LOS MODERADOS
Que los
adjetivos sustituyan al objetivo es el triunfo de la no política. Un absurdo
aceptado y generalizado
GERARDO TECÉ
Juan Manuel Moreno Bonilla y Macarena Olona
charlando en la Feria de Abril.
Cuando hace diez años las tertulias políticas sustituyeron los sábados por la noche a las del corazón debimos sospechar que algo no iba bien. No lo hicimos. Cambiar a Belén Esteban por tipos hablando de política es, quieras que no, un avance, me dijo por aquel entonces no recuerdo qué amigo, así que probablemente el amigo fuese yo mismo. Cuánta inocencia. El gran éxito de la política convertida en prensa rosa fue lograr que el fin último de la política, los objetivos, fueran sustituidos por adjetivos. Es decir, la nada, el vaciamiento de la política. El último adjetivo de moda es “moderado”. Es el tiempo de la moderación, proclaman y repiten desde hace unos días, entusiasmados, los mismos tertulianos que hace unos meses proclamaban entusiasmados que era el tiempo de la política “natural” de Díaz Ayuso –política echada al monte quedaba largo como definición.
Con la política
convertida en pasarela de adjetivos de usar y tirar, desfilemos y definamos qué
es eso de la moderación, ya que moderado era, por ejemplo, Tom Hagen,
consigliere irlandés del Padrino que manejaba con exquisita elegancia y formas
los asuntos internos de la mafia siciliana. Hablar de la moderación de líderes
como Feijóo o Moreno Bonilla es hablar de un complemento diseñado para ocultar
el traje. Unas buenas formas siempre son de agradecer, negarlo sería estúpido.
Que un líder con todos los altavoces mediáticos en su mano use unas formas u
otras con respecto a diferentes colectivos puede suponer que, en un momento
dado, un inmigrante o un homosexual sean atacados en el metro o que puedan
hacer el viaje sin sobresaltos. Las formas moderadas son, en ese sentido y en
cualquier espacio tiempo, mejores que las histriónicas. Pero más allá de eso no
hay nada y en la gestión de los recursos públicos las formas no operan. Las
Olonas y los Bonillas, diferentes en los adjetivos, comparten objetivos. Si no
me creen, propónganle a los tertulianos de cabecera del PP que sustituyamos a
Feijóo por Juan Diego Botto, conocido izquierdista de exquisitas formas y
moderación. Seguro que no les importa.
Como le espetó
durante la campaña andaluza una de las candidatas al presidente Moreno Bonilla,
educación y moderación no son la misma cosa. Uno puede ser educado, dar los
buenos días sonriente en el portal cada mañana y al llegar al trabajo firmar el
decreto que cierra el ambulatorio del barrio. Uno puede no decir una palabra
más alta que otra y destinar el dinero público a financiar la educación privada
de unos cuantos mientras se maltrata a la de todos. Uno puede ser la viva
imagen de la moderación y defender que las grandes empresas deben recibir
favores mientras no existe ayuda ni piedad para las familias que no llegan a
fin de mes, que la vivienda no es derecho, sino negocio, que la economía
funciona mejor cuando el trabajador y el pensionista cobran poco. Que los
adjetivos sustituyan al objetivo es el triunfo de la no política. Un absurdo
aceptado y generalizado. Tanto como elegir compañía de teléfono en función del
protagonista del spot publicitario. Cariño, vamos a pagar 20 euros más al mes
por un Internet generado por un sistema de pedales con el tipo educado y
moderado del anuncio. Prepárense para escuchar hablar de los moderados a todas
horas y en todo lugar sin freno ni moderación.
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