DESMONTANDO A VALLS
JONATHAN MARTÍNEZ
No ha transcurrido
ni una semana desde los comicios municipales y ya está alborotado el gallinero
de los pactos de gobierno. En muchas ciudades, supongo que en la mayoría, la
aritmética ha dejado un paisaje multicolor donde van a ser inevitables los
acuerdos poselectorales. Es el momento de envainársela, de aparcar las
bravuconadas de la campaña y tender manos y repartirse el pastel de las
concejalías, de los asesores y otros merengues. Por si fuera poco, la empresa
encargada del recuento de votos ha acusado un error informático al volcar los
datos y algunas instituciones han permanecido varios días al borde del infarto.
Hay algunas
ciudades como Madrid donde las alianzas parecen claras. La candidatura de Manuela
Carmena se ha impuesto con una claridad apabullante, pero los 19 concejales de
Más Madrid son insuficientes y la suma de los 8 ediles del PSOE no basta para
garantizar la investidura. Al contrario, los 15 asientos de José Luis Martínez
Almeida permitirían al PP gobernar la capital de España gracias a un hipotético
acuerdo a la andaluza con los 11 representantes de Ciudadanos y los 4 de Vox.
Muchos dan por hecho que se impondrá la solución trifachita. Los peones del
falangista Javier Ortega-Smith son quienes decantarán la balanza.
Otras ciudades, en
cambio, permiten un panorama de posibilidades mucho más variopinto. Es el caso
de Barcelona, donde Ernest Maragall ha superado a Ada Colau por poco más de
cinco mil votos. Tanto ERC como Barcelona en Comú contarán con 10 escaños. El
PSC de Jaume Collboni alcanza 8 asientos frente a los 6 de Manuel Valls y
Ciudadanos, los 5 de JxCat con Elsa Artadi y los 2 del PP con Josep Bou. Nada
más conocerse los resultados, la alcaldesa saliente ha llamado a formalizar un pacto
progresista junto a ERC y PSC. Artadi, al contrario, reclama a Maragall una
coalición independentista al estilo del Govern. La complejidad del pacto
barcelonés, en última instancia, pasa por un encaje de bolillos entre el eje
izquierda/derecha y el eje nacional.
En medio de todo el
tinglado, cuando la prensa ya lo daba por amortizado, Manuel Valls ha amenazado
a Ciudadanos con una “ruptura total” si la formación de Rivera se embarca en
alianzas con la extrema derecha de Vox. El ex primer ministro francés ya
manifestó sus reticencias ante la negociación del gobierno andaluz. “No puede
haber ningún compromiso con la extrema derecha”, decía Valls apenas un mes
antes de que el PP, Ciudadanos y Vox formalizaran su matrimonio en la Junta de
Andalucía. Ahora la advertencia ha sonado más categórica e incluso tiene un
tono de ultimátum. Habrá quien desconfíe de su inocencia. Al fin y al cabo, la
formación naranja hace ya mucho tiempo que ha tomado el carril del acuerdo
trifachito y no parece exhibir demasiados escrúpulos al respecto.
Lo interesante de
las declaraciones de Valls es que han abierto el paso a toda clase de sospechas
y cavilaciones conspiratorias. Algunas teorías resultan disparatadas. Otras,
sin embargo, se adentran con tino en el territorio de la política ficción y
como mínimo nos permiten expandir el abanico de opciones poselectorales en el
ayuntamiento de Barcelona. Una de las hipótesis más fascinantes plantea que
existe una maniobra secreta para descabalgar a Ernest Maragall de la alcaldía.
El objetivo último consistiría en alejar al independentismo del gobierno de la
capital catalana. Como telón de fondo encontraríamos la vendetta de Miquel
Iceta, que vio frustrado su acceso a la presidencia del Senado después del veto
de ERC, JxCat y la CUP. Iceta ya ha adelantado que está dispuesto a “hacer lo
que sea necesario para evitar que haya un alcalde independentista”.
Vamos al lío. La
suma de ERC y los comunes no tiene mayoría. La suma independentista no tiene
mayoría. La suma de los partidos del 155 no tiene mayoría. La suma de Colau con
el PSC no tiene mayoría. ¿Qué combinación resultaría entonces mayoritaria? Una
mixtura a priori imposible como la de Barcelona en Comú (Colau), PSC (Collboni)
y BCN-Canvi C’s (Valls) sumaría 24 ediles. Mayoría. ¿Pero no resulta un tanto
extravagante que el candidato de Ciudadanos garantice la investidura de Ada
Colau, a quien los naranjeros acusan de “populista”? Pues bien. Mientras las
teorías de la conspiración recorren las redes, Manuel Valls sale de nuevo a la palestra
y ofrece su apoyo “sin condiciones” a la investidura de Colau. La prioridad,
dice Valls, es que Barcelona “no caiga en manos del independentismo”. Apenas
una hora más tarde, Ciudadanos enmienda la plana a Valls y asegura que su
apuesta nunca sería Colau sino Collboni.
¿Y qué dice Colau?
La alcaldesa insiste en un acuerdo con PSC y ERC. La idea es resucitar el
espíritu del Pacto del Tinell y del viejo tripartito de Pasqual Maragall,
Josep-Lluís Carod-Rovira y Joan Saura. Pero Colau sabe que esa aventura es agua
pasada y que la sombra del 1-O y del juicio contra el procés entorpecen sus
aspiraciones. Así que por una parte, anuncia que no mantendrá conversaciones
con Ciudadanos. Pero por otra parte, tampoco hace una renuncia explícita a
investirse con los votos naranjas. ¿Pero los ediles de Albert Rivera estarían
dispuestos a investir a Colau? Pues resulta que solo tres concejales de
BCN-Canvi C’s pertenecen a Ciudadanos. El resto, incluido el propio Valls, son
independientes. Y resulta también que los tres votos de Valls son exactamente
los que necesitarían Colau y Collboni para alcanzar la mayoría del pleno. Ni
uno más ni uno menos. ¿No es fascinante?
Tal vez ahora
podamos explicarnos el distanciamiento de Valls con respecto a Ciudadanos. Ni
siquiera es necesario que se materialice su amenaza de ruptura. Bastaría con
que sus tres concejales escenificaran una corriente díscola, progresista y
desmarcada de la losa ultra de Vox. Este regate permite que sus votos sean más
digeribles para un gobierno entre el PSC y los comunes. Sin negociaciones, sin
apretones públicos de manos, sin contraprestaciones. Incluso podrá decirse que
los tres ediles de Ciudadanos se opusieron a Colau y ambas partes mantendrán su
antagonismo. Rivera saldrá indemne de este trance y tanto Iceta como Valls
habrán conseguido su propósito de que el independentismo no se acerque al
bastón de mando. Todo el mundo gana. Solo Maragall pierde.
Todavía en el
territorio de la política-ficción, algunas voces apuntan a una maquinaria
engrasada en la sombra. Tanto Valls como Iceta veranean en Menorca y en aquella
isla han mantenido al menos un encuentro en el que se sopesaron diferentes
posibilidades para el consistorio barcelonés. Otras voces ponen el punto de
mira en los tentáculos del grupo Godó. De hecho, ya tenemos alguna columna en
La Vanguardia que santifica el tridente Colau-Collboni-Valls. Parece que las
mismas altas instancias que impulsaron la candidatura de Valls estarían
dispuestas a aceptar el mal menor de Collboni o incluso de Colau con tal de que
Barcelona no quede en manos de un alcalde independentista. Si estas
suposiciones son reales, no tardaremos en leer titulares que hagan más
digerible el trámite. Después de todo, Valls podrá presentarse como un viejo
socialista francés que se desmarcó de Vox y que pone sus votos al servicio del
constitucionalismo.
¿Existe una
operación de Estado que utiliza a Manuel Valls como agente doble y ariete
contra el independentismo? Por ahora, nos movemos en el territorio pantanoso de
la ficción y las escenificaciones. En las componendas poselectorales hay algo
de teatral y mucha ingeniería entre bambalinas. Sospechamos quiénes son los
ingenieros pero tenemos que conformarnos con recomponer el puzzle a partir de
unos pocos indicios. Dejar volar la imaginación y jugar con las piezas del
tablero igual que un niño armaría sus muñecos de lego. En este laberinto de
espejos que es la política institucional, solo nos queda aferrarnos a la
intuición y a las suposiciones. No es mucho, pero como ejercicio intelectual
resulta apasionante.
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