lunes, 27 de junio de 2022

¡LECCION DE HUMILDAD! ¡LECCION DE AMOR!

 

¡LECCION DE HUMILDAD!

¡LECCION DE AMOR!

 QUICOPURRIÑOS

          Previa convocatoria, coincidiendo con el día de la Cabalgata de un Carnaval fuera de fecha, fuimos entrando a la hora señalada en “La Taberna del Puerto”, esa que se encuentra al principio de la calle de La Marina. Dicen que cualquier disculpa es buena, que no hace falta un motivo  para compartir mesa y mantel con amigos con los que igualmente compartimos aulas y bancos cuando todavía llevábamos pantalón corto y nos enseñaban unos tíos con unas túnicas negras rematadas con un “baberito” a la altura del cogote. Pero esta vez, sí que había un motivo. La razón, celebrar “la resurrección” de nuestro querido compañero Luis Joaquín, uno que siguió los pasos de aquellos tutores de negro y que hoy cotiza en la Seguridad Social en ese régimen que tiene los afiliados dados de alta por el Obispado. Y es que, fuera Covid, neumonía o lo que fuera, el bueno de Luis Joaquín, entró en el Hospital cuando se celebra la Navidad y no le dejaron salir hasta hace bien poco, entrando y saliendo de planta, de Uvi,  de comas y más comas inducidos y hasta, casi, de un  punto final.

Íbamos llegando al lugar del convite donde surgía el  reencuentro con algunos, que el tiempo se había empeñado en separar durante más de cincuenta años. Y abrazo va y abrazo viene tropiezo con Guillermo, el entrañable, el inimitable, el irrepetible Guillermito, quien de pequeño destacara por ser digamos, “desinquieto”, “jeribilla” y al preguntarle cómo te encuentras  recibir de este como respuesta, más sosegado y equilibrado que nunca, a lo que no pude evitar un  precipitado ¿eso, tratándose de ti,  podría ser discutible?

Seguía llegando gente y gente, así  hasta la quincena, momento oportuno para pasar al comedor, donde camareros, a ritmo tranquilo, fueron depositando sobre la mesa los alimentos que íbamos a tomar, que al estar acompañados de tan querido e  ilustre representante de la confesión más representativa del país, ni precisaban ser bendecidos. Y se brindó con vino o con cerveza, con agua o con Fanta, pero todos alegres de encontrarnos una vez más, y, en esta ocasión, con motivo tan justificado. Y entonces, cuando ya se servían los cafés, en ese momento en el que parece que si no se dice algo queda como si no se hubiera servido el postre, sin que nadie lo esperara, Guillermito, aquél niño que destacara en su infancia por jeribilla, alocado y desinquieto, el mismo al que al llegar y contestarme que se encontraba más sosegado que nunca  le espeté ese “eso sería opinable” tomó una cuchara, golpeó repetidamente un vaso para llamar la atención de todos  y , aunque embargado por la emoción y con un nudo en la garganta , comenzó a hablar:

  “Hoy era necesario esta comida, esta comida de celebración, de alegría, de reencuentro con el amigo Luis Joaquín”. Y es que mientras estuvo ingresado fue él quien se encargó, casi a diario, de darnos el parte médico a través del wsap del grupo, el que constantemente nos informaba de su evolución, el que, a su manera exhortaba a aquellos que creen en Dios a rogar por él y a los que no lo hacemos tanto pues que se lo pidieran a sus dioses y ese deseo , estoy seguro de ello, fue seguido por todos. Y así, confesó, que durante todo ese tiempo de angustia, de espera, tenía su casa llena de velas y luces encomendadas a todos los Santos imaginables, porque no podía ser, porque no podía permitir que aquél  para el que Luis Joaquín había dedicado toda su vida de amor y entrega a los demás, le jubilara anticipadamente por mucho que lo llevara a su lado, porque, su vida en La Tierra tenía que continuar, que muchos le necesitábamos, nos dijo con voz desgarrada Ni que decir tiene que , ya en esos momentos, las lágrimas de los que alrededor de aquella mesa nos habíamos sentado, bastaban y sobraban  para apagar la Sardina que, el día anterior, tras su entierro y por aquello del Carnaval, había sido quemada. Entonces me tragué mi comentario jocoso y facilón, quien soy yo para poner en duda su cordura me dije ,porque sin duda, el viernes Guillermo dio, me dio, nos dio,  toda una lección de amor, toda una lección de humildad, porque, sólo los humildes son capaces de brillar como él lo hizo.

Dedicado a Luis Joaquín Gómez Jaubert, alegrándome por su “resurrección” y a Guillermo Fornies, por sus “Divinas Palabras”. quicopurriños

 

 

 

 

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