¡¡PEPE!! ¿Qué haces tú aquí?
QUICOPURRIÑOS
Para comprender
lo que voy a contar no estaría de más ponernos un poco en situación, presentar
al personaje. Y para ello, nada mejor que empezar por el principio, que las
historias, como la vida misma, tienen su principio, su recorrido y también su
fin, que a todos nos llegará.
Pues respecto al principio, toca decir que, vino a nacer el buen hombre allá por la Guinea, en Fernando Poo, cuando corría el mes de abril del año 1957 y todavía no habían sonado los aires de la independencia que, mirándolo bien, lo único que consiguió fue cambiar un dictador blanco por otro dictador negro, el color local. Ser el mayor de siete hermanos imprime carácter, más aún ser el mayor de una ristra de diablillos, de “Angelitos Negros” que diría Machín, a cual más peculiar, a cual más entrañable, a cual más querido. Quizá por eso, a su primer nombre de pila le seguía, de segundo, el de Angel.
Aterrizó con su
familia en la Isla que vio nacer a su madre a principios de los setenta,
formando parte de los que apuraron su
salida de la colonia hasta casi el final de la dominación española, en plan a
“Los últimos de Filipinas”, escapando
rumbo a Tenerife y dejando el terruño donde fuera alumbrado por una lagunera, lugar
en el que transcurrió su infancia, la etapa más bonita y feliz de una vida familiar
y tranquila en palabras de Concha, su madre. Dejar el sitio seguro le produjo
tristeza, la hermosura del paisaje, las gentes,
la familia que allí quedó, las calles a las que volvió unos días, a
finales de la primera década del 2000,
en un vano intento de recuperar algo, de sentir algo, de palpar algo ,de volver
a respirar el aire que respiraba cuando corría de niño por sus rincones, y del
que tuvo que salir corriendo, como corre un ladrón sorprendido en plena faena
en casa ajena, sólo que aquella era su casa o había sido su casa, su tierra o
ese creía.
Ya en Tenerife, la querida familia de
la que hablo, terminó fijando su residencia en la toscalera calle de García
Morato, calle y barrio en el que, desde el minuto uno, se integraron plenamente
impregnando a la zona de un aire nuevo, de un nuevo color. Pero, es que, el Barrio
del Toscal es mucho Barrio, sabe abrir sus corazones e incorpora fácilmente al
que se deja querer, como es el caso que nos ocupa, tanto es así, que la calle
“García Morato”, pasados los años, cambió su nombre por el de “La Tolerancia”.
Y a partir de entonces aquellos niños llegados de la África Española cambiaron
su entorno de Fernando Poo por el Santa Cruz de las todavía Fiestas de
Invierno, de las Fiestas de Mayo, de los
partidos del Tenerife o del Náutico de baloncesto de las doce de la mañana,
terciados los domingos, en la cancha de la Avda. de Anaga, de los juegos
escolares en la desaparecida “Ciudad Juvenil” donde siempre había un Mascarell
en alguno de los equipos que allí jugaran un partido. Y claro, más conocidos que la raspa.
Pepe, Pepito, que es nuestro
protagonista ya camina, como tantos que le conocemos, hacia esa edad de la jubilación.
Tiempo ha tenido pues para conocer gente y tanto que lo ha tenido. Bienvenido
sea ese invento de la agenda en el móvil que le permite incorporar el teléfono
y nombre de todas las personas que ha ido conociendo a lo largo de los años y
que suma como amigos, pues ni en una,
ni en dos, ni en una docena, ni en… de las agendas en vigor a su llegada,
cabrían. Y es el número de amigos que le rodean y le aprecian, lo que explica
el principio y final de este cuento que titulo: ¡Pepe! ¿Qué haces tú aquí?, porque, al igual que decía
que todo tiene un principio, también es sabido que todo tiene un final,
y como la gente fallece, se va o tiene que marchar porque el de la guadaña
tarde o temprano nos llama, tenemos al amigo Pepe, camino del Tanatorio a dar
el pésame a una querida amiga de siempre cuya madre había fallecido y nos
disponíamos a despedir. Pepe, que siempre llega tarde y con prisas, erró la
dirección y de los dos tanatorios que
rodean el Cementerio de Santa Lastenia, fue al de toda la vida, en lugar de al
nuevo. Y como a la carrera va, no cayó en la cuenta de leer el nombre de los
difuntos que se anuncian en las pantallas de acceso, sino que tiró escalera
arriba que ya me encontraré con alguien conocido y sabré en que sala se
encuentra la difunta pensaría. Y resulta que debiera haber sido así pero, al final de la
escalera, alguien, que nada tenía que ver con la parentela del difunto que había requerido su presencia,
le salta con un ¡Pepe!,
¿qué haces tú aquí?, a lo que Pepe extrañado balbucea un yo venía al
entierro de la madre de…y tú?, ¿Yo?, porque se murió mi padre. Pues mi más
sentido pésame fue la socorrida salida del amigo al que le dedico hoy mi
cuento. Medio confundido prosiguió por el pasillo y ve al fondo otra cara
conocida, al que rápidamente se aproxima con un gesto de por fin llegué y al
saludarle, este le con cara de sorpresa le dice: ¡Pepe, ¿qué haces tú aquí? a la vez de que le informa este
segundo que también se le había muerto su padre ante lo cual Pepe, nuestro
Pepito, le dio un sentido abrazo. Matar dos pájaros de un tiro no sería la
expresión más indicada dadas las circunstancia, pero, como no hay dos sin tres,
al final Pepe, cruzó la calle y llegó al entierro correcto, a la sala correcta
del tanatorio correcto, donde dio el correspondiente pésame, el que se
proponía dar cuando salió de su casa. Y
es que, a la tercera va la vencida.
A
mi querido Pepe Mascarell, parte de mi familia.
quicopurriños
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