EL “SUICIDIO DE LA PALOMA” O
“EL SUICIDO
DE PALOMA”
ANTONIO PURRIÑOS
Cómo cambia la cosa con suprimir un artículo y poner una
mayúscula.
Esto empieza así.
En Las Gavias, en la casa familiar,
“Villa Tres Pinos”, un poco más arriba del Colegio Luther King, donde cursé
tres años cuando lo inauguraron, allá por los principios de los años setenta, época
que no olvidaré nunca.
Pues, resulta ser, que nos juntamos hace unos
días la familia, para ordenar la casa y habilitarla para una posible opción de alquiler
o venta. Y en el jardín, bajo una palmera enorme aparece una paloma muerta. Mi hija
Carla, al verla, hace el comentario, el
suicidio de la paloma, a lo que mi hermano contesta, buen nombre para un
relato corto. Y lo cuelga en el chat familiar. Sobre la marcha, se me ocurre, lo
escribo y se los mando: como cambia la cosa quitando un artículo y poniendo una
mayúscula, es decir, del “suicido de la
paloma” al “suicidio de Paloma”. Y
les digo, yo empezaría así el relato…. “Paloma quería volar y se lanzó al
vacío. La paloma se hartó de volar y se dejó caer desde lo alto de la palmera
donde tenía su hogar….”
Y pensando, seguí,
esto hay que comenzarlo con un “…y
sucedía en el mes de Junio. Mes maldito para Paloma, y para la paloma”.
Para la paloma porque se acababa su circuito de volar de un lugar a otro.
Cuando te hacen participar de un sitio a otro en una competición, como si fuera
la fórmula uno, desde donde no se sabe hasta tu palomar. Tú paloma mensajera
que eres protagonista en los medios, porque sale tu nombre diciendo que has
recorrido una distancia enorme en un tiempo record y la sociedad colombófila
habla de ti, cuando llega el parón, resulta que te deprimes, porque eres paloma
competitiva, orgullosa y quieres que te mimen, que hablen de ti.
Paloma por su
parte se deprime, se enoja, se enfada, revienta, porque Junio es el mes de la
renta, y considera un robo lo que la Agencia Tributaria pretende y le exige
pagar, tras un año de trabajo sacrificado para sacar a sus hijos adelante. Y se
siente mal, muy mal, e indignada en Junio
al igual que la paloma, aunque por motivos distintos. Solo tiene en
común, que en sus nombres uno ve alas, pero no las dos por eso pueden volar. Al
menos solo una, la otra, aunque quisiera, no. Verdad Paloma?
Y porqué nombro al
Luther King, pues por Ponsiano.
Cuando estaba en
el colegio, a mediodía, tras el almuerzo, y en ese parón, antes de empezar las
clases de la tarde, alumnos y algún que otro profesor, nos íbamos a mi casa,
todavía en obras, un poco más arriba, y donde nos esperaba una mesa de ping-
pong y fumábamos un cigarro, Antonio Corona, Valeriano, Ibrahim Trujillo, Chano
Hurtado, Jorgito Massieu, Pepito Mascarell, entre otros. Pasábamos un rato y
hablábamos de química, con Luis Nóbregas, o
de literatura, con Ponsiano. No es que fuera igual, pero a mí me
recuerda ahora esos ratos a la película de Robin Williams en el Club de los
Poetas Muertos. Y, para mí, Ponsiano, Tito, además de profesor, ha sido mi
maestro, que me ha enseñado, me ha educado y está, a día de hoy , siempre
pendiente de mí, lo que le agradezco eternamente a él y a su mujer Vicky. En
Japón, todos tienen que hacer la reverencia al emperador, todos menos los
profesores, porque son los que han enseñado al pueblo a ser personas, incluido
al emperador, por eso ese privilegio. Qué bonito es, tras más de 45 años,
mantener ese vínculo, esa amistad, ese contacto y ese cariño con el profesor.
Por ello, una vez más, gracias magister.
Y en relación a este relato, ya adelanté
que se lo enviaría, para que me lo corrija, como hace con los escritos que me atrevo a hacer, y que
él lee con atención y mimo y, luego, me
responde, me contesta siempre, siempre con palabras o comentarios de aliento.
Cómo no te voy a querer?
Que sepas que, cuando lo acabe, te lo
mando. Pero en este relato, formas parte de él.
La paloma se hartó de vivir, de viajar de un lado a otro, de
competir, de volar. Ya no llegaba la primera y en sus recorridos de larga
distancia se perdía, su visión ya no era la misma y hasta se podría decir que
tenía cataratas. Ya había olvidado esa ilusión de antes y su aletear no era tan vivo ni tan alegre como entonces,
cuando era una feliz, joven y prometedora paloma mensajera. Más bien, ahora su
volar era cansino. Cuando planeaba desde las alturas se quedaba dormida y se
desorientaba y en más de una ocasión estuvo a punto de estrellarse en las olas
del mar abierto al anochecer, cuando caía el sol y su visión ya dejaba mucho
que desear. Una vez, se equivocó de rumbo, y en lugar de llegar a las Islas, apareció en medio del Sahara, por la zona de
Tinduf. Eso la hundió en la tristeza. En la miseria. En un no hay vuelta atrás.
En un ya no sirvo para nada. Esa vez sobrevivió porque la recogieron y
auxiliaron unos beduinos que en sus camellos iban camino de un zoco a vender
sus mercancías, principalmente miel, leche de camello y especias. Limpiaron los
hombres de azul, sus heridas, le dieron
de comer, la acogieron bajo su Jaima, y cuando estuvo recuperada, la subieron a
una loma, la despidieron con cariño y la
empujaron para que pudiera volver a volar rumbo a casa deseándole un “Salam Ale
Khum”.
En su último viaje la paloma recaló en la palmera alta de “Las
Gavias”, en esa donde había instalado su destartalado hogar, y donde, como
recuerdo, guardaba una distinción que le dieran en su día, una especie de diploma,
medalla, placa o reconocimiento. También portaba, la paloma, con mucho orgullo una anilla que llevaba en su
pata izquierda y la proclamaba campeona absoluta de una edición cualquiera, de
un año cualquiera, de un evento cualquiera en donde volaron miles de palomas
desde Casablanca a Canarias, en una de esas sueltas de palomas mensajeras que
se hacían cada año, desde Tanger, desde Huelva, o desde Madeira, entre tantos
otros lugares.
Sola, abandonada, ya sin fuerzas y sin amigos ni
prensa, ni radio, ni televisión, que recordara sus éxitos o sus méritos. Nadie la esperaba ya como antaño, no tenía
recibimientos a su llegada, ni vítores, ni aplausos, ni pancartas, ni hazte una
foto conmigo. Vieja ya y sin compañía, sin hijos ni familia que la arropara,
tomó su decisión nefasta: no volver a abrir las alas, esas con las que tantos
kilómetros había recorrido a lo largo de su vida para llegar la primera. Y se
dejó caer desde la alta palmera de “Las Gavias”. Se dejó caer como desde un sueño del que no se vuelve y del
que no quería volver. Del que no quería volver y nunca volvió.
Pero antes, antes de sumergirse en
ese sueño eterno, ese en el que dicen que se ve como se apaga la luz al final
de un túnel, mandó un mensaje a su tocaya, a Paloma que decía; “aprende de mí
Paloma, vive la vida y bébela intensamente, disfruta de ella, y no dejes nunca,
que los derroteros de la vida te lleven a la decisión estúpida que yo he
tomado. Vive y sé feliz”. Te quiero mucho.
La paloma
quicopurriños. Junio 2019
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