RAFAEL ALBERTI, POETA Y COMUNISTA
DANIEL CAMPIONE
El 16 de diciembre de 2022 se han cumplido 120 años del nacimiento de uno de los más destacados poetas españoles del siglo XX. Pretexto oportuno para un breve tratamiento de su itinerario vital, en el que la política ocupó un lugar eminente, al lado de su labor literaria.
Rafael Alberti Merello nació en 1902, en una ciudad costera de la provincia de Cádiz, Puerto de Santa María. Fue en el seno de una familia burguesa. Su padre trabajaba en la exportación de vinos de la prestigiosa bodega Osborne.
Fue un deficiente alumno en su ciclo de estudios. Al tiempo que desatendía las asignaturas obligatorias, creyó encontrar en la pintura una vocación definitiva.
Veinteañero, y
recluido por una enfermedad, afianzó un rumbo en la escritura. Comenzó a
trabajar en su primer libro, que alcanzaría un triunfo tal que lo llevaría a
una temprana consagración. Nos referimos a Marinero en tierra, publicado en
1924 y por el que recibiría ese mismo año el Premio Nacional de Literatura.
Tiempo después
trabó relación con los principales poetas de su tiempo, la que sería llamada
“Generación del 27” y considerada la “Edad de plata de la poesía española”.
Entre ellos Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego y
Federico García Lorca. Aunque no correspondiera a la secuencia cronológica
estricta, también Miguel Hernández fue adscripto a esa brillante generación.
Incluido en ese
entorno, Alberti fue pasando de las tendencias populares iniciales de su obra a
los refinamientos del llamado “gongorismo”, por Luis de Góngora, dilecto
representante del barroco hispano. También experimentó una etapa “surrealista”,
como tantos artistas de su época.
En esos años el
poeta de Puerto de Santa María sufrió una crisis emocional. Parecen haber
influido en su decaimiento diversos elementos. Uno de ellos fue la ruptura de
su relación con la brillante pintora gallega Maruja Mallo. Se ha considerado
que su libro Sobre los ángeles refleja un período de desolación afectiva.
La opción
militante, la guerra, la “Alianza”
Salió de ese “pozo”
anímico por dos senderos: En primer lugar su compromiso político, que lo llevó
de la lucha contra la dictadura del general Miguel Primo de Rivera a la
afiliación y activa militancia en el Partido Comunista de España, por entonces
una disciplinada, entusiasta, pero pequeña fuerza,
Y tuvo un papel
central en su recuperación el vínculo con la también escritora María Teresa
León, iniciado en 1930 y destinado a una larga perduración.
Establecida la Segunda
República la fuerte implicación política seguiría en pie, incluso
acrecentándose. En 1933, la pareja fundó la revista Octubre, orientada a
constituirse en órgano oficial de los “escritores españoles revolucionarios”.
Con ocasión de la
insurrección obrera de Asturias, María Teresa y Alberti emprendieron una gira
de propaganda y solidaridad por varios países de distintas partes del mundo.
Todo a favor de los millares de encarcelados por su participación en la
rebelión.
Estallada la guerra
de España con el golpe parcialmente fracasado de julio de 1936, Alberti quedó
desde el primer momento involucrado en la causa “leal”. Estuvo entre quienes se
pusieron al frente de la Alianza de Escritores Antifascistas, encargada de vastas
acciones prorrepublicanas.
Una de las
realizaciones tempranas de la Alianza fue el periódico El mono azul. Salió a la
luz rápidamente, antes de terminar agosto de 1936. Asumió la dirección del
mismo, junto a María Teresa.
Allí colaboraron,
entre otros, José Bergamín, Manuel Altolaguirre, Antonio Machado, Luis Cernuda,
Ramón J. Sender, Miguel Hernández, Arturo Cuadrado… También extranjeros como
John Dos Passos, André Malraux; o los chilenos Vicente Huidobro y Pablo Neruda.
La publicación
estaba dirigida a los soldados del frente. Procuraba hacerlos conscientes de su
labor en defensa de la república frente a la agresión fascista. Sus temas
incluían desde instrucción militar a literatura y política.
En unas milicias
integradas en gran parte por analfabetos la lectura era a menudo grupal. Un
soldado “letrado” leía los artículos de interés a quienes no sabían hacerlo.
El poeta escribía
con su firma una sección de la revista titulada “A paseo” en la que cuestionaba
a intelectuales contrarios a la causa republicana o que incluso no se habían
pronunciado con claridad a favor de la misma.
Años después se
inferiría que al autor de Marinero en tierra no podía escapársele la oscura
resonancia del título de la sección con los “paseos”. Ésa era la denominación
que se le daba a las ejecuciones clandestinas de los enemigos.
En las páginas de
El mono azul aparecieron por primera vez los poemas del Romancero de la guerra
civil, poderosa herramienta de cultivo literario y estímulo moral al combate a
partir del camino estético. Ya en el exilio el poeta gaditano compilaría el
conjunto de esos poemas en el titulado Romancero general de la guerra civil
española. El compilado fue publicado en forma de libro en Buenos Aires, en
1944.
Más allá de las
profusas acciones de agitación y propaganda en las que jugaba un rol principal,
el hombre de Cádiz no llegó a ser soldado, como sí lo fue Miguel Hernández, que
compartió a pleno la precaria vida de los combatientes, desde los peligros de
las trincheras en torno a Madrid, a los fríos glaciares del frente de Teruel.
Sus críticos
señalaron más tarde que siempre permaneció en la retaguardia y que aprovechó su
lugar destacado en el ámbito político-cultural de los defensores de la
República para llevar una vida bastante cómoda.
Tal vez el más duro
de los detractores fue Juan Ramón Jiménez. Él atacó sin ambages a escritores a
los que caracterizó como “señoritos, imitadores de guerrilleros” que exhibían
por Madrid “sus rifles y sus pistolas de juguete” mientras vestían “monos
azules muy planchados”.
Sin mencionarlo, no
cabe duda que Alberti estaba en primer lugar entre los aludidos por el futuro
Premio Nobel. Éste sí hizo explícito el contraste con la actitud de Hernández,
al que caracterizó como el único militante auténtico de entre la pléyade de
poetas que acompañó el esfuerzo de guerra.
Alberti ocupaba
buena parte de su tiempo en una residencia nobiliaria expropiada por la
república en guerra como tantas otras, la de los marqueses de Heredia-Spinola.
Allí se celebraban frecuentes tertulias y fiestas que algunxs veían como
actividades frívolas, incongruentes con las aciagas circunstancias que se
vivían en el frente.
Hasta hubo quien
describió, como el afamado periodista libertario Eduardo de Guzmán, menús
cargados de exquisiteces. Los que se servían en banquetes celebrados sólo a
metros de las calles de Madrid, surcadas por la más aguda escasez, con sus
habitantes siempre en el borde del hambre.
Más allá de las
objeciones, hay que tomar en consideración que desde la Alianza de Escritores
Antifascistas, Alberti y otros cumplieron una tarea importante, organizando
múltiples trabajos de solidaridad con la República. Que incluían, por ejemplo,
la realización de actos artísticos y literarios para el estímulo y el cultivo
de los propios combatientes.
En la retaguardia
podían cumplirse acciones necesarias y gravitantes, y Alberti estuvo
involucrado en muchas de las mismas.
Actividades
conexas, como las acciones que fueron decisivas para preservar los bienes
artísticos del Museo del Prado, la Biblioteca Nacional y otras administraciones
del patrimonio histórico español, se cuentan entre los méritos de la labor de
la Alianza. El poeta gaditano tuvo directa injerencia en la ardua labor de
preservarlas de los bombardeos y otras acciones bélicas. Y en su posterior
remisión a Francia.
Los pasos por Moscú
Como resulta
previsible en el clima de la época, Rafael y María Teresa viajaron a la Unión
Soviética durante el conflicto. Un itinerario que ya había transitado con
anterioridad. Se le puede dar la palabra en esto al propio Alberti, si se nos
perdona una cita algo extensa:
“Mi tercera visita
a Moscú. Mi tercera despedida. Esta vez, más que nunca, me siento como si fuera
un viajero que se marchara sin irse, que pudiera verse a sí mismo de camino y a
la vez quedándose entre vosotros. Me vuelvo a España, a Madrid. En 1934, cuando
vine como delegado al Congreso de escritores soviéticos, embarqué en Odessa.
Era el mes de octubre. Embarcaba entonces hacia la España de la revolución de
Asturias; luego, la de Gil Robles y la represión más violenta. En 1937, ahora,
salgo de Leningrado hacia la misma España que dejé hace dos meses: La heroica
de la guerra civil, de los defensores de Madrid, de los más bravos
antifascistas del mundo. Siempre que vine a la Unión Soviética encontré algo de
mi país entre vosotros. Esta última vez, desde que atravesé la frontera, me
encontré con él por entero. Desde Belosostrov, el nombre de España empezó a
llenarme los oídos, a hacerme la respiración más profunda.
¿Qué queréis,
camaradas y amigos? Mi Moscú de este año es el de la fraternidad y el
entusiasmo por mi patria. Parece como si nuestro mapa se hubiese prolongado
hasta el vuestro y mis pies siguieran pisando su propia tierra. He visto las
nuevas construcciones de vuestra capital, la aparición de nuevos cafés,
tiendas, almacenes. “
Las convicciones
comunistas del poeta se sostuvieron impertérritas frente al paso del tiempo y
los cambios de orientación del movimiento al que pertenecía. Al sobrevenir el
fallecimiento de Stalin le dedicó un elogioso poema que mereció juicios
adversos por constituir un tributo excesivo.
A diferencia de
otros intelectuales, la revisión crítica de la actuación del líder georgiano en
el XXº Congreso del partido soviético no conmovió la firmeza de sus ideas. Su
adscripción al PC español lo acompañó hasta la muerte.
Hernández y Lorca:
Controversiales relaciones
Fue cerca del final
de la guerra, en una fiesta, en honor de la mujer antifascista, cuando se
produjo un grave desencuentro entre Alberti y Miguel Hernández. El poeta
alicantino, exasperado ante el lujo que reinaba en el acontecimiento, en medio
de la derrota ya cercana de la causa antifascista, dijo públicamente que allí
había “mucha p…” y “mucho hijo de…”.
Alberti trató de
obligarle a que se rectificara, pero él escribió sus palabras en una gran
pizarra para que no pasaran inadvertidas.
Se enfrentaban dos
concepciones diversas de la actividad política y guerrera. En momentos más
apacibles habían podido coexistir, pero lo agudo de las circunstancias de
principios de 1939 las llevó al choque.
Acerca de la
comparación desfavorable con Hernández, incluso se debe tener en cuenta una
cuestión generacional. El poeta de Orihuela y otros que lo acompañaron en el
frente de batalla eran de mucha menor edad. Veinteañeros en plenitud de
facultades para lanzarse a la durísima vida del soldado. Rafael tenía treinta y
cuatro años al comenzar la contienda.
Esa brecha etaria
pudo ser determinante a la hora de establecer quién se dirigió a las trincheras
y quién no.
Con anterioridad,
el nativo de Puerto de Santa María mantuvo algunas discrepancias con Federico
García Lorca. A diferencia de las que hemos relatado respecto de Hernández,
éstas no sobrepasaron el campo de la controversia literaria.
Para Alberti la
poesía era un arma para sacudir conciencias, una contribución al avance de
transformaciones revolucionarias. Lorca situaba a la poesía en el terreno de
los afectos, no susceptibles de ser regidos por un compromiso político.
Esto debe ser
relativizado, ya que el granadino no fue para nada “apolítico”. A través de la
conducción del teatro trashumante La Barraca, o desde poemas como el “dedicado”
a la Guardia Civil u obras teatrales enfiladas contra las injusticias de la
vida rural, Federico también asignó un sentido político a su obra, si bien
ajeno a adscripciones partidarias.
Algo concreto es
que trabaron temprana amistad, desde los días juveniles en que García Lorca
vivía en el torbellino intelectual (y sensual) de la Residencia de Estudiantes
de Madrid, una de las ramificaciones de la fecunda Institución Libre de
Enseñanza. Alberti no vivía allí, pero iba todo el tiempo y trababa relación
con sus talentosos huéspedes.
Las desavenencias
llegaron después, por distintas formas de moverse en la efervescencia social,
política y cultural que acompañó al establecimiento de la República.
Alberti se había
convertido en un propagandista de las ideas comunistas y Lorca se abstuvo de
enrolarse en una postura política circunscripta. Esas posiciones divergentes no
podían sino llevar a algunos encontronazos.
A la hora de
sopesar el papel jugado por Alberti, hay que poner en la cuenta que junto con
críticas sinceras y fundamentadas, hay otras que pueden estar inspiradas por
cierta “industria” del ataque contra intelectuales comprometidos. Y peor si
además eran comunistas.
A Rafael, por
ejemplo, se le ha endilgado hasta haber festejado el asesinato de Pedro Muñoz
Seca, literato destacado, partidario de los sublevados. Asimismo existieron
afirmaciones de que la Alianza mantuvo su propia “checa”, para retener e
interrogar a detenidos cuya trayectoria y pertenencia les interesaba elucidar.
Cuando la República
estaba perdida, el gaditano y su esposa tuvieron un sitial de privilegio para
su salida de España. Fue por avión desde el aeropuerto de Monóvar en Alicante,
el mismo aeródromo del que partieron las máximas jerarquías del Partido
Comunista.
De nuevo según sus
críticos pudo evitar que Miguel Hernández quedara desamparado y a merced de los
vencedores, pero no lo hizo.
El exilio y el
regreso
Con el final de la
guerra, su primer lugar de destino fue Francia. El matrimonio Alberti-León fue
hostigado, bajo el estigma de ser “comunistas peligrosos”. Le retiraron sus
permisos de trabajo y al tiempo atravesaron el océano, para refugiarse en
Argentina.
Permanecieron en
nuestro país hasta principios de la década de 1960. Sus días transcurrían entre
un departamento en la zona de Recoleta, en Buenos Aires, una estancia en
Córdoba llamada “El Totoral” y frecuentes visitas a Punta del Este y a Chile,
bajo la protección de Neruda estas últimas.
La experiencia de
la estadía en Argentina fue relatada por Rafael y María Teresa en sus
respectivos volúmenes de memorias. La arboleda perdida, de Alberti y Memoria de
la melancolía, de León. Ambos guardaban gratitud al trato recibido aquí, dónde
los dos pudieron continuar su producción y adquirir un lugar en la vida
cultural local.
Finalmente mudaron
su lugar de residencia a Roma, en 1963. Desde allí volvieron a España en 1977,
muerto el dictador Francisco Franco e iniciada la “transición” pretendidamente
“democrática”.
Será allí diputado
al Congreso por el Partido Comunista, aunque al tiempo renunciará al puesto
para dedicarse a su labor artística. Declinó ser postulado al premio “Príncipe
de Asturias” a causa de sus ideales republicanos.
Su ingreso como
diputado tuvo aristas complejas, por su manifiesta utilización política. Su
presencia en la cámara legislativa, junto con Dolores Ibárruri, “Pasionaria”,
ambos por el PC, fue exhibida como una muestra de las supuestas virtudes de la
“transición española”.
Los dos ancianos
comunistas eran tomados a guisa de símbolo de “reconciliación”, al compartir
amablemente el recinto con ex franquistas de diversos tintes.
En sus años
postreros, Alberti asistió a la difusión de su obra en ámbitos más masivos que
los que recorre de modo habitual la literatura, y más en particular la poesía.
Dos jóvenes
cantautores de su patria de origen convirtieron en éxitos populares a un par de
sus poemas. Lo hizo Joan Manuel Serrat con Se equivocó la paloma y Paco Ibáñez
en el caso de Galope. Sobre todo el primero fue suceso en nuestro país. La
atención hacia el gran poeta cruzó de nuevo el océano.
El gobierno español
le otorgó el Premio Cervantes en 1983. Falleció ya muy anciano, de regreso en
su ciudad natal, el 28 de octubre de 1999.
Rebelión ha
publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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