UNA BODA DE LUJO, CON MESEROS
ILKA OLIVA CORADO
Es una de esas
bodas tan comunes entre latinoamericanos indocumentados en Estados Unidos:
llenas de desconocidos, tirando la casa por la ventana, con dinero prestado y todo para enviar el
video y las fotos a los familiares en sus países de origen y; mostrarles que triunfaron, que lograron el
sueño americano, que pueden darse el lujo de pagar un buen salón y un servicio
de comida con meseros; aunque ellos trabajen limpiando baños, mezclando
cemento, cortando grama o en la tapisca en los campos de cultivo de los grandes
empresarios que no precisamente en su mayoría son anglosajones. Porque
quien explota no tiene color, ni
religión, no tiene nacionalidad ni ideología; puede ser cualquiera que tenga el
poder para hacerlo desde su posición de
privilegio ante otros.
Es boda de
guatemaltecos, no pusieron marimba porque dicen que son ladinos del oriente
entonces pusieron norteñas mexicanas, hay otros que ponen marimba unos minutos
porque dicen que son guatemaltecos a morir y que la marimba los identifica, (y
no pasan de Luna de Xelajú porque desconocen todo lo demás) pero al indígena lo ven como la bosta a la que no hay que machucar porque
ante todo son racistas. Porque si en Guatemala al indígena el ladino lo trata
mal, en el extranjero el trato es elevado al cuadrado. Es más fácil que un
guatemalteco ladino llame a la migra para denunciar y pedir la deportación de
un indígena a que lo haga un gringo.
Palabras van y
palabras vienen, dedicatorias por aquí, agradecimientos por allá, loas al
viento y lágrimas de emoción e hipocresía: todos sonríen para la foto. La boda
se está transmitiendo en vivo por las redes sociales, en el pueblo de donde son
los novios hay reunión y por medio de
una computadora logran ver a los novios de gala y a los invitados, atipujándose
a dos manos el manjar que sirven los meseros. Mientras unos bailan otros
brindan, el licor es gratis entonces aprovechan a llenar el bucul, que los
saquen cargados, no importa. No importa tampoco quiénes son los novios, es
noche de sábado y es verano, con comida y licor gratis.
Salgo a tomar aire
con el pretexto de ir al baño, el ambiente es pesado. En el recinto hay cuatro
salones y en todos se están realizando bodas, los baños están afuera al final
del corredor, hacia estos me dirijo pero noto que se está realizando una boda
de palestinos y la celebran por separado, en un salón entran los hombres y en
otro las mujeres, todos están vestidos de gala con su ropa típica. Es una
elegancia deslumbrante, una belleza encantadora
la de todos ellos. Me detengo a
observar los trajes, los detalles minuciosos de costura y adorno, los cuerpos
esculturales de las mujeres y la finura
de los hombres que todos llevan su
kufiyya palestina.
Palestina, llevan
todos a Palestina en sus ropas, en cómo se paran, cómo hablan, en sus gestos,
en el orgullo con el que portan su kufiyya. Palestina, digo para mis adentros,
recordando el genocidio que están viviendo y; de pronto desde lo más profundo
del alma una fuerza venida desde las entrañas me hace empuñar la mano y levantar
el brazo para gritar, ¡Viva Palestina libre!, a lo que ellos respondieron al
unísono en un grito sonoro y con la mano empuñada en alto: ¡Viva!, e
inmediatamente las lágrimas de ellos y las mías rodaron por nuestros rostros,
nos abrazamos todos. Y fue un abrazo sin fronteras, sin diferencia de culturas,
sin que unos fueran refugiados, residentes, ciudadanos estadounidenses de
origen palestino o indocumentados. Sin
diferencia de color, sin diferencia de idioma, fue un abrazo de clamor de
justicia, de memoria, de amor, de solidaridad, de hermanad. Un abrazo dolido
pero también amado.
Fue tan solo un
instante y después todos nos secamos las lágrimas, sonreímos y nos despedimos,
ellos siguieron en su grupo esperando entrar a la fiesta , cada género a su
salón y yo seguí hacia los baños, donde me encontré en otro mundo, en el mundo de los
autorretratos con teléfono celular y el
de las poses infinitas de aparente felicidad; de mujeres presumiendo peinados,
tacones, dietas, vestidos y maquillaje, todo
para publicarse inmediatamente en las redes sociales. No me extrañó en los más mínimo que la mayoría
fueran guatemaltecas que estaban en la misma boda a la que asistí.
Me acerqué al
espejo, me compuse el turbante y regresé a la fiesta, ya no tan vacía, ya no
tan carente de sentido, ya no tan con el
ánimo agriado, tomé una copa de vino y brindé, sola, en mis adentros, por la
libertad de Palestina, sentada en la silla de una mesa donde los invitados
criticaban los zapatos de fulano, el vestido de la mengana y otros se sorteaban
quién se llevaría la botella de whisky que estaba en el centro de la mesa junto
con el adorno. Todo esto mientras los novios se besaban, otros invitados bailaban las norteñas y los
familiares los veían a miles de
kilómetros en una aldea remota del
oriente guatemalteco, llorando la ausencia y llorando el orgullo de que los
suyos habían logrado el tan aclamado sueño americano, que se hacía visible en
una boda de lujo, con meseros.
Blog de la autora:
https://cronicasdeunainquilina.com
Ilka Oliva
Corado @ilkaolivacorad
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