A contracorriente
EN DEFENSA DE LA MUERTE
Enrique
Arias Vega
La formulación de este título parece
una frivolidad, cuando no una estupidez o una provocación. Nada más falso, sin
embargo, ya que la muerte es algo inevitable e irreparable. Resulta tan
inherente a la vida que es su consecuencia forzosa e ineludible: lo único que
se puede paliar es que conlleve sufrimiento, degradación y otras secuelas a
cuál más horribles.
Éste es el debate que se produce
periódicamente. Ahora, tras la orden judicial de desconectar al paciente
francés Vincent Lambert, quien
llevaba once años en coma y cuya familia se hallaba dividida al respecto: ¿es
humano mantener con vida a un ser que realmente no la tiene?, ¿es lógico el
encarnizamiento con los enfermos terminales prolongando su existencia?, ¿es
posible dotar de dignidad al tránsito mortal?
El tema ha calado tanto en nuestra
sociedad que ya en 2004 se estrenaron sendas películas de Clint Eastwood y Alejandro
Amenábar que planteaban la muerte digna, la eutanasia activa, el suicidio
asistido o como quiera que lo llamemos, pese a sus múltiples diferencias.
En nuestro país existe desde hace tiempo
el denominado testamento vital, que permite a quien lo suscriba recibir tan
sólo tratamiento paliativo en su lecho de muerte, sin ensañamiento quirúrgico o
farmacológico, cuando su estado ya es irreversible.
Aún me parece insuficiente, qué
quieren que les diga. Cuando vivía en Oregón, Estados Unidos, se aprobó por
plebiscito una ley de eutanasia, bien que restrictiva, para no convertir la
ayuda a morir dignamente en un asesinato encubierto. Algo es algo.
En cualquier caso, la defensa de la
vida, que debería ser una competencia de todos, también debería incluir la
defensa de la muerte digna, ya que es su corolario, su complemento y una parte
imprescindible del derecho al bienestar humano
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