EL FINAL DE LA HISTORIA
SERGI PÀMIES,
De las semanas
previas a los pactos definitivos en gobiernos y municipios hemos aprendido que
los principios son reversibles y que la vergüenza que debería provocar ser
consciente de ello ha quedado reducida a un sectario motivo de orgullo. El
mercado de los argumento está lo bastante devaluado para aceptar el
incumplimiento de promesas electorales que, una vez alcanzada la fase práctica
de poder, no sólo modifican el criterio de los candidatos sino también el de
los votantes. En nombre del pragmatismo, la astucia, la patria o la justicia
las contorsiones se multiplican hasta el punto de que hablar de alianzas contra
natura deja de ser un insulto para transformarse en una simple descripción.
La charlatanería de
los partidos impide que se instaure un sentido de servicio público a la altura
de las múltiples emergencias –municipales, autonómicas, nacionales, estatales,
continentales y planetarias– que estamos viviendo. Pero el interés a corto
plazo y la adrenalina de los egos perpetúan la ingeniería del gregarismo
entendida como recurso totalitario de parálisis, la lógica de la ineficacia y
el escaqueo virtuoso de hablar mucho para no hacer nada.
Los candidatos ya
no se toman la molestia de establecer un mínimo programa de primeras medidas
urgentes, ni siquiera en ámbitos de máxima proximidad, y ni los votantes ni la
opinión publicada tampoco se lo exigimos. En todas partes se habla de pactos a
la contra o de elegir males menores y nadie se atreve a ser el primero en
proponer coaliciones programáticas que, desde la concreción y la transparencia,
dignifiquen lo que antes conocíamos como pacto al margen del fanatismo
robotizado de las redes. Convertidos en espectadores de una intriga que se
alimenta de pulsiones políticas escandalosamente mezquinas –intransigencia,
incompetencia y narcisismo– y de pornografía emocional, preferimos engañarnos
con el espejismo de creer que tenemos razón que participar en nada remotamente
parecido a un principio compartido de responsabilidad en una posible solución.
Lo decía Charles Pascua
con su irreverente franqueza: “Las promesas de los políticos sólo comprometen a
los que las reciben”. La confusión y el espectáculo son buenas para alimentar
el argumento y la intriga de la actualidad pero no para prever las
consecuencias de desenlaces que, a medida que pasan los años, nos van
explotando en las manos.
Ojalá toda la
energía y el tiempo que invertimos en interiorizar la lógica de los pactos de
gobierno sirviera para reforzar la política como lenguaje de participación y
cohesión cívica y no para perfeccionar nuestra capacidad de ser cada vez más
viscerales o, peor aún, desesperadamente escépticos. Eso sí: con la rabiosa
vehemencia que tanto define a los intransigentes exigimos que nadie haga un
spoiler sobre el desenlace de la historia, probablemente porque ya sabemos cómo
acaba.
Sergi
Pàmies, La Vanguardia, 14 junio 2019
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