SIN SALIDA
Cuando
los intelectuales españoles debatieron
sobre la OTAN
Felipe González durante un encuentro con
Ronald Reagan
en la Casa Blanca en 1983.
Para mi franja generacional, la de quienes accedieron a la mayoría de edad al mismo tiempo que en España se restauró la democracia participativa, hay una serie de jalones históricos que adquirieron muy pronto el valor de hitos simbólicos y que contribuyen mejor que nada a explicar los rumbos de la sociedad española a partir de la llegada de los socialistas al poder, en 1982. Uno de ellos, quizá el de mayor trascendencia, es el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, celebrado el 31 de mayo de 1986. Es sabido que, tanto antes como durante la campaña electoral que precedió a su victoria en las urnas, los socialistas, que se disponían a heredar como un hecho consumado el ingreso
de
España en la OTAN, formalizado muy poco antes de su llegada al poder, habían
declarado su oposición al Tratado de Washington y su exigencia de un referéndum
que avalara o no la conveniencia de adherirse al mismo. El eslogan de su
posición a este respecto era un cauteloso “OTAN, de entrada no” que apenas dos
años después, ya en el Gobierno, y enfrentados imperiosamente a la celebración
del referéndum, mutó en un resuelto “Vota SÍ en interés de España”. Un
envalentonado Felipe González, enseguida convertido él mismo (y con él su
partido) en el camaleón que no ha cesado luego de cambiar de colores,
apuntalaba este último eslogan con una amenazadora advertencia: “El que quiera
votar que no, que piense antes qué fuerza política gestionará ese voto”.
A finales de 1981,
poco antes de firmarse la adhesión de España a la OTAN, un sondeo publicado por
El País concluía que sólo un 18% de la población española estaba a favor de
entrar, mientras que el 52% se declaraba abiertamente en contra y el 30% no
sabía o no contestaba. El Gobierno del PSOE tuvo que emplear todo el peso del
Estado y de los medios públicos para doblegar la voluntad de una ciudadanía
que, en las encuestas, no mucho antes de la celebración del referéndum, se
manifestaba favorable a la salida de la OTAN. La pregunta que se planteó a los
españoles en mayo de 1986 –“¿Considera conveniente para España permanecer en la
Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?”– fue
cuidadosamente estudiada, y formulada al final del modo más capcioso, a efectos
de allanar las resistencias al sí. Entre otros ardides, se contaba el de evitar
las siglas OTAN y en su lugar emplear el nombre Alianza Atlántica. Previamente
a la pregunta, se detallaban tres de esos términos: “1. La participación de
España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura
militar integrada”; “2. Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o
introducir armas nucleares en territorio español”; “3. Se procederá a la
reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España”.
Ninguno de estos tres términos ha sido respetado con posterioridad.
El referéndum
arrojó un 52,5% de votos a favor del sí, un 39,85% a favor del no, y un 6,54%
en blanco
El referéndum, en
el que participó un 59,42% de la población, arrojó un 52,5% de votos a favor
del sí, un 39,85% a favor del no, y un 6,54% en blanco. Como concluía un
revelador informe elaborado por el Centre Delàs d’Estudis per la Pau en 2016,
cuando se cumplían treinta años de la celebración del referéndum, “se puede
considerar la integración en la OTAN como el entierro definitivo de las
esperanzas de las fuerzas sociales que habían luchado para construir un modelo
de democracia más participativo que permitiera intervenir directamente sobre
cuestiones de trascendencia. Aquella derrota cerró de manera definitiva la
transición española de la dictadura franquista a la democracia y los
movimientos sociales vieron frustradas sus esperanzas de transformación y
ruptura con el viejo régimen. La prueba es que nunca más en España se celebró
un nuevo referéndum”.
Según una encuesta
encargada recientemente por el Real Instituto Elcano de Estudios
Internacionales y Estratégicos, en vísperas de celebrarse en Madrid una cumbre
de la OTAN, el 83% de los españoles se muestra favorable a la continuidad de
España en ella. Conforme a esta misma encuesta, el apoyo es casi unánime entre
los electores de la derecha y centro-derecha, mientras que entre los votantes
de izquierda se sitúa en el 66%. Hace sólo cuatro años, el apoyo alcanzaba diez
puntos menos, apenas un 73%, de lo que cabe desprender que el incremento se ha
producido específicamente entre los votantes de izquierda.
En mi contribución
al libro colectivo ideado y coordinado por Guillem Martínez CT o la Cultura de
la Transición: crítica de 35 años de cultura española (Debolsillo, 2012), me
detenía particularmente en el referéndum sobre la OTAN para justificar la tesis
que allí sostenía, a saber: que la llegada al poder de los socialistas, en
1982, supuso un histórico cambio de signo en lo que durante al menos dos siglos
había sido la actitud comúnmente característica de los escritores, artistas e
intelectuales españoles con respecto el poder: la de un criticismo y una
resistencia a menudo hostiles y combativas, muy en particular durante el
franquismo.
“Durante los años
ochenta –escribía yo–, a partir de la llegada de Felipe González al poder,
empezó a darse en toda España, entre los representantes del Estado y los de la
cultura, un festivo conchabamiento que ilustran ejemplarmente las célebres
reuniones en ‘la bodeguilla’ de La Moncloa, en las que Felipe González y la que
entonces era su mujer, Carmen Romero, convocaban periódicamente, de manera
informal, a un grupito de amiguetes entre los que se contaban como asiduos
algunas destacadas figuras y figurones de las artes, las letras y el periodismo
español (entre ellos, Francisco Umbral, Miguel Ángel Aguilar, Javier Pradera,
José Luis Coll, Luis Eduardo Aute y tanti quanti, incluidos, no se lo pierdan,
Teddy Bautista y Ramoncín). Interesaba al nuevo Estado democrático liderado por
González, el lucimiento de los intelectuales y creadores como garantía de
credibilidad y airosa rúbrica al proyecto de renovación y desmemoriada
convivencia, emprendido con el consenso de la mayor parte de la población. Y
aquéllos se dejaron agasajar complacidamente, con frecuencia infatuados por las
ventajas de una nueva modalidad de “compromiso” que por vez primera en la
historia los alineaba con el bando ganador.
“Acerca de esto
último, poseen una enorme ejemplaridad los alineamientos respecto al referéndum
sobre la permanencia o no en la OTAN. Había de ser el mismísimo Juan Benet –a
pesar de haberse mostrado siempre muy crítico con ‘las evidentes
contradicciones y culpables errores de los dirigentes socialistas’– quien,
secundando una iniciativa de Javier Pradera, impulsara y redactara un
manifiesto en respaldo al SÍ que propugnaba el Gobierno, después de una campaña
llena de ambivalencias que indispuso a buena parte del electorado en contra de
la Alianza. El manifiesto obtuvo, entre otras muchas, las firmas de
personalidades como Julio Caro Baroja, Eduardo Chillida, Antonio López, Rafael
Sánchez Ferlosio, Jaime Gil de Biedma, Jorge Semprún, Adolfo Domínguez, Oriol
Bohigas, Juan Cueto, Juan Marsé, Luis Goytisolo, José María Guelbenzu, José Miguel
Ullán, Assumpta Serna, Álvaro Pombo, Luis Antonio de Villena, Beatriz de Moura,
Carlos Bousoño, Sancho Gracia, Santos Juliá, Luis de Pablo, Javier Pradera,
Michi Panero, Francisco Calvo Serraller, Marta Moriarty, Tomás Lloréns y un
largo etcétera. […] Ciertamente, la complicidad que, al poco de morir Franco,
se estableció en España entre la clase política y la intelectual, sólo puede
explicarse si se entiende que, como escribiera Vázquez Montalbán, ‘se habían
creado las condiciones materiales para que el supuesto milagro político de la
transición consistiera simplemente en la adecuación de unas superestructuras de
poder a lo que en la base material ya se había dado: la conformación de una
sociedad fundamentalmente burguesa, cuya vanguardia, militara en la
socialdemocracia o en los centros democráticos, había de ser la gran
protagonista y beneficiaria de la transición y la que aportaría cuadros, cargos
y dirigentes a casi todas las formaciones políticas y todos los estamentos de
poder, que son la verdadera silueta del establishment democrático’. Serían los
representantes de este establishment quienes fijaran, según Vázquez Montalbán,
el gusto de lo culturalmente correcto a la par de lo políticamente correcto”.
El mismo Vázquez
Montalbán se contó entre los firmantes, en 1986, del documento contra la
permanencia de España en la OTAN promovido por la Plataforma Cívica para la
Salida de España de la OTAN que encabezaba el escritor Antonio Gala (¡Gala
versus Benet!: la partida se establecía con campeones de muy distinto peso). El
documento denunciaba “los elementos de confusión introducidos en el texto
oficial de la consulta” y propugnaba para España “una política de neutralidad
activa, política caracterizada por una sección exterior orientada a lograr la
paz y el desarme a través del incremento de la cooperación internacional”. “Una
política”, añadía, “en la cual los planes de defensa estén ajustados a las
necesidades estratégicas de nuestro país […] una política de responsabilidad y
participación que contribuya a eliminar o atenuar los conflictos que se
producen en el mundo”.
Otros firmantes del
documento contra la permanencia de España en la OTAN eran José Luis Aranguren,
Rafael Alberti, Juan Genovés, Luis García Berlanga, Manuel Tuñón de Lara,
Cristina Almeida, José Luis Garci, José María Caballero Bonald, Manuel Vázquez
Montalbán, Francisco Umbral, Carmen Martín Gaite, Carlos Castillo del Pino,
Lola Gaos y Lluís Llach. A estos nombres cabe añadir, por también haberse
manifestado expresamente a favor del NO en el referéndum, otros como los de
Juan García Hortelano, Josep Fontana o Montserrat Roig. Y el de Fernando
Savater, que en una tribuna de El País declaraba su rechazo a la pretensión de
que “pertenecer –comercial, política o culturalmente– a Europa exige adhesión a
la Alianza Atlántica, es decir, a la hegemonía militar norteamericana”. Claro
que en el mismo artículo Savater se preguntaba, en referencia a la misma OTAN:
“¿Alguien puede suponer en serio que dentro de, pongamos, 25 años –si queda por
entonces Europa o mundo del que hablar– seguirá vigente un engendro
burocrático-guerrero de tales características?”.
Con más penetración
profética, Manuel Sacristán, en un sonado artículo publicado por las mismas
fechas (“La OTAN hacia dentro”), pronosticaba que los argumentos blandidos por
los proatlantistas contribuían a “destruir no ya la insustancial democracia que
hoy tiene el país, sino algo mucho más importante, a saber, la confianza que
aún le quede a una parte de los españoles en la posibilidad de una vida
política decente”. Que esos argumentos terminarían por “corromper políticamente
a muchos y sumir a otros tantos en la inhibición”, por cuanto entrañaban “la
imposición a los españoles del sentimiento de impotencia, de nulidad política,
de su necesidad de obedecer y hasta de volver su cerebro y su corazón al
revés”.
Como sostiene
Javier Muñoz Soro en un excelente ensayo de 2016 titulado El final de la
utopía. Los intelectuales y el referéndum de la OTAN en 1986, “la campaña del
referéndum provocó una división del campo intelectual sin precedentes desde el
inicio de la transición, además con un elevado grado de visibilidad pública y
dramatización. No sólo por la neta contraposición que determinaban las dos
opciones a elegir, sino también por el amplio protagonismo que esos
intelectuales, ahora acompañados de periodistas, cantantes y artistas famosos,
tuvieron como portavoces de la movilización social. Tras la derrota del NO
algunos de aquellos intelectuales señalaron el camino a seguir, en ‘un intento
humilde pero tenaz de reconstruir el tejido social de la izquierda’, bajo el
paraguas de IU”. Los términos del debate previo al referéndum sobre la
permanencia en la OTAN “marcaron una ruptura definitiva con la memoria
antifranquista y una escisión dentro de la intelectualidad de izquierdas que
tendría consecuencias duraderas, sobre todo en la primacía de los partidos
políticos sobre la sociedad civil”. Por lo que toca a dicha “escisión”, sus
efectos se perpetúan en la que no deja de reflejarse entre los actuales socios
de Gobierno, en una correlación de fuerzas todavía más contrastada a favor de
los socialistas, con la consiguiente prevalencia de un realismo y un
pragmatismo convertidos entretanto en sustancia ideológica.
Transcurridas más
de tres décadas, las consecuencias del giro de timón que lideró Felipe González
siguen presentes en la sociedad y cultura españolas
El caso es que,
transcurridas más de tres décadas, las consecuencias del espectacular giro de
timón que lideró Felipe González siguen presentes en la sociedad y en la
cultura españolas, consolidadas y abonadas por los gobiernos de derecha, cuyo
camino y argumentario sin duda allanaron.
En el famoso
manifiesto de los intelectuales en apoyo al SÍ a la OTAN, el argumento
principal para cuestionar el NO era que este, “defendido hasta el presente de
manera exclusiva por los movimientos pacifistas y grupos de izquierda”, estaba
siendo “usurpado por sectores reaccionarios", resueltos a utilizar el NO
“para fines espurios a costa de los intereses de la ciudadanía”.
Ya ven ustedes. De
aquellos polvos, estos lodos.
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