¡LECCION DE HUMILDAD!
¡LECCION DE AMOR!
QUICOPURRIÑOS
Previa convocatoria, coincidiendo con el día de la Cabalgata de un Carnaval fuera de fecha, fuimos entrando a la hora señalada en “La Taberna del Puerto”, esa que se encuentra al principio de la calle de La Marina. Dicen que cualquier disculpa es buena, que no hace falta un motivo para compartir mesa y mantel con amigos con los que igualmente compartimos aulas y bancos cuando todavía llevábamos pantalón corto y nos enseñaban unos tíos con unas túnicas negras rematadas con un “baberito” a la altura del cogote. Pero esta vez, sí que había un motivo. La razón, celebrar “la resurrección” de nuestro querido compañero Luis Joaquín, uno que siguió los pasos de aquellos tutores de negro y que hoy cotiza en la Seguridad Social en ese régimen que tiene los afiliados dados de alta por el Obispado. Y es que, fuera Covid, neumonía o lo que fuera, el bueno de Luis Joaquín, entró en el Hospital cuando se celebra la Navidad y no le dejaron salir hasta hace bien poco, entrando y saliendo de planta, de Uvi, de comas y más comas inducidos y hasta, casi, de un punto final.
Íbamos llegando al lugar del convite
donde surgía el reencuentro con algunos,
que el tiempo se había empeñado en separar durante más de cincuenta años. Y
abrazo va y abrazo viene tropiezo con Guillermo, el entrañable, el inimitable,
el irrepetible Guillermito, quien de pequeño destacara por ser digamos,
“desinquieto”, “jeribilla” y al preguntarle cómo te encuentras recibir de este como respuesta, más sosegado
y equilibrado que nunca, a lo que no pude evitar un precipitado ¿eso, tratándose de ti, podría ser discutible?
Seguía llegando gente y gente, así hasta la quincena, momento oportuno para pasar
al comedor, donde camareros, a ritmo tranquilo, fueron depositando sobre la
mesa los alimentos que íbamos a tomar, que al estar acompañados de tan querido
e ilustre representante de la confesión
más representativa del país, ni precisaban ser bendecidos. Y se brindó con vino
o con cerveza, con agua o con Fanta, pero todos alegres de encontrarnos una vez
más, y, en esta ocasión, con motivo tan justificado. Y entonces, cuando ya se
servían los cafés, en ese momento en el que parece que si no se dice algo queda
como si no se hubiera servido el postre, sin que nadie lo esperara,
Guillermito, aquél niño que destacara en su infancia por jeribilla, alocado y
desinquieto, el mismo al que al llegar y contestarme que se encontraba más
sosegado que nunca le espeté ese “eso
sería opinable” tomó una cuchara, golpeó repetidamente un vaso para llamar la
atención de todos y , aunque embargado
por la emoción y con un nudo en la garganta , comenzó a hablar:
“Hoy
era necesario esta comida, esta comida de celebración, de alegría, de
reencuentro con el amigo Luis Joaquín”. Y es que mientras estuvo ingresado fue
él quien se encargó, casi a diario, de darnos el parte médico a través del wsap
del grupo, el que constantemente nos informaba de su evolución, el que, a su
manera exhortaba a aquellos que creen en Dios a rogar por él y a los que no lo
hacemos tanto pues que se lo pidieran a sus dioses y ese deseo , estoy seguro
de ello, fue seguido por todos. Y así, confesó, que durante todo ese tiempo de
angustia, de espera, tenía su casa llena de velas y luces encomendadas a todos
los Santos imaginables, porque no podía ser, porque no podía permitir que
aquél para el que Luis Joaquín había
dedicado toda su vida de amor y entrega a los demás, le jubilara
anticipadamente por mucho que lo llevara a su lado, porque, su vida en La Tierra
tenía que continuar, que muchos le necesitábamos, nos dijo con voz desgarrada
Ni que decir tiene que , ya en esos momentos, las lágrimas de los que alrededor
de aquella mesa nos habíamos sentado, bastaban y sobraban para apagar la Sardina que, el día anterior,
tras su entierro y por aquello del Carnaval, había sido quemada. Entonces me
tragué mi comentario jocoso y facilón, quien soy yo para poner en duda su
cordura me dije ,porque sin duda, el viernes Guillermo dio, me dio, nos dio, toda una lección de amor, toda una lección de
humildad, porque, sólo los humildes son capaces de brillar como él lo hizo.
Dedicado a Luis Joaquín Gómez Jaubert,
alegrándome por su “resurrección” y a Guillermo Fornies, por sus “Divinas
Palabras”. quicopurriños
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