PERÚ A MERCED DEL AUTORITARISMO Y A
PUERTAS DE UNA DICTADURA
La
interpretación de las acciones de Dina Boluarte, nueva presidenta de Perú, es
que avala a un Congreso golpista, no escucha las demandas de cambio del
Congreso ni aquellas que reclaman una Asamblea Constituyente.
AMANDA MEZA
Protestas en torno a la Plaza San Martín, en Lima. SHU
Perú vive en la última semana una de las más feroces masacres en supuesta democracia. Una veintena de muertos y casi un centenar de heridos dejó la represión policial en diversos puntos del país en los primeros días del régimen de Dina Boluarte, que, en una alianza con la mayoría del Congreso y altos mandos militares y policiales se ha instituido como un gobierno autoritario con prácticas dictatoriales.
¿Cómo llegamos a
este momento? Hay que mencionar que, desde el primer día de gobierno de Pedro
Castillo, 28 de julio de 2021, sus oponentes electorales representados sobre
todo por Keiko Fujimori y su partido Fuerza Popular, además de su partido
aliado Renovación Popular, se enfrascaron en una guerra por anular las
elecciones. Esta guerra se tradujo en acoso permanente a los organismos
electorales y el discurso racista y clasista al ser el electo jefe de Estado un
profesor campesino. Sus intenciones por anular el voto popular denunciando un
supuesto ‘fraude’ no obtuvieron resultados.
Al no lograrlo,
empezó el ataque principal desde el Parlamento, desde donde impulsaron
investigaciones al entonces mandatario y personajes claves de su círculo más
cercano de amigos, asesores y familiares, pero también a congresistas de su
bancada, la que terminó rompiéndose por discordancias ideológicas.
Como parte de esa
estrategia, impulsaron y lograron una serie de cambios constitucionales y otras
leyes para intereses particulares que han allanado el camino para esta crisis
que solo es una más o quizá una de las más fuertes por la violencia generada,
considerando que en seis años hemos tenido ya cinco presidentes: Pedro Pablo
Kuczynski, quien tuvo que renunciar al cargo tras verse envuelto en un
escándalo de compra de votos para no ser cesado; Martín Vizcarra, a quien el
Congreso cesó tras jugarle una trampa que se revistió de constitucional pero
que fue un golpe parlamentario; luego Manuel Merino, quien tuvo que renunciar
por presión popular después de dos muertos por represión policial. Su gobierno
de facto solo duró cinco días y no tuvo sanción alguna. Se suma después de
Merino un gobierno de transición de ocho meses con Francisco Sagasti, que dio
paso a Pedro Castillo, electo en elecciones generales con voto ciudadano.
La población
esperaba que al dejar el cargo Pedro Castillo se cumpliría la demanda social
que desde hace meses llenaba titulares de diarios y redes sociales con la
frase: “Que se vayan todos”, pero Dina Boluarte parece distante de esa realidad
Tras su caída, aún
incomprensible y con características de suicidio político asumió Dina Boluarte,
quien tenía el cargo de vicepresidenta en el gobierno de Castillo y tomó el más
alto cargo de la Nación luego de que el profesor fuera cesado por un Congreso
que no aceptó su autodisolución ordenada por Castillo en un desesperado intento
de impedir que lo cesaran —dicho sea— sin sustento alguno por incapacidad
moral.
El gobierno de Dina
Boluarte empezó mal, pactando con las fuerzas golpistas del Congreso que desde
el 2021 buscaban la vacancia de Castillo (tres mociones de vacancia
presentadas, dos de ellas no obtuvieron la votación requerida), saludando a
altos mandos militares presentes en la ceremonia de jura del cargo y recibiendo
de pie un homenaje. La población esperaba que al dejar el cargo Pedro Castillo
se cumpliría la demanda social que desde hace meses llenaba titulares de
diarios y redes sociales con la frase: “Que se vayan todos”, pero Dina Boluarte
parecía —y parece— distante de esa realidad y, en sintonía con la postura de
sus aliados congresistas, no convocó a un adelanto de elecciones inmediata que
iba de la mano con el cierre del Congreso (con menos del 10% de aprobación en
las encuestas, y duramente criticado). No fue así, las expectativas del pueblo
se convirtieron en indignación.
Dina Boluarte y los
poderes fácticos no tomaron en cuenta el descontento social. No les interesa.
En cambio, anunció la presentación de un proyecto de ley de adelanto de
elecciones para abril de 2024. El estallido social empezó tras ese anuncio.
La interpretación
de las acciones de Boluarte es que avala a un Congreso golpista, no se escuchan
las demandas de cambio del Congreso ni aquellas que van por una Asamblea
Constituyente. Boluarte no solo es más de lo mismo, sino el regreso de un
autoritarismo ya conocido que quiere perpetuarse desde hace mucho en el poder y
que tiene como protagonistas a las élites del país y grupos políticos
posfascistas que derrochan además racismo y odio.
Es muy importante
que la comunidad internacional mire al Perú, porque podría estar camino a
instalarse una dictadura de la que no se puede ser cómplice
Una masacre se está
perpetrando en algunas regiones del país luego que el gobierno de Boluarte
declarara estado de emergencia por las constantes y multitudinarias
manifestaciones en su contra. Militarizar las calles, ordenar toque de queda en
15 regiones del país, minimizar las protestas, atacar a quienes marchan
intentando desacreditar sus voces llamándoles “azuzadores”, “vándalos”,
“violentistas”, “radicales”.
Dina Boluarte, el
primer ministro Pedro Angulo y diversos congresistas han respondido a las
protestas resucitando un viejo fantasma: el terrorismo. Relacionan a ciudadanos
con la peor época del país vivida entre 1980 y el 2000 y pone en marcha una
persecución política usando a la Dirección Contra el Terrorismo (Dircote),
brazo de la Policía Nacional, para intervenir locales partidos políticos de
izquierda, sindicatos y hasta a Confederación Campesina del Perú para detener
personas. Nuevamente, como en la época del conflicto armado criminalizan a los
más pobres, a los campesinos, porque el autoritarismo también usa y abusa de la
desigualdad histórica. En esta última no lo lograron por presión de la
ciudadanía que rechazó los actos de intervención e intento de detención además
amparándose en estado de emergencia.
Es un momento clave
en el Perú que parece acercarse a una dictadura cívico militar alimentada
además por todo un aparato que incluye militarización en las calles, control de
algunas instituciones del Estado, apoyo de medios de comunicación en especial
de grupos empresariales dueños de gran parte de la prensa escrita de Lima, pero
también algunos canales de televisión y radios que son aliados de la derecha
política; el gobierno de Boluarte alimenta y justifica la represión social y se
vale de un respaldo internacional como el de Estados Unidos, con excepción de
países como México, Argentina, Colombia y Bolivia que en un comunicado han dejado
claro los cuestionamientos a la detención del expresidente Castillo, la
asunción al mando de Boluarte y critican que no se escuchen las demandas
sociales. Es muy importante que la comunidad internacional mire al Perú, porque
podría estar camino a instalarse una dictadura de la que no se puede ser
cómplice.
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