EL ORGULLO “DESPOLITIZADO”
QUE QUIERE CIUDADANOS
NURIA ALABAO
Como ya hicieron
con el 8M a cuenta de la Huelga Feminista, Ciudadanos quiere una fiesta del
Orgullo “transversal”, léase, despolitizado. También acusan a sus organizadores
en Madrid –Patricia Reyes a través de Twitter– de ”sectarismo” porque este año
les impedirán tener su propia carroza, debido a que Ciudadanos se ha negado a
suscribir el compromiso de no gobernar con el apoyo de Vox. Tampoco podrán ir
en la cabecera de la manifestación como han hecho en las últimas ocasiones.
Este año la organización (AEGAL –empresarios–, FELGTB y COGAM –colectivos
sociales– fundamentalmente) ha decidido que en la pancarta principal no figuren
partidos sino activistas “históricos”. Esto tampoco ha sentado bien a
Ciudadanos que insiste en que la manifestación no es “patrimonio de nadie”.
“Es incompatible
estar en el Orgullo y con Vox”, ha dicho Cogam, que ha señalado la
contradicción de querer participar en la protesta al tiempo que se negocia la
entrada de los ultras en gobiernos locales. En Madrid nos encontramos en medio
de estas negociaciones y ante la posibilidad de que Vox acabe en el gobierno de
la Comunidad con el apoyo de C’s. Cuesta entender qué no entiende C’s del veto
–que es bastante light–. Si esto es politizar el Orgullo, bienvenida la
política. Menos mal que todavía se utiliza como herramienta de presión para
partidos que buscan hacerse una foto en cualquier expresión social de
reivindicación de derechos para seguir pasando por la derecha liberal y
moderada. Todo ello mientras usan cualquier tacticismo para seguir promoviendo
su agenda neoliberal, incluso aunque implique pactar con la ultraderecha –como
ha sucedido en Andalucía–, como si los derechos LGTBI o de las mujeres fuesen
un lastre que se puede dejar caer a cambio de poder o de poner en marcha su
agenda económica en la que coinciden bastante con Vox. “Los ricos son ricos por
naturaleza. Y contra los ricos no podemos hacer nada”, como dice Rodrigo
Alonso, diputado de Vox en el Parlamento andaluz.
Ciudadanos busca la
foto en la que es la mayor manifestación LGTBI de Europa; se llama pinkwashing,
la estrategia que utilizan instituciones, empresas o partidos para enmascarar
sus políticas represivas o neoliberales con una imagen de “simpatía” hacia los
sectores LGTBI que les hace parecer menos reaccionarios. Todavía nos acordamos
de la imagen de las declaraciones de Albert Rivera en la manifestación ultra de
Colón rodeado de banderas del arcoíris. Algo así como “si defiendo a los gays
no puedo ser facha”. Como son “progresistas” (sic) porque tienen amigos gays,
luego al pactar con Vox, lavan su imagen, normalizan al partido ultra.
Es cierto que Vox
ha pinchado bastante y que por suerte no parece que vaya a crecer en un futuro,
pero, más allá del poder institucional que consiga alcanzar, sus discursos ya
suponen una involución. El contexto internacional es de avance de escenarios
sociales reaccionarios, dirigidos a mermar los derechos alcanzados y a aplastar
la expresión social y cultural de personas LGTBI –las llamadas “disidencias
sexuales”. En este contexto de quiebra de los consensos alcanzados –lo que la
ultraderecha llama lo “políticamente correcto”– los discursos que emergen y su
articulación política suponen un paso atrás y constituyen un importante
peligro. Todo ello con consecuencias muy materiales, a medida que estas
opciones de extrema derecha ocupan espacio público, en aquellos lugares donde
lo hacen, crecen los crímenes de odio.
Por tanto, es
imprescindible luchar contra la normalización de sus discursos contra los
derechos humanos y los LGTBI. Ni un paso atrás. No hay que darles ningún tipo
de oxígeno. Ciudadanos y el PP deberían comprender eso. Vox implica una clara
amenaza cuando defiende la derogación de las leyes LGTBI autonómicas y con su
discurso de defensa de la familia “natural” –significa que se opone al
matrimonio igualitario y a las familias diversas–. Se opone también a las
operaciones de reasignación de sexo que se realizan en la sanidad pública. Y en
su delirio paleoconservador, Rocío Monasterio ha llegado a decir que en los
talleres que se imparten en los colegios contra la LGTBIfobia se enseña
zoofilia. Estos días han aprovechado la polémica para seguir con su discurso de
los “chiringuitos subvencionados” con el que ataca a las organizaciones LGTBI o
feministas, siguiendo los consejos de los manuales de comunicación de la
extrema derecha mundial. En fin, no hace falta añadir mucho más. Son un
peligro, por más que sean una radicalización del sector neocon del PP y que algunas
de las posturas que defienden las hayan ya defendido en su día los populares.
Precisamente, formar parte de este partido con vocación de mayorías contenía,
en muchas ocasiones, sus expresiones más radicales, pero ahora van por libre y
no tienen ningún tipo de cortapisas. Veremos cómo evolucionan.
Soy gay y de
derechas, ¿pasa algo?
Esa era la camiseta
que un tuitero proponía para llevar al Orgullo. Y sí, claro, hay gays,
lesbianas y personas diversas de todo tipo que pueden votar a partidos de
derechas. (Incluso a la extrema derecha, si vemos las altas cifras de apoyo al
partido de Marie Lepen en las últimas elecciones europeas por personas que se
identifican como gays, lesbianas y bisexuales pero que priorizan una agenda
islamófoba.) También es cierto, como dice Patricia Reyes de Ciudadanos, que la
alianza entre clases sociales consiguió el avance de los derechos LGTBI. Pero
una cosa es la identificación individual y su concreción en el voto a un
determinado partido, y otra es su expresión política. El Orgullo es una fiesta,
la gran fiesta de Madrid de hecho, pero también debería ser un espacio de
reivindicación colectiva. Por tanto, la transversalidad no depende de que estén
o no incluidos los partidos, sino de que estén correctamente representados los intereses
políticos de la diversidad que configura la expresión de lo LGTBI. Los
intereses de clase pueden ser diferentes entre un varón gay profesional sin
hijos que vive en Chueca y una lesbiana migrante de Vallecas. Es probable que
su visión de las políticas públicas en cuestiones económicas o en relación a
los derechos de los migrantes choquen frontalmente. ¿La actual fiesta del
Orgullo los representa a los dos por igual?
Orgullo Crítico
Desde hace años
existen críticas a la configuración del Orgullo. Hacen referencia, sobre todo,
a su mercantilización –las carrozas están patrocinadas, son determinadas marcas
las que se venden en las barras, etc.– y a que es un engranaje más de la ciudad
puesta a la venta en el mapa internacional del turismo, con claras
consecuencias en el sector inmobiliario. Antes de mediados de los 90 se
organizaba a partir de una comisión formada por organizaciones sociales.
Después, a medida que crecía, se fue profesionalizando y se adoptó un modelo
más comercial. Para contrarrestarlo, hoy se celebra también un Orgullo Crítico,
que se celebra desde hace 14 años, y que quiere mostrar la necesidad de
interrelacionar derechos sociales y LGTBI y reforzar la parte de denuncia de
las discriminaciones cotidianas e institucionalizadas. Sus organizadores
piensan que la manifestación oficial se ha despolitizado debido a la
participación empresarial, “convirtiendo nuestras luchas en un nicho de
mercado, en poco más que un gran desfile, abarrotado de marcas de publicidad”.
Acaso ¿no nos parecería perverso que en el 8M o el 1º de Mayo hubiese
publicidad?, se preguntan. A partir de esta propuesta crítica han nacido
también los “Orgullos de la Periferia”, como el de Vallecas, para
territorializar, para llevar a los barrios la jornada de protesta.
Por otra parte,
como recuerda el medio digital Dos Manzanas “el Orgullo no nació de forma
"transversal". Nació como una revuelta violenta del lumpen LGTBI que
esa noche estalló contra una redada policial en un local de Nueva York.
Memoria, por favor”. Precisamente este año, la jornada estará dedicada a esta
cuestión porque se cumplen 50 años de esa revuelta. Mientras que hasta la
policía de Nueva York se ha disculpado por su actuación, en España todavía no
se ha reconocido a las personas LGTBI que fueron perseguidas por la dictadura
ni se les ha ofrecido reparación. Hubo campos de concentración destinados a
homosexuales, y en los 70 todavía se les encarcelaba con la excusa de la
“rehabilitación” en cárceles comunes. Según Antoni Ruiz, presidente de la Asociación
de Expresos Sociales, unas 5.000 personas sufrieron represión por su
orientación sexual o su identidad de género y muchas de ellas no han tenido
acceso ni siquiera a una pensión digna. Desde luego no será de la mano de Vox
que se consiga su reconocimiento.
Por tanto, es
probable que al Orgullo lo que le haga falta sea más política y no menos. Está
muy bien que los partidos asuman la agenda de derechos LGTBI, pero deberían
quedar fuera de la cabecera de la manifestación para siempre –como sucede por
ejemplo en el 8M en Madrid–. Las lucha no tendría que estar liderada por
intereses partidarios que manejan determinadas élites –y que se componen bien
con los intereses empresariales–, sino por las organizaciones de base que, en
toda su pluralidad, militan en el día a día.
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