viernes, 14 de junio de 2019

EL FINAL DE LA HISTORIA (SOBRE LAS PROMESAS ELECTORALES)


EL FINAL DE LA HISTORIA
SERGI PÀMIES,
De las semanas previas a los pactos definitivos en gobiernos y municipios hemos aprendido que los principios son reversibles y que la vergüenza que debería provocar ser consciente de ello ha quedado reducida a un sectario motivo de orgullo. El mercado de los argumento está lo bastante devaluado para aceptar el incumplimiento de promesas electorales que, una vez alcanzada la fase práctica de poder, no sólo modifican el criterio de los candidatos sino también el de los votantes. En nombre del pragmatismo, la astucia, la patria o la justicia las contorsiones se multiplican hasta el punto de que hablar de alianzas contra natura deja de ser un insulto para transformarse en una simple descripción.
La charlatanería de los partidos impide que se instaure un sentido de servicio público a la altura de las múltiples emergencias –municipales, autonómicas, nacionales, estatales, continentales y planetarias– que estamos viviendo. Pero el interés a corto plazo y la adrenalina de los egos perpetúan la ingeniería del gregarismo entendida como recurso totalitario de parálisis, la lógica de la ineficacia y el escaqueo virtuoso de hablar mucho para no hacer nada.

Los candidatos ya no se toman la molestia de establecer un mínimo programa de primeras medidas urgentes, ni siquiera en ámbitos de máxima proximidad, y ni los votantes ni la opinión publicada tampoco se lo exigimos. En todas partes se habla de pactos a la contra o de elegir males menores y nadie se atreve a ser el primero en proponer coaliciones programáticas que, desde la concreción y la transparencia, dignifiquen lo que antes conocíamos como pacto al margen del fanatismo robotizado de las redes. Convertidos en espectadores de una intriga que se alimenta de pulsiones políticas escandalosamente mezquinas –intransigencia, incompetencia y narcisismo– y de pornografía emocional, preferimos engañarnos con el espejismo de creer que tenemos razón que participar en nada remotamente parecido a un principio compartido de responsabilidad en una posible solución.

Lo decía Charles Pascua con su irreverente franqueza: “Las promesas de los políticos sólo comprometen a los que las reciben”. La confusión y el espectáculo son buenas para alimentar el argumento y la intriga de la actualidad pero no para prever las consecuencias de desenlaces que, a medida que pasan los años, nos van explotando en las manos.

Ojalá toda la energía y el tiempo que invertimos en interiorizar la lógica de los pactos de gobierno sirviera para reforzar la política como lenguaje de participación y cohesión cívica y no para perfeccionar nuestra capacidad de ser cada vez más viscerales o, peor aún, desesperadamente escépticos. Eso sí: con la rabiosa vehemencia que tanto define a los intransigentes exigimos que nadie haga un spoiler sobre el desenlace de la historia, probablemente porque ya sabemos cómo acaba.

Sergi Pàmies, La Vanguardia, 14 junio 2019

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