LA IZQUIERDA IRRESPONSABLE
JUAN CARLOS ESCUDIER
La presión para que
Podemos acepte el trágala de apoyar la investidura de Pedro Sánchez sin que se
satisfaga su pretensión de sentarse en el Consejo de Ministros se ha
acrecentado con la publicación de varias encuestas que enseñarían a Pablo
Iglesias unas bonitas fotos del abismo en el caso de repetición electoral.
Según estos sondeos, el PSOE y el PP serían los principales beneficiarios de
que el bloqueo llevara a las urnas, mientras que Podemos seguiría cavando con
fuerza en su pozo, Vox perdería en algún caso hasta la mitad de sus votos a
costa de la “derechita cobarde” y Ciudadanos mantendría sus resultados y
demostraría que, en contra de lo establecido, se puede engañar a muchos a la
vez y durante mucho tiempo.
Con tantas vueltas
de la burra al trigo es posible que se pierda la perspectiva de la situación
actual, que es la misma que se dibujó a noche electoral cuando el presidente en
funciones salió a saludar a los suyos y éstos le pidieron a voces que les
hiciera el favor de no pactar con Rivera, al que tenían un tanto aborrecido.
Quedaba pues un solo camino, que entonces se juzgó bastante lógico, que pasaría
por un entendimiento de las fuerzas de izquierda con apoyos y/o abstenciones
del resto de integrantes del bloque de la moción de censura.
A partir de aquí se
puso en marcha una estrategia para atraer a Podemos similar a la del palo y la
zanahoria pero con las hortalizas contadas. Primero se dijo que Sánchez gobernaría
solo porque los españoles, al concederle 123 diputados, a 53 de la mayoría
absoluta, así lo habían decidido. Después, que la repetición de las elecciones
no era descartable. Paralelamente, que se fijaría fecha para la investidura
aunque no se contara con los votos para sacarla adelante mientras se reclamaba
la abstención de la derecha. Y más tarde, que según parece es donde estamos
ahora, que la propuesta definitiva era un gobierno de cooperación, que a
diferencia del de coalición, consistiría en suscribir con Podemos un acuerdo de
legislatura como socio preferencial en el que los de Iglesias podrían acceder a
alguna secretaría de Estado y a varias direcciones generales, que por cargos
intermedios no iba a ser.
Sobre las
reticencias del PSOE a dar a Podemos entrada en el Gobierno se ha especulado un
rato. Se dice, por ejemplo, que no se puede contar como socio con quien no
dudaría en criticar una eventual sentencia condenatoria en el juicio del
procés. También que la estabilidad sería una quimera por la tendencia
protestona de los de Podemos y que así no habría manera de tomar, llegado el
caso, “medidas duras y difíciles” –la expresión forma parte del vocabulario
habitual de los Ejecutivos cuando pinta en bastos-. Y, finalmente, que dejar
que Iglesias en persona se sentara en el Consejo ataría las manos del
presidente si tuviera que destituirle porque ello implicaría la ruptura del
acuerdo. Lo de pensar en el cese antes que en el nombramiento no deja de tener
su aquel.
A la vista de estas
prevenciones no hay que tener demasiadas luces para concluir que la única
relación que el PSOE y Podemos han logrado cultivar ha sido la de la
desconfianza. Los primeros no se fían de los segundos por imprevisibles y creen
que serán capaces de torcerles el brazo y hacerles pasar por el aro, ya sea
porque no podrían justificar que su voto hiciera decaer la investidura de un
presidente de izquierdas o porque el supuesto suicidio de unas nuevas
elecciones les hará rendir el fuerte. Muchos ni siquiera ocultan que se sentirían
más cómodos abrazando al gallo del campanario de Ciudadanos. Por su parte, los
segundos entienden que sin tener presencia en el centro de mando Sánchez haría
de su capa un sayo y le podría ojitos a Rivera para pactar con él medidas
económicas que Podemos jamás aceptaría. Ello sin contar con que la entrada en
el Gobierno fue el clavo ardiendo al que Iglesias se agarró para justificar
unos resultados electorales penosos y para postergar la imprescindible
refundación de Podemos.
Todas estas
estrategias partidistas olvidan voluntariamente lo que los españoles reclamaron
al dar a la izquierda en su conjunto la posibilidad de gobernar el país. Lejos
de castigar al PSOE por haber alcanzado el poder gracias a una moción de
censura respaldada por el independentismo, se le premió hasta situarle como
primera fuerza. Dicho crecimiento no fue atribuible al centrismo sobrevenido de
Sánchez sino al voto útil de esa misma izquierda. Sus electores no exigían un
cordón sanitario al independentismo, porque para eso ya estaba la derecha con
sus batas y sus mascarillas. Justamente, lo que pedían era una manera distinta
de abordar el conflicto territorial. Ese fue su mandato.
Al tiempo, se
escarmentó a Podemos por sus crisis internas y, quizás, por la soberbia de su
líder, pero se le concedieron las llaves –o buena parte de ellas- de un
Ejecutivo distinto, centrado en la acción social y capaz de revertir los
recortes y las sangrías del período anterior.
No se entendería
que los recelos y los egos de estos señores arruinaran la posibilidad de un
tiempo nuevo. No se comprendería la irresponsabilidad de hibernar la acción
política durante seis meses para conducir al país a unas nuevas elecciones. Ni
unos ni otros tendrían perdón de Dios, si es que se le puede dar a la divinidad
vela en este entierro.
buen análisis de la situación lamentable de la "izquierda"
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