¿QUÉ HA PASADO EN PERÚ CON
PEDRO CASTILLO?
JUAN
CARLOS MONEDERO
Perú es un país con una institucionalidad bien débil. En la actualidad, y como pasa en Chile y en Argentina y va a pasar en Brasil, las constituciones heredadas de las dictaduras y sus transiciones, en este caso la de Alberto Fujimori de 1993, dificultan gobernar democráticamente.
No basta que Pedro Castillo sacara 8,8 millones de votos ni que el país viniera de una enorme desestabilización. El Estado heredado tiene unas inercias y unas claves de funcionamiento internas -selectividades se llaman en la ciencia política- que impiden que el coche institucional pueda girar a la izquierda. Se gana el Gobierno, pero no se gana el poder. Desde el primer día, la Sociedad Nacional de Industrias —la patronal peruana—, se puso como misión "botar al comunismo", aliada con grupos parlamentarios vinculados a la corrupción estructural, los medios de comunicación y sectores del Ejército. Nada muy diferente de lo que hizo la patronal española durante la Transición.
En Perú, apenas
existe la división de poderes, con unos jueces de parte -pensemos en lo que
está pasando en España con el Consejo General del Poder Judicial y la defensa
del bloqueo hecha recientemente por el líder del PP, Núñez Feijóo- y un
parlamento donde tienen ventaja las fuerzas conservadoras gracias al control
mediático, la ley electoral, la estructura de partidos y la corrupción
rampante.
Seis presidentes en
siete años dan cuenta de esa debilidad. Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski,
luego Martin Vizcarra, luego Manuel Merino, luego el interino Francisco Sagasti
y luego Pedro Castillo. Destituidos por golpes blandos parlamentarios
autorizados -por Estados Unidos- que generaron una enorme protesta en las
calles. Los golpes que tienen éxito en
América Latina siempre cuentan con la aquiescencia de la embajada
norteamericana.
Los Estados Unidos
nunca han permitido de buena voluntad que se consoliden fuerzas democráticas en
el continente. De hecho, han reconocido corriendo a Dina Boluarte, la
Presidenta sustituta del depuesto presidente Castillo, con quien espera
encontrar la connivencia tradicional que no tenían con Castillo. El Presidente
Pedro Sánchez vuelve a equivocarse con América Latina y vuelve a hacer seguidismo
de los Estados Unidos, como ya hizo reconociendo a Guaidó, un pobre diablo
autoproclamado en una plaza.
Estados Unidos
siempre ha pensado lo que solo una vez un Presidente norteamericano expresó en
voz alta (y que luego coreó un gran escritor que, al tiempo, es un ciudadano
corrompido): los pueblos a veces votan mal. El Presidente fue Nixon
justificando el golpe contra Salvador Allende en Chile. El Mr.Hide democrático
es Vargas Llosa lamentando la victoria de Gustavo Petro en las presidenciales
de Colombia. Los dos, como ocurre con unos cuantos directivos de prensa en
España, prefieren corruptos y dictaduras militares a gobiernos de izquierda.
Aunque en verdad, Wilson ya lo había avisado: América, para los americanos. Es
decir, para ellos.
Pedro Castillo ganó
en segunda vuelta en 2021 frente a Keiko Fujimori, a quien apoyaban toda la
estructura política y económica corrupta del Perú, Vargas Llosa, las derechas
españolas, los militares golpistas y los EEUU.
Castillo ganó sin
tener redes sociales y con todos los medios de comunicación en contra. ¿Un
maestro rural, de origen indígena, de izquierdas y pobre en la Presidencia del
Perú? La victoria, en junio de 2022, fue muy apretada: del 0,26%. Sin embargo,
las fuerzas de la derecha iban a saber coaligarse para impedir desde el
Parlamento que el nuevo Presidente pudiera gobernar.
Además, las fuerzas
de la izquierda que acompañaron a Castillo le quitaron pronto el apoyo.
Recordemos que el líder natural de Perú Libre, el partido con el que Castillo
ganó las elecciones, era Vladimir Cerrón, un médico neurocirujano que fue
gobernador de Junín y que debiera haber encabezado la candidatura presidencial.
Pero el lawfare le dejó fuera por una condena llena de irregularidades -como ya
es lugar común en la izquierda-, de manera que tuvieron que recurrir a Pedro
Castillo. Que como casi siempre pasa, después no quiso tener tutelas y se fue
alejando de su partido, especialmente cuando se fue alejando de la izquierda.
Tras 18 meses de
filibusterismo parlamentario por parte de la oposición, Pedro Castillo cometió
el peor error de su vida: declarar el cierre del Parlamento, llamar a
elecciones constituyentes en el plazo de nueve meses y declarar el estado de
emergencia con toque de queda a partir de las diez de la noche. A partir de ese
momento gobernaría por decreto. Decía Hobbes que la ley sin la espada no sirve
de nada. Castillo hizo una declaración que no tenía forma alguna de hacer que
se cumpliera. Dos horas después estaba detenido y los que llevaban pateando la
democracia desde el día que tomó posesión encontraron la justificación que les
faltaba. Uno de los éxitos del golpismo suele ser llevar a los que asedian a
cometer errores. Con Castillo lo han logrado.
El obstruccionismo
parlamentario ya lo había puesto en marcha el fujimorismo contra Pedro Pablo
Kuczynski, el presidente que ganó las elecciones a la derechista Keiko
Fujimori, hija del presidente delincuente Alberto Fujimori y, como su padre, no
menos delincuente. Al igual que intentaron tumbar parlamentariamente a Castillo
dos veces, lo intentaron con Kuczynski (a la segunda con éxito) y siempre
usando las acusaciones de corrupción, que siempre son plausibles y encuentran
audiencia popular, especialmente cuando ese pueblo lo está pasando mal. Que
sean verdaderas o falsas esas acusaciones da lo mismo. Que se lo pregunten a
Lula, a Dilma Rousseff, a Cristina Fernández de Kirchner, a Rafael Correa, a
Isa Serra, a Alberto Rodríguez...
Desde el primer
momento, hay que insistir, el gobierno de Castillo estuvo cercado por intentos
de destitución (dos en este breve tiempo, más el tercero, que intentó burlar
cerrando el Parlamento) y acusaciones infundadas de corrupción y mil delitos
más que siempre encontraban un juez que los escuchara y unos titulares que los
amplificaran. La derecha no es que esperara cien días, es que no esperó una
semana.
El primer gabinete
que formó Castillo, claramente de izquierda, fue acosado y asediado.
Evidentemente, los medios de comunicación eran los encargados de dirigir los
ataques y soliviantar los ánimos de los sectores del poder. Por ejemplo,
señalaron a ministros que habían sido críticos con el Ejército, logrando que
generales afines al golpismo hicieran comunicados mostrando su enfado y
consiguiendo que finalmente esos ministros fueran destituidos. Con el
consiguiente debilitamiento del presidente Castillo, que terminó aceptando que
la derecha acusara a su gobierno de terrorismo o de connivencia con el
terrorismo (algo bien conocido en España). Ceder al acoso de la derecha es una
mala estrategia.
Los intentos
permanentes desde el Parlamento, convertido en un órgano filibustero que no
parlamentaba sino que buscaba tumbar al Gobierno, llevaron a Castillo a empezar
a cometer errores. Hay que recordar que siempre tuvo más apoyo popular, aunque
débil, el Presidente Castillo que el Parlamento. Por eso también hay que
entender la desesperación de un Presidente que pese a ganar las elecciones
nunca pudo gobernar. Las leyes prometidas durante la campaña para reconocer la
plurinacionalidad del Perú -con una mayoría indígena que reclamaba mayor
autonomía- o para luchar contra la corrupción o redistribuir la renta se venían
abajo. Ese acoso fue minando al Presidente Castillo y a su entorno.
Uno de los errores
de Castillo fue acercarse a las fuerzas de la derecha que le estaban acosando,
esperando que así iban a ser más amables. Destituir a los ministros de
izquierdas y sustituirlos por Ministros de derecha solo sirvió para cuatro
cosas: impedir que salieran adelante leyes que favorecieran a las mayorías, enajenarse
el apoyo popular para poner en marcha los cambios, envalentonar a los que no
tenían otra agenda que tumbar el gobierno y romper con las fuerzas políticas
que le habían apoyado, incluido Perú Libre, su propio partido. El acercamiento
de Pedro Castillo a la Organización de Estados Americanos, la sucursal de la
embajada norteamericana que justificó el golpe contra Evo Morales en Bolivia,
siguió ahondando en sus errores y alejándole de la ciudadanía, lo mismo que el
encuentro con Jair Bolsonaro en Brasil. Decisiones todas erróneas de un
Presidente que había perdido el rumbo ideológico gracias al acoso y derribo de
la derecha.
La paradoja de la
izquierda en todo el mundo es que tiene que hacer valer una democracia, la
liberal, pese a que le impide desarrollar sus políticas a favor de las mayorías
y en contra de las desigualdades, mientras que la derecha, que es la gran
beneficiaria de los candados de esas democracias, usa todas las herramientas
para invalidar las democracias liberales, a jueces, medios de comunicación,
policías corruptos y, llegado el caso, a militares.
Por eso son tan
importantes los procesos constituyentes cuando las democracias llegan a
callejones sin salida. No olvidemos que Perú viene de la sangría de Sendero
Luminoso, un grupo maoísta que renunció a la vía electoral y tomó las armas de
una manera brutal. Castillo se equivocó queriendo sortear la democracia liberal
en vez de haber apostado desde el principio por un proceso constituyente donde
habría contado con el apoyo de las mayorías del país. Cuando la derecha quiebra
las normas no pasa nada -en España el Consejo General del Poder Judicial lleva
cuatro años al margen de la Constitución-, pero cualquier desviación por parte
de la izquierda termina en unos tribunales que pretenden usurpar el lugar de la
soberanía popular.
Se equivocará la
Presidenta sustituta Dina Boluarte, pese a su buena voluntad, si pretende
ocupar un espacio para el cual no ha sido votada. Esa suplencia será leída como
una usurpación y generará protestas que provocarán a su vez la represión y a su
vez más protestas. Y otra vez a la inestabilidad. La solución pasa por
elecciones a una Asamblea Constituyente donde Perú pueda salir de la parálisis
en la que está desde hace demasiado tiempo. Y que es por lo que tiene que
apostar la comunidad internacional, especialmente la latinoamericana, toda vez
que la europea hace tiempo que ha perdido el pulso del continente y no sabe
salir del seguidismo norteamericano.
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