Todo estaba en
Granadinas
ANA PARDO DE VERA
"El sanchismo se atreve a afirmar que su política de 'apaciguamiento' con los secesionistas, [sic, la coma] ha contribuido a la 'normalización' de la vida política y social de Cataluña". Quien esto escribe es Jorge Fernández Díaz, exministro del Interior para el que Anticorrupción pide 15 años de cárcel por la operación Kitchen, una más de las cloacas capitaneadas por Villarejo y avaladas por el PP para ocultar su corrupción. Lo hace en una columna en La Razón, donde con regularidad semanal, Fernández Díaz nos da lecciones de ética. En este caso, por ejemplo, apela a una "normalización" de la vida política y social de Catalunya que él pretendió resolver a golpe de dosieres falsos fabricados por la UDEF contra los independentistas catalanes. Ese es el concepto que tiene el exministro y quienes lo avalaban -por arriba y por abajo- de normalidad.
Desde
que las cloacas al estilo Villarejo se han ido difuminando por la caída de éste
cuando los poderes fácticos que lo sostenían -no solo el Gobierno de Mariano Rajoy- decidieron que ya nos les era útil
y sí algo molesto -igual que el propio Fernández Díaz y algunos exaltos cargos
más cuyo procesamiento era inevitable (por lo "burdo" de las
actuaciones)-, la vida de los cómplices estratégicos y
morales del escándalo más grave de la democracia postfranquista tras los GAL ha
seguido igual: los mismos programas, idénticos eslóganes apelando a
la ética, capacidad de manejo de la opinión pública, puestos empresariales
asegurados, buenos sueldos, financiación publicitaria e institucional,
atenciones políticas, etc., etc., etc.
La
semana pasada, sin embargo, asistimos al cierre de la última causa judicial que
se intentó abrir contra Podemos y que ocupó portadas de informativos y
periódicos durante casi tres años. El caso era tan "burdo" como el
informe PISA o la falsificación de la cuenta de Granadinas, así que algunas
-muy pocas- avisamos: "Si esto se demuestra falso, el daño a la democracia, a la
Justicia, al periodismo ..., ya muy tocados, será enorme". ¿Lo ha sido? No, por supuesto; porque nunca se
reparó el daño anterior y herida sobre callo no duele. Silencio, una vez más, y
todo sigue igual: los cómplices en sus puestos y las víctimas de esa
infamia, tratando de curarse las heridas entre ellos/as porque fuera solo
encuentran denuncia y apoyo en las redes y en escasísimos periodistas; como mínimo, muchos menos que los que se rasgaron
las vestiduras cuando saltó el falso caso.
Todo
está en Granadinas, decían en sus comilonas en Madrid, los miembros del "clan" o la "mafia": el dinero de Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero donado por Nicolás Maduro, las pruebas de "un coronel
del servicio secreto venezolano donde me iba a dar unas actas donde había reuniones de ETA con el servicio secreto cubano y con los de
Podemos. ¡En Venezuela!", como contaba Villarejo a Dolores de Cospedal, exministra, expresidenta
autonómica, exsecretaria general del PP ..., la cual -¡sorpresa!- ha quedado liberada de la Kitchen por arte de otro
juez amigo.
Lo cuenta a la perfección mi compañero Carlos
Enrique Bayo, en Villarejo, el poder de los secretos (AKAL),
un libro imprescindible para conocer una historia de España molesta para casi
todo el mundo, para quienes la protagonizaron
desde el lado oscuro y poderoso, por descontado, y para quienes callaron ante
la infamia porque suponen que, con su silencio, se pasará página más rápido y a
ellos/as les irá mejor, también. Como con el franquismo y sus verdugos. Como con la Transición y sus muertos. Como con el 23-F y sus secretos oficiales. Como con el GAL y los de sus sicarios. Como con Juan Carlos I y su utilización miserable de nuestras
instituciones para enriquecerse. Como con nuestros y nuestras mayores,
asfixiados en residencias privatizadas o precarizadas durante la pandemia ...
Hablo desde la melancolía, quizás desde la ingenuidad, pero aunque nunca he
esperado mucho de los partidos políticos (mucho tiempo demasiado cerca), sí
confío en que se imponga la honestidad en nuestro maltratado oficio, más
imprescindible que nunca. Lean
a Bayo.
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