PASA LO QUE PASA
QUICOPURRIÑOS
A su frente y siempre vestido de negro, un ser asexuado, delgado e inexpresivo al que le faltaba un ojo , según se rumoreaba debido a una riña por cuestión de amores, aunque nadie supiera con certeza, ni el cuándo, ni el dónde, ni el quién fuera la otra parte en la disputa que produjo el visible desenlace. Ser ,ente, o casi zombi de pocas palabras, uñas largas y sucias, diente de oro y cabello siempre graso que llevaba ,ni muy largo ni muy corto, recogido en una coleta con un ridículo cordón de color rojo y de edad indefinida. Nunca se le conoció pareja y su voz atiplada y su propio nombre, Patrocinio le pusieron al nacer, no dejaba claro si era hombre o mujer. Eso no ayudaba a despejar las dudas, la verdad. Quizá esa fuera la razón por la que sus vecinos se le dirigían solo por el nombre de pila, sin un don o un doña delante, cada vez que se encontraba en el interior de su negocio o realizando las funciones propias que prestaba, y conocido por el nombre , como anunciaba el rótulo situado sobre la entrada, de "El Descanso Eterno, Pompas Fúnebres".
Había nacido a los pocos años de que
se pusiera en circulación la “cartilla de racionamiento”, en un pueblo del
norte de la Isla de Tenerife, de cuando en esos lugares había poca población y
muy diseminada, donde los caminos eran de tierra y cuatro caciques se repartían
el territorio, muchas alpargatas, faldas hasta los tobillos, telas negras y
luto permanente. Los niños y niños de todas las edades, poco duraban en la
pequeña escuela que era atendida por un solo maestro que pasaba más hambre que
un maestro, como era habitual en ese gremio, pero que no se podía quejar, pues
al margen del exiguo salario disfrutaba por cuenta del Ministerio de casa y
cómo para protestar estaba, sabido además que su padre y su tío Manuel eran
republicanos, de los de toda la vida, aunque desde el 36 nada se sabía de
ellos. Un día no se les vio entrar en sus casas y desde entonces.
En la pequeña aula se aglutinaban
sentados en bancos de a dos, niños y niñas desde lo 5 o 6 años hasta los catorce,
que con esa edad raro era que alguno siguiera estudiando pues las faenas del
campo les reclamaban, sembrar, ordeñar, dar de comer a los animales, segar,
cuidar de la platanera, regar estando pendiente del turno de agua y de las
pipas y dulas que tendrían cada finca , propiedad de alguno de los caciques para los que
trabajaban junto a sus padres, tíos, primos. Y allí, entre todos esos mocosos,
vestidos con pantalones y faldas con mil remiendos, estaba Patrocinio ya, desde
entonces, vestido de negro, Raro escuchar su voz, se limitaba a contestar a las
preguntas del maestro, pero de conversa con los compañeros, nada. Cuando los
demás salían a la era que servía de patio a jugar a eso que juegan los niños de
entonces y ahora en las horas de recreo,
Patrocinio se refugiaba bajo un árbol, sin compañía, absorto en los
dibujos que, con un lápiz gastado,
repetía una y otra vez. El cuaderno de
dibujos encerraba un misterio sobre lo que pintaba una y otra vez. Un día, casi
por azar, cayó al suelo dejando al descubierto una de las hojas y por un
instante alguien pudo ver ataúdes de todos los tamaños y formas imaginables.
Unos sobrios, otros más adornados, unos de rica madera pulida y otro de tablas
sin tratar. Más que un cuaderno para pintar parecía un catálogo de cajas para
enterrar muertos, lo que muchos años más tarde se pondría de moda para anunciar
diferentes productos. Y en algunos de esos
cajones de muertos se podía ver al que ocupaba el interior, ricamente
vestido con traje y corbata, con la cara maquillada y el bigote engominado.
Se iban marchando los niños del
colegio y Patrocinio también, a todos se les veía luego en su faenas agrícolas
y coincidían en la Plaza del Pueblo, los domingos después de misa, y cuando el
jornal les permitía una extravagancia, compartiendo una cuarta de vino mientras
jugaban una partida de envite. Pero de Patrocinio, ni rastro. En una de esas
timbas se contó una vez que los padres de Patrocinio, muertos los dos desde
hacía años y que, como tantos del pueblo trabajaban para uno de los caciques,
él en sus campos y ella en la cocina de la Casona que se levantaba en lo alto
del acantilado desde el que la vista del mar bravo del Norte era espléndida,
habían fallecido con pocos meses de diferencia y en extrañas circunstancia,
nunca investigadas. Y se contaba que la madre de Patrocinio brillaba por su
hermosura, luciendo una inusual melena rubia rizada , una cintura de avispa y
unos senos que despertaban envidias y concentraban miradas, muchas miradas,
especialmente la del dueño de la casa. Y algo pasó o no pasó, o pasó porque no
pasó lo que al cacique le hubiese gustado que pasara o no pasara, que pasó que
un buen día apareció muerto en medio de la finca, aparentemente caído desde un
risco con el cogote desnucado, el papá de Patrocinio y dos meses más tarde, un
16 de julio, se encontró a la mamá del
compañero de clase en la playa, al pie del acantilado, medio desnuda y
pasándole las olas por encima.
Pero retomando el hilo, que conviene
no perderlo, pasaron los años y de pronto, en un local, junto a la Plaza Nueva,
se vio un cartel situado en la fachada que anunciaba “ El Descanso Eterno,
Pompas Fúnebres” y en la puerta de entrada a quienes nada más mirar todos
intuyeron que se trataba de Patrocinio, que de dónde habría salido, invariablemente
vestido de negro y que, por la riqueza de la decoración del establecimiento que
inauguraba, habría de decirse que en algún lugar habría hecho fortuna.
Los meses transcurrían y como la vida
pasa y nos vamos haciendo viejos, una semana uno y a la siguiente otro, muerto
por aquí, que muerto por allá, el negocio de Patrocinio prosperaba de día en
día, huelga decir que era el único dedicado a tal fin en muchos kilómetros a la
redonda. Pero al igual que los ricos también lloran, pues también mueren y de pronto,
comenzaron a morir con más asiduidad, uno en febrero y no acabado marzo otro. Y
en tanto, Patrocinio que entierro va y entierro viene. Y de buenas a primeras,
que en la Casona del acantilado de la Playa fallece, en extrañas circunstancias
la esposa del Sr. que al parecer paseaba por los jardines al borde del
acantilado recogiendo lirios , vino a aparecer despeñada, al pie del risco,
donde la encontró la familia en la arena, pasándoles las olas por encima corriendo el día 16 del mes de Julio. Dos meses
más tarde pasó que se encontró al señor en medio de la finca, caído al pie de
un risco, desnucado, caída accidental certificó el médico-forense. Muerte
accidental dictaminó el Juez de Guardia. Y se lo llevaron a enterrar y del
funeral se encargó Patrocinio, al que todos llamaban así, sin un don o un doña
delante, mostrando al acaudalado muerto ricamente vestido con traje y corbata
con la cara maquillada y el bigote engominado. Su hijo al ir a darle el último
adiós se acordó de pronto, vaya Vd. a saber por qué, de la hoja del cuaderno de
dibujos de ataúdes que fugazmente vio en el patio de la escuela mientras duraba
el recreo cuando todavía era un niño. Y es que, al final, pasó lo que pasó
porque habían pasado lo que no tenía que haber pasado, pero pasó.
quicopurriños
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