LA CRISIS QUE VIENE
HENRI WILNO
La crisis es cierta
pero no se sabe cuándo estallará. Una de las cuestiones esenciales que surgirán
en caso de un colapso financiero es la de si los Estados estarán en posición de
limitar las consecuencias.
Los procesos acumulativos
con un crecimiento más lento marcan el movimiento de la economía global tanto
en los países de la OCDE (América del Norte y Europa) como en China, mientras
que Brasil continúa en crisis y Argentina está en recesión, etc. Solo algunos
países en recuperación (como India) están creciendo por el momento, sin muchos
problemas (aparte de las desigualdades y los daños ambientales). La
sobreproducción es evidente en la industria del hierro y el acero y el
crecimiento del mercado automotriz mundial será casi nulo en 2019.
Aunque las tasas de
beneficio no muestran una tendencia visible a caer en picado, no parecen haber
regresado a su nivel de 2007. Sin embargo, los salarios se están estancando (a
excepción de las categorías más altas y en sectores concretos) en las economías
desarrolladas, incluidas aquellas que tienen bajas tasas de desempleo como
Alemania y Estados Unidos -en este último país hay un problema de apreciación
del desempleo real: aparte del tiempo parcial de quienes querrían trabajar más,
muchas personas adultas han dejado de buscar trabajo y, con ello, han salido de
las estadísticas, lo que se refleja en una caída de la tasa de participación en
el mercado laboral. Los beneficios realizados por las empresas se han utilizado
ampliamente para operaciones de fusión, recompra de acciones y distribuciones
de dividendos o se mantienen en inversiones líquidas, mientras que la inversión
privada sigue siendo limitada. La inversión pública está limitada por las
políticas de austeridad.
El capitalismo está
más financiarizado que nunca. Los activos financieros continúan creciendo
después del shock de 2007-2009. La capitalización bursátil mundial (valor al
precio de mercado de valores de todas las acciones en circulación de las
empresas que cotizan en bolsa) alcanzó un nivel récord en 2017. Disminuyó un
15% en 2018, lo que refleja tanto la inquietud de los analistas por el nivel de
los precios desconectados del desempeño real de las empresas, así como por las
incertidumbres derivadas del clima internacional. En estos momentos, cabe
señalar que las mayores capitalizaciones de mercado son las GAFA [acrónimo de
las cuatro empresas tecnológicas Google, Amazon, Facebook y Apple, ndt] y no
las empresas industriales. El aumento en los precios de las acciones se ha dado
por las políticas del banco central que desde 2009 han vertido liquidez
gratuita o casi gratuita en los bancos. Desde 2015, estos bancos centrales han
tratado de restringir tímidamente estas políticas (tasas bajas y
flexibilización cuantitativa, es decir, recompra de valores), pero eso no podrá
durar.
En Europa, la
persistencia de los bajos tipos practicados por el Banco Central Europeo ha
tenido efectos contradictorios: por una parte, han podido aumentar sus
préstamos; por otra parte, y dado que los tipos del Banco Central se reflejan
en el conjunto de los tipos, los márgenes de interés obtenidos por los bancos
sobre los préstamos se han reducido, lo que pesa sobre su rentabilidad (por lo
tanto, en una caída en los precios de las acciones de los bancos). En
principio, esta situación no pone en peligro la salud de los bancos, excepto en
casos especiales. Por el contrario, esa rentabilidad se vería por afectada por
una desaceleración de la actividad que traería consigo un aumento en la
morosidad de los préstamos.
Por otra parte, el
endeudamiento de los gobiernos y especialmente de las sociedades no financieras
(las empresas) ha comenzado a aumentar de nuevo. Las obligaciones globales
emitidas por las sociedades no financieras alcanzaron un récord cercano a los
13 billones de dólares USA a finales de 2018, que, según la OCDE, representa el
doble de su importe pendiente en términos reales antes de la crisis financiera
de 2008. Según la OCDE, también existe un deterioro en la calidad de los bonos
(títulos de deuda) emitidos por las empresas, lo que podría conducir, en caso
de una recesión económica, a un aumento en el número de los reembolsos
impagados. Lo cierto es que la solvencia de los prestatarios es variable: una
desaceleración económica pronunciada o un endurecimiento brutal de las
condiciones financieras podrían afectar la capacidad de las compañías
endeudadas para garantizar el servicio de su deuda. Este es un punto importante
de fragilidad de la situación. Según el Banco de Pagos Internacionales, desde
2008 está teniendo lugar una proliferación de compañías zombis que sobreviven
solo mediante el endeudamiento y aprovechándose de las bajas tasas de interés:
la proporción de empresas zombi sería del 6% de media en los 14 principales
países desarrollados.
Finalmente, lo que
se denomina la banca en la sombra, es decir, la finanza no sujeta a la
regulación bancaria (lo que no significa que sean necesariamente operaciones
ilegales) se ha desarrollado fuertemente, especialmente en China. A finales de
2017, representaba el 14% de los activos financieros globales. Para colmo, hay
un retorno, con nuevas formas, de los activos estructurados que desencadenaron
la crisis financiera de 2007-2008, es decir, de instrumentos que agrupan a
títulos que tienen como contrapartida operaciones de calidades variables y, por
lo tanto, con un alto riesgo potencial para quienes las compran (debido a sus
altos rendimientos).
El mundo entero se
encuentra ahora bajo la influencia del capital: ya no hay nuevos territorios
cuya apertura aumentaría significativamente la tasa media de beneficio (lo que
no significa que algunas industrias no van a continuar buscando salarios lo más
bajos posible, como los fabricantes de textiles que deslocalizan a Etiopía).
Hoy en día, una nueva ola larga y expansiva involucraría nuevas tecnologías que
por sus características requieren de altos niveles de inversión, capaces de
generar aumentos de la productividad y creadoras de empleos y mercados a gran
escala. No es probable que los vehículos eléctricos y autónomos conduzcan a tal
proceso a pesar de todos los trastornos que causarán en el sector automotriz
(productores y fabricantes de equipos) y, más allá, con ganadores –los grupos
mineros (por los minerales utilizados para las baterías) y los productores de
electricidad – y perdedores (los petroleros).
Frente a esta
situación, varios analistas tienden a señalar que si se produjera una nueva
crisis financiera, los Estados tendrían menos recursos que en 2009 para hacer
frente: las deudas públicas ya son elevadas (lo que prohibiría profundizar los
déficits presupuestarios) y los tipos del banco central no podrían seguir
cayendo, excepto marginalmente. Se discute esta hipótesis de impotencia de los
Estados (desarrollada por varios economistas, incluido Nouriel Roubini, quien
anuncia la próxima crisis para 2020): si una crisis pusiera en grave peligro la
estabilidad económica, se puede pensar al contrario que los Estados y los
bancos centrales no dudarían en liberarse de esas restricciones, incluso
disgustando a los más liberales e imponiendo a algunos operadores financieros
soluciones completamente heterodoxas y momentáneamente desagradables. Además,
tanto el Banco Central Europeo como la Reserva Federal de EE UU están en alerta
y listos para regresar a tipos de interés más bajos y recompras de valores. En
cuanto a China, desde principios de año ha anunciado varias medidas para apoyar
a la economía.
Pero surge otra
pregunta: ¿existe aún un piloto a nivel mundial para impulsar acciones
coordinadas? El economista estadounidense Charles Kindleberger proporcionó hace
unas décadas un interesante análisis de por qué la crisis de 1929 fue tan larga
y profunda: para él, ello se debió a las dudas de los Estados Unidos para tomar
la iniciativa en la economía mundial cuando, después de la Primera Guerra
Mundial, Gran Bretaña ya no podía asumir ese papel. Para Kindleberger, la
economía mundial capitalista necesita un estabilizador, un Estado pivote. A
raíz de Kindleberger, otros economistas han definido las características que
debería tener ese Estado: capacidad de crear estándares internacionales y
hacerlos cumplir, voluntad de hacerlo, un predominio en los campos económicos,
tecnológicos y militares.
Estados Unidos ha
desempeñado un papel semejante desde la Segunda Guerra Mundial (y lo
aprovecharon). Sin lugar a dudas, hoy se encuentra en retroceso relativo,
aunque conserva el primer lugar. Trump está haciendo todos los esfuerzos para
defender el Estado y los intereses del capitalismo estadounidense, tanto
económicos como políticos y militares. Multiplica las iniciativas unilaterales
y no duda en provocar divisiones entre aliados y socios de Estados Unidos, como
lo demuestra sus repetidas declaraciones a favor de un Brexit duro. Sobre todo,
Estados Unidos se enfrenta a China, potencia en auge: su objetivo es limitar el
déficit comercial de Estados Unidos, frenar la transferencia de tecnología
estadounidense a China, poner fin a las subvenciones a las empresas estatales
así como un acuerdo sobre divisas y seguir demostrando su poderío militar en el
área de Asia-Pacífico. Y en este contexto, Estados Unidos relativizan
completamente el papel de las instituciones internacionales, incluidas aquellas
donde solo están representados los grandes Estados (G7 y G20). Los estadounidenses
conservan el poder de definir ciertas reglas mediante, entre otras cosas, el
papel del dólar, que les permitió imponer una ruptura de las relaciones con
Irán, incluso a empresas estatales que pensaban que el acuerdo nuclear no fue
violado. Por otro lado, no logran responder al proyecto chino de una nueva ruta
de la Seda y no es seguro que tengan éxito en su ofensiva para bloquear la
expansión de Huawei en todo el mundo.
Por lo tanto, no es
seguro que, en caso de nuevas turbulencias financieras, Estados Unidos tengan
la posibilidad y la voluntad de reunir a los otros Estados capitalistas bajo su
liderazgo, incluso aunque no obstaculicen las tentativas de cooperación para
cubrir las brechas… Ello podría ser (como fue el caso en 1929, y sin querer
asimilar las dos situaciones) un factor importante de profundización de la
crisis.
Fuente: Viento Sur
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