FELIPE VI, EL MIMO ANTE EL ATAQUE
A LA DEMOCRACIA
DAVID BOLLERO
El rey Felipe VI durante la visita a las
instalaciones de la Fuerza de Infantería de Marina en San Fernando, a 16 de
diciembre de 2022 en Sevilla (Andalucía, España). -Joaquin Corchero / Europa
Press
Las instituciones del Estado no funcionan. Anoche, el Tribunal Constitucional se ratificó en su voladura de la democracia impidiendo que el Senado pueda ejercer la labor para la que se creó. ¿Qué hace mientras quien, según el artículo 56 de nuestra Constitución, ha de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de estas instituciones? Nada, como siempre. Esa figura es el rey Felipe VI.
El monarca está
poniendo cada vez más complicado, incluso para sus defensores, explicar para
qué demonios sirve su figura. Hace mucho tiempo que ya no es símbolo de unidad,
más bien lo contrario, lo es de una creciente división entre quienes los
consideramos absolutamente prescindible y quienes lo sostienen aferrados a
razones de poco o ningún peso.
El modo en que el
Tribunal Constitucional ha dado una vuelta más de tuerca a su habitual papel de
títere de los sectores más ultra (PP y Vox), aplaudido por el irrelevante
Ciudadanos, ha desembocado en una situación que socava la soberanía popular y
abre la puerta peligrosamente al autoritarismo. Ante ese escenario, por mandato
constitucional, el rey debería intermediar, arbitrar y dirigirse al pueblo que
lo mantiene para reestablecer la sintonía institucional que la derecha ha
dinamitado.
No lo hace. La proximidad
de su tradicional discurso navideño y su habitual inclinación por escurrir el
bulto -como ha hecho con la corrupción latente en la Casa Real-, hace que la
posibilidad de que interceda se disuelva como un azucarillo en el café. El
mensaje de Nochebuena tampoco aportará gran cosa, que nadie espere lo
contrario. Bien podría pintarse la cara de blanco y hacer un número de mimo.
Aportaría lo mismo. Absolutamente nada tendrá que ver con aquel infame discurso
del 3 de octubre de 2017, cuando salió al paso del gobierno de Rajoy para
avalar la brutal represión en Catalunya que avergonzó internacionalmente a
España.
Las comparaciones
proceden, por supuesto. La diferencia es que mientras que en 2017 el rey salió
a reprender a quienes querían más democracia, esto es, a quienes deseaban que
el pueblo catalán se pronunciara sobre si quería o no la independencia, ahora
calla, dando implícitamente su bendición a quienes quieren menos democracia, es
decir, a quienes han vetado el normal funcionamiento de nuestro Senado. Es muy
grave.
No nos hace falta
Felipe VI para arreglar el entuerto; como tampoco era necesario su padre para
resolver aquel oscuro 23-F del que personas implicadas en el golpe han afirmado
de manera reiterada que hubo más teatrillo que realidad.-por algo no se
desclasifican los papeles, casi cuatro décadas después-. Sin embargo, parece
justo que al menos se gane el sueldo, ¿no es así? Pero calla, no aporta, resta,
incluso, porque su silencio parece respaldar el cohete que ha lanzado la
derecha a la línea de flotación de nuestra democracia.
No se trata aquí de
tomar parte por unos u otros partidos; su neutralidad está garantizada. Sí ha
de posicionarse en cambio entre los demócratas o lo que no lo son, porque con
la actuación del Tribunal Constitucional nuestra democracia empequeñece. A las
puertas de un año electoral, Felipe VI ha optado por faltar a su deber,
seguramente apoyado en el convencimiento de que él es inamovible, pero que
sacar los colores a sus más fieles defensores -la derecha y los fascistas-
podría hacerles perder fuerza en su camino a La Moncloa.
Dicho de otro modo,
es precisamente con su silencio como está perdiendo neutralidad y cae en la
connivencia de quienes atacan a nuestra democracia. Parece querer cerrarse
peligrosamente el círculo: su padre llegó de la mano del dictador Franco y a él
lo sostienen sus herederos que, finalmente, han evidenciado cómo conciben la
democracia y qué es para ellos realmente la libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario