JORNADA DE GENUFLEXIÓN
ANÍBAL MALVAR
Una
persona ejerce su voto. EFE
Me encantan el olor a napalm por la mañana y la neutralidad de nuestros viejos periódicos en los días llamados de reflexión, esa bonita chorrada. Imagino que las playas andaluzas estarán hoy infestadas de señores y señoras tomando el sol con la pose del pensador de Rodin, reflexionando cual posesos. Qué estampa democrática. Pero no. Más bien observo este día como una jornada de genuflexión. Y aquí lo dejo.
Joaquín Manso,
nuevo director de El Mundo a quien tuve el equívoco privilegio de conocer desde
sus años de becario (ya entonces muy inteligente periodista y mejor
manipulador), no es muy de apoyar el puño en la barbilla, por lo que se
desprende de su editorial de hoy: "A juzgar por los sondeos, los
ciudadanos de Andalucía no quieren experimentos extremistas sino gestores
cualificados que ofrezcan certeza".
Con lo de
"experimentos extremistas" aluden sin duda a Podemos, y no a Vox,
presumible socio de Juanma Moreno y partido más que centrado en el abanico
ideológico: el centro-nazismo. Lo de buenos gestores va sin duda por los chicos
del PP, que llevan décadas transitando de las cuentas opacas en Suiza a las
cárceles españolas con pasmosa naturalidad. Si de algo podemos presumir los
españoles es de la elegancia, el centralismo y la capacidad de gestión de muchos
de nuestros presidiarios.
Con mayor respeto a
las rodinianas reflexiones, La Razón y ABC sembraron sus opiniones días antes,
y hoy se centran (con perdón) más en pedir la dimisión de Mónica Oltra por los
desafueros sexuales de su ex marido. No nos extrañemos. Estos mismos medios se
pasan el día exigiendo la dimisión de Felipe VI por el evasor fiscal de su ex
padre (es broma: lo aclaro porque últimamente estoy constatando, gracias a las
redes sociales, cómo el español medio de izquierdas va perdiendo su sentido del
humor, y antepone la literalidad a su capacidad de interpretación, asesinando
sin querer el ingenio, el cinismo, el sarcasmo y, por tanto, todo rastro de
literatura en los periódicos. Pena).
Días atrás, La
Razón dejaba una semilla evidente en su editorial titulado Moreno debe sumar
más por su izquierda. "Parece claro que la estrategia de agitar el
fantasma de la ultraderecha no le ha dado el resultado esperado al candidato
del PSOE, Juan Espadas, como, por otra parte, viene ocurriendo en las últimas
convocatorias electorales".
La expresión
"el fantasma de la ultraderecha" no deja de fascinarme por su
polisemia. La usan nuestros viejos medios para hacer exactamente lo que
hicieron los periódicos franceses, norteamericanos y británicos en la preguerra
mundial: dulcificar el nazismo. La ultraderecha en España es solo eso, un
fantasma de racismo y antifeminismo que no debe preocuparnos. La ultraderecha
no existe, como durante años no existió en muchos medios occidentales el
exterminio de judíos. Pero resulta que Vox ya cogobierna Castilla y León, y ha
dado pruebas en pocas semanas de por dónde van sus tiros. Que la ultraderecha
es muy de tiros (otra impertinente polisemia involuntaria).
Yo lo del
"fantasma de la ultraderecha" lo interpreto como si les estuvieran
llamando fantasmas a los de Vox, que lo son, con sus atavíos paramilitares
después de haberse escaqueado de la mili gracias a las influencias de su
franquista papá, con sus jacarandosos alardes viriles cuando no tienen ni media
polla de capacidad intelectual.
Anda diciendo Pablo
Iglesias en su cosa de esta casa lo perverso y eficiente que puede resultar el
poder mediático para encauzar tendencias electorales, y yo no puedo estar más
en desacuerdo. En EEUU la oposición mediática casi unánime fue incapaz de
frenar a Donald Trump, un personaje patético al que ninguna mente equilibrada
le encargaría siquiera la custodia de una piruleta. Yo lo achaco más a una
tendencia global a la incultura voluntaria: es hoy tan fácil el acceso al saber
que lo despreciamos. El Guillermo de Baskerville de hoy no se hubiera internado
en las llamas de la abadía para salvar la Poética de Aristóteles, sino un pin
de Aristóteles y su teléfono con las fotos íntimas. No es que el relato mate al
dato, en mi ignarísima opinión. Es otra cosa. Más grave.
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