno británico contra el derecho de huelga.
En el caso español
su particularidad estaría en la mayor radicalización trumpista de unas derechas
que persisten en su concepción patrimonial del Estado, heredada de una
Transición sin depuración democrática, y en su oposición a cualquier reforma
que cuestione su control sobre el mismo, especialmente de un poder judicial que
constituye una pieza clave en su estrategia de desgaste del gobierno de
coalición y del parlamento. Así que, ante la perspectiva de elecciones
autonómicas en mayo y de elecciones generales antes de que finalice el año
2023, no parece que vayamos a entrar en una dinámica de distensión, sino todo
lo contrario: la agitación permanente del fantasma de España se rompe”, del
filoterrorismo o, ahora, de la complicidad con los agresores sexuales, seguirá
estando en sus discursos como coartada para su guerra judicial y mediática
mientras trata de ocultar su estrategia ultraliberal y reaccionaria en las
comunidades en las que gobierna, con la de Madrid a la cabeza.
Desde la
discrepancia y la independencia frente al rumbo que está siguiendo el gobierno
de coalición PSOE-UP, no podemos mantenernos ajenos ante la victoria ahora
alcanzada por el bloque reaccionario con su golpe contra la soberanía
parlamentaria. A pesar de la indiferencia y la desafección creciente hacia la
política que no dejan de extenderse en las clases subalternas, tenemos la
obligación de alertar a nuestros pueblos de la necesidad de preparar respuestas
unitarias frente a cualquier ataque a nuestras libertades y derechos y a sus
instituciones representativas, ya sean de ámbito autonómico o estatal, en la
defensa de la soberanía popular frente al gobierno de las togas.
Por último, la
gravedad de la crisis institucional reciente vuelve a reafirmarnos en la
convicción de la imposible reforma democratizadora de este régimen y de la
necesidad, por tanto, de seguir apostando por una ruptura constituyente como
horizonte necesario.
Jaime Pastor es
politólogo y editor de viento sur.
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