CUANDO UNA MONEDA SIEMPRE
CAE DEL MISMO LADO
GERARDO TECÉ
Un golpe de Estado
que recurrió a la violencia para lograr sus objetivos. Después de meses de
testimonios en el juicio del procés, la Fiscalía se reafirma en haber visto
algo que no sucedió en aquellos días en Cataluña. A no ser, claro, que por
violencia entendamos gritos e insultos y por golpe de Estado la desobediencia
institucional. De entre todas las interpretaciones posibles de la realidad, la
Fiscalía, ese órgano que pretende que creamos que su mano jurídica no se entera
de lo que hace su mano política, ha elegido la postura judicial que más le
perjudica a la única solución posible: la política.
La decisión de la
Fiscalía de pedir penas de prisión que hacen que compense más el asesinato que
la desobediencia, no puede sorprendernos. Cuando, al lanzar una moneda al aire
sale cruz por primera vez, podemos achacarlo a las leyes de la probabilidad.
Cuando, sistemáticamente, esa moneda lanzada cae del mismo lado, la probabilidad
de que alguien esté dirigiendo la moneda es muy alta. La toma de la peor
decisión para la convivencia es una postura política que vienen ejerciendo los
poderes del Estado desde hace tiempo. En el pre procés, aquella época en la que
hacer un referéndum sin validez legal se llamaba paripé y no golpe de Estado,
el Gobierno de Rajoy se encontró ante dos opciones. La primera era abordar el
problema que supone que el 50% de la población catalana quisiera la
independencia de España y que el 80% pidiera, al menos, someterlo a una
consulta. La segunda opción era la de negarse a afrontar la realidad. Se eligió
ésta.
Ante la falta de
diálogo se planteó el referéndum del 1 de octubre. Un referéndum de
desobediencia que sería suspendido por parte de sus impulsores en el preciso
momento en el que el Gobierno español decidiera sentarse a hablar del problema.
Ante esta tesitura de dos caminos, el Gobierno de entonces decidió dejar que la
pólvora siguiera corriendo. Renunciando al diálogo y con el 1-O a la vuelta de
la esquina, el Estado tenía dos opciones para enfrentar la desobediencia que
llegaba desde Cataluña. La primera era declarar inválido el referéndum como ya
pasara en 2014. Sin conflicto y sin dramas, aquello que se votara sería papel
mojado. Nadie en Europa hubiera aceptado el resultado y el globo
independentista se desinflaría al chocarse contra esa realidad. La segunda era
mover hilos judiciales para, al contrario que pasó en el referéndum de 2014,
declarar ilegal el acto físico en sí enviando a Cataluña a miles de policía
para evitar que aquella papeleta sin validez legal entrase en la urna sin
validez legal. ¿Se imaginan un operativo policial armado para evitar aquella
campaña política de desobediencia que Esperanza Aguirre y Rajoy lanzaron
llamando a desobedecer la ley que establecía una subida del IVA? En el caso
catalán sí podemos imaginarlo.
Cuando aquella
mañana del 1-O llegó, el Ministerio de Interior al frente del operativo
“judicial” volvió a encontrarse ante dos opciones. La primera era obedecer el mandato
judicial que el propio poder político había promovido. Pare ello, habría que
incautar urnas y papeletas respetando siempre una condición que aparecía en el
mandato judicial: que la incautación no supusiera en ningún caso un mal mayor,
como poner en peligro la integridad física de policías o ciudadanos. La segunda
opción era desobedecer el propio mandato judicial que los había llevado allí y
entrar en colegios como quien entra a una redada a un piso terrorista: patadas
en la puerta, cargas policiales y agresiones que acabaron con cientos de
heridos. Ya sabemos qué se eligió hacer en una jornada que pasará a la historia
como el día de la barbarie del “a por ellos”.
Días después de las
imágenes de la policía golpeando a ciudadanos en Cataluña a cambio de un número
simbólico de urnas que no evitó el referéndum, la Casa Real anunció un mensaje
institucional de un Jefe del Estado que también se encontraba ante la
disyuntiva de hacer que la moneda cayera de uno u otro lado. La primera opción
era hacer su trabajo de mediador. Es decir, no meterse en política y limitarse
a lanzar un mensaje que aportase sosiego y calma para que escenas como las
vividas un par de días antes no se volvieran a repetir. La segunda opción era
usurpar unos poderes políticos que no le correspondían, amenazando con
represión a representantes públicos elegidos por los catalanes y
posicionándose, por primera vez en la historia de las desobediencias, en un
bando determinado. ¿Se imaginan al Rey amenazando a Ana Botella tras la venta de
vivienda pública que atentaba contra la Constitución? En el caso catalán, de
nuevo, sí podemos imaginarlo.
Con la Declaración
Unilateral de Independencia sobre la mesa catalana, pero también con el
compromiso de suspenderla si el Gobierno de España hacía un solo gesto de
diálogo, tocaba volver a posicionarse. La primera postura posible era la de
destensar un conflicto que había llegado demasiado lejos por la desaparición de
la política. La segunda opción era rocambolesca: gritar que Cataluña había
declarado la independencia cuando los propios líderes catalanes no sólo no se
atrevían a declararla, sino que pedían un gesto que les librase de hacerlo. Se
eligió más madera.
Luego llegaron las
consecuencias judiciales y con ellas el desastre: penas de prisión, políticos
exiliados y la ruptura total de la política para centrarse en la represión
legal. Llegados a este punto, los poderes judiciales, por supuestísimo
impermeables e independientes, decidieron introducir una novedad en el panorama
judicial: tratar como a detenidos por terrorismo a los líderes del procés
encerrándolos de manera preventiva. Año y medio después, ahí siguen. Mientras,
los partidos de derechas presumen de independencia judicial al tiempo que se
adelantan a la sentencia pidiendo que no se indulte a quienes, teóricamente,
aún ningún tribunal ha condenado. Desde la cárcel lograron un escaño para
llevar el conflicto político a donde tiene que estar: el Parlamento. Las normas
del Congreso y el Senado no eran claras en este caso. Era, como comentaba en
una de sus crónicas en CTXT Guillem Martínez, un terreno inexplorado eso de que
presos preventivos hubieran conseguido acta de diputados partiendo del estatus
de presos. A la mesa del Congreso presidida por el PSOE se le planteaba un
dilema con, de nuevo, dos posibles soluciones. La primera solución era
interpretar la ley del Congreso tal cual y permitir que los políticos
encarcelados ejercieran el encargo de representación pública para el que les
habían votado. La segunda era no leer, sino interpretar la ley de tal forma que
se les suspendiera, enterrando definitivamente la política como herramienta de
solución de problemas. Una vez más, se eligió la moneda cayó del lado de
aumentar el conflicto.
Son años de
decisiones que, con dos vías posibles, apuntan siempre hacia el mismo lugar.
Seguiremos, a pesar de esto, encontrando a líderes que nombran al poder
judicial, repitiendo que aquí no pasa nada más que el simple cumplimiento de la
ley. Seguiremos también encontrando a ciudadanos que les crean y defiendan que
detrás de todas estas coincidencias que unen a Gobierno, tribunales y Jefatura
del Estado, no hay una estrategia política con ramificaciones judiciales, sino
simple legalidad. A estas alturas de la película ya sólo queda pedirles que se
compren un chupete para ver cómo acaba.
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