GOOGLE, EL GRAN CONFESIONARIO
DEL SIGLO XXI
MARIO ESCRIBANO
Que todo el mundo
no dice la verdad todo el tiempo es algo más o menos aceptado. Sería más
discutible establecer si esto es deseable (o hasta qué punto), pero no menos
que justificar ante quién mentimos y, sobre todo, ante quién decimos la verdad
y nada más que la verdad. En lo último, hay alguien que no tiene rival. Y es
alguien que todos conocemos: se llama Google. Se trata de una de las ideas de
fondo del periodista neoyorquino Seth Stephens-Davidowitz en Todo el mundo
miente. Lo que Internet y el big data puede decirnos sobre nosotros mismos,
cuya edición en castellano ha sido recientemente publicada por Capitán Swing. Y
sí, la ventana de incógnito de tu navegador da un poco igual.
Stephens-Davidowitz,
columnista de The New York Times que, entre otras cosas, ha trabajado como
analista para Google, firma todo un alegato en defensa de lo que llama ‘ciencia
de datos’, con numerosos estudios de todo lo que se puede conocer a través de
nuestro rastro digital. Frente al dicho de que, en ciencias sociales, “hacemos
lo que podemos con lo que tenemos”, el neoyorquino sostiene que estas “se están
convirtiendo en una verdadera ciencia”. Los casos que analiza van desde la tasa
de búsquedas racistas sobre Obama y su correlación con el apoyo electoral a
Donald Trump hasta las preferencias sexuales de los usuarios de PornHub, a
cuyos datos también ha tenido acceso (y merecerían un artículo aparte).
Pese a que el autor
de Todo el mundo miente es cauto respecto al empirismo de estas técnicas
–reconoce las metodologías tradicionales y no atribuye propiedades ‘mágicas’ a
las nuevas–, no evita caer en un positivismo un tanto cuestionable que, por
poner un ejemplo, trata de cuantificar algo tan cualitativo como la ideología y
línea editorial de los periódicos. “Los magnates de la prensa estadounidense
ofrecen a las masas principalmente lo que estas quieren, a fin de enriquecerse
ellos mismos”, defiende el analista, pues según su estudio los medios se
adaptarían a la ideología de las zonas en las que operan, por lo que “no hay una
gran conspiración, solo capitalismo”.
Más allá de la
simplificación binaria, la propia hipótesis se ve contrariada en un pie de
página, donde anota que The New York Post, propiedad de Rupert Murdoch, “pierde
dinero sistemáticamente”, lo que considera una excepción. Desde un país como
España resulta difícil creer que los medios de comunicación funcionan “como
cualquier otra industria” teniendo tan cerca las revelaciones de David Jiménez,
exdirector de El Mundo, o el rescate de grandes grupos mediáticos por parte de
bancos y fondos de inversión (Prisa llegó a acumular más de 5.000 millones de
euros de deuda sin caer en quiebra).
Pero vayamos al
corazón del asunto: las “capacidades de los macrodatos”, donde
Stephens-Davidowitz destaca la “honestidad” de los mismos y pone distintos
ejemplos de búsquedas, como las de padres arrepentidos de tener hijos, algo que
“puede que no admitan delante de nadie, salvo de Google”. También hay consultas
más o menos frecuentes que resultan absurdas, como preguntar a Google si tu
hija es guapa –con los hijos, el interés es menor– o “de qué tamaño tengo el
pene”. “Que los hombres recurran a Google para responderla, en vez de a una
regla, me parece la máxima expresión de nuestra era digital”, dispara el autor
de Todo el mundo en miente.
“En las encuestas
mucha gente se guarda información sobre las conductas y los pensamientos
vergonzosos”, introduce Stephens-Davidowitz para argumentar que “Google parece
sesgado a favor de mostrar pensamientos indecorosos, ideas que la gente no cree
poder hablar con nadie más. Aun así, al tratar de descubrir pensamientos
ocultos, la capacidad de Google para sacarlos a la luz puede ser útil”. Y aquí
llega a la clave del asunto: “Pero a veces escribimos en Google lo que pensamos
sin censura, sin gran esperanza de que pueda ayudarnos. En este caso, la
ventana de búsqueda funciona como un confesionario”.
La idea no es
nueva. Ya se la escuchamos, pero en un tono bien distinto, a Julian Assange
cuando presentó su libro Cuando Google encontró a Wikileaks (Clave Intelectual,
2014). “Google es más poderoso de lo que la Iglesia nunca fue", aseguró el
fundador de Wikileaks, hoy arrestado y con una extradición a Estados Unidos en
el horizonte. ¿Por qué es más poderoso? Porque antaño “no era tan fácil que el centro
controlase a la periferia”, puesto que “en la Iglesia existía el Vaticano, pero
también representantes locales”. “En Google todo está mediado por el centro de
control, como si solo el Vaticano existiese, como si cada persona tuviese
contacto directo con un solo confesionario”, avisó entonces.
Evaristo Villar,
teólogo y portavoz de Redes Cristianas, argumenta que “mucha gente, ante las
incertidumbres que les presenta la vida, está desarmada y necesita el apoyo de
alguien en quien confíen, les oriente y dé cierta seguridad”. En conversación
con CTXT, este teólogo recuerda que “el sacramento de la confesión, más que
para perdonar pecados, se basaba sobre todo en la tranquilidad de conciencia
que te daba la persona a la que confiabas, que te daba una escapada”. “Si eso
no lo tienes, te encuentras desamparado”, espeta antes de advertir de que se
“buscan seguridades que no encuentran en otra parte”.
Sobre Google,
Villar apunta que “ahí se dice absolutamente todo” por lo que aunque “quizá” se
encuentre “algo de calma”, duda de que sea “el mejor modo”: “Hay que saber en
manos de quién pones tu vida”. Frente a ello, defiende que “el capitalismo es
una verdadera religión, a la cual le entregas la vida y donde absolutamente
todo se convierte en mercancía. El dinero es el único dios y lo demás se
eclipsa”. De hecho, subraya que el capitalismo “tiene sus verdaderos sacerdotes
y templos”, que “utilizarán Google como cualquier otra cosa para conseguir
mayor poder y acumulación”. Así, “no solo controlas la cuestión material,
también la conciencia de la gente”. Por cierto, el lema de Google fue “No seas
malo” hasta no hace mucho, pero Alphabet –su matriz– lo ha rescatado dándole la
vuelta: “Haz lo correcto”.
Un confesionario
que más bien es un laboratorio
En Todo el mundo
miente, Stephens-Davidowitz admite que “todo el mundo es un laboratorio” en
Internet y afirma que el hecho de “asomarnos como nunca antes a los rincones
más oscuros de la psique humana, también puede empoderarnos”. El problema quizá
sea que, por ahora, solo ha empoderado a unos pocos. Como recuerda el
catedrático de Opinión Pública Víctor Sampedro, en un momento en el que las
fuerzas de trabajo han perdido buena parte de su valor, las grandes
tecnológicas –punta de lanza del capitalismo internacional– extraen beneficios
del tiempo de ocio.
¿Cómo ocurre esto?
“Google puede saber prácticamente todo lo que haces online y en la vida real”,
responde Paloma Llaneza, abogada y autora de Datanomics. Todos los datos
personales que das sin darte cuenta y todo lo que las empresas hacen con ellos
(Deusto, 2019), que advierte del “acceso
casi total” a los teléfonos móviles con sistema operativo Android, con el que
se controla “buena parte de lo que ocurre en las aplicaciones que se instalan”.
Cuestiones como la
ética o el negocio del análisis de datos –que no tiene mucho que ver con la
filantropía científica– quedan relegadas a las últimas 40 (de las más de 280)
páginas de Todo el mundo miente, donde se pide “precaución”. Y en ese apartado
se despachan tanto cuestiones metodólogicas como “el peligro del poder” de
gobiernos y corporaciones.
En esta línea,
Stephens-Davidowitz destaca que “hay razones para temer que un mejor uso de los
datos en línea dará a los casinos, las compañías de seguros, los prestamistas y
otras entidades corporativas demasiado poder sobre nosotros” y se pregunta:
“¿Tienen las corporaciones el derecho de juzgar nuestra idoneidad para acceder
a sus servicios de acuerdo con criterios abstractos, pero estadísticamente
predictivos, que no guardan relación directa con esos servicios?”. En estas
páginas, por cierto, ni una sola referencia a Google ni al resto de los GAFAM
(Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), las tecnológicas más poderosas del
mundo. “Hasta la fecha, los macrodatos han ayudado a ambas partes en la lucha
entre consumidores y empresas. Debemos asegurarnos de que la lucha sigue siendo
justa”, llega a afirmar.
No es una cuestión
de que los datos no puedan mejorar la vida de la gente, subraya Llaneza, que
sugiere ampliar el foco: “Los datos, en el nivel que se utilizan actualmente,
suponen un riesgo grave para la intimidad, las libertades de expresión y del
propio desarrollo personal. Como sociedad debemos hacer una ponderación
equilibrada entre la innovación y los derechos fundamentales”. Por contra, esta
abogada se muestra partidaria de una perspectiva ética, “un equilibrio entre lo
que el ser humano es capaz de inventar y lo que las sociedades están dispuestos
a aceptar como elementos de convivencia”.
Sobre la idea de
Google como un confesionario, Llaneza argumenta que “Internet siempre ha dado
una sensación de intimidad falsa”, pues “cuando la gente se pone frente a su
pantalla, cree que está hablando solo con ella y que está en un entorno de
seguridad e intimidad”. Aunque celebra que ahora emerja “cierta conciencia” al
respecto, cuestiona “la profundidad y la importancia de ese confesionario”: “En
realidad estás confesando a alguien que está tomando decisiones sobre ti. No es
una confesión acrítica que se produce sin saber quién eres, sino que se hace
para conocerte mejor con unas finalidades que no son del todo claras”. Y
recuerda: “Ellos tienen un modelo de negocio y responden ante los accionistas”.
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