UN PP SIN PINGANILLO
En esta legislatura, el idioma más difícil de entender no
será ni el galego, ni el catalá, ni el euskara, sino eso que escucharemos
hablar al Partido Popular, una lengua desquiciada imposible de traducir
GERARDO TECÉ
El
popular Borja Sémper hablando en euskera en el Congreso durante su intervención
de ayer. / Congreso de los Diputados
La trama de Lost (J.J. Abrams, 2004) se fue complicando tanto a medida que avanzaban las temporadas que un buen día, dicen las malas lenguas, un operario apareció por el set de rodaje preguntando dónde colocaba la escotilla y el oso polar mientras el director, mirando desesperado a un guionista, preguntó: ¿Qué escotilla?, ¿qué oso? Algo parecido sucedió ayer entre las filas del PP en el Congreso. Después de que Cuca Gamarra, portavoz del Grupo Popular, arrancase la legislatura denunciando el atropello que suponía permitir el uso del plurilingüismo en la cámara, llegó el turno de intervención de su compañero y director de campaña de Feijóo, Borja Sémper, que se subió a la tribuna y se puso
a hablar en euskera tan ricamente. Provocó un ataque de pasmo entre sus
compañeros y un tirón de espalda entre los diputados de Vox, que no habían
acabado de posar el culo en sus escaños tras volver de la espantada anterior
porque un tipo hablaba galego cuando, de un respingo, tuvieron que volver a
marcharse. Alguno, al ver a los de Vox entrar y salir, estuvo tentado de poner
en el móvil la sintonía de Benny Hill para acompañar la huida de franquistas
perseguidos por extrañas lenguas. J.J. Abram, a pesar del mal rato, al menos
tuvo la suerte de poder preguntarle a un guionista sabiendo que él era el
director. En el PP actual ni eso. Nadie en Génova 13 sabe bien quién ejerce de
director, quién de guionista y quién de productor en estos tiempos convulsos en
los que ni han acabado con el sanchismo en España ni han conseguido arrancar el
feijoísmo en el PP. Todos, incluyendo a Feijóo, miraron al suelo mientras
Sémper hablaba la lengua de Koldo Mitxelena, quizá con la esperanza de
descubrir una escotilla en el Congreso por la que escapar de ese mal rato.
Para entender
esperpentos como el de Sémper haciendo el canelo, según sus propias palabras,
el de Feijóo manifestándose dos días antes de su propia investidura contra un
Gobierno que no estará aún formado o el de Ayuso pidiéndole a Sánchez que
convoque unas elecciones que un presidente en funciones no puede convocar, hay
que observar el enrevesado organigrama del PP actual. Un organigrama que
responde a la neurótica necesidad de tener contentos a unos simpatizantes que
se sienten a gusto con el trumpismo español de Vox y, en el mismo sitio y a la
misma hora, como dice la canción, intentar seducir a esos votantes necesarios
para ganar elecciones y que sólo optan por el PP cuando ven que el partido está
“centrado”. Para implementar ese trumpismo centrado, un invento tan ambicioso
como el agua seca o la nieve caliente, el organigrama del PP ha adoptado una
curiosa estructura. En ella, Aznar, Ayuso y, valga la redundancia, la prensa
madrileña, marcan el camino mientras Feijóo y gente como Sémper recorren una
senda que no han decidido pidiendo el voto. El Aznar que en un solo día indultó
a más personas que imputados tiene el procés, la Ayuso responsable del abandono
de las residencias y la prensa madrileña que ha matado al oficio del periodismo
son los referentes morales de un partido que, en una extraña decisión, ha
apostado por buenrollistas como Sémper para interpretar la partitura. ¿Qué
puede salir mal?
Hoy, la prensa madrileña,
es decir, la dirección del partido, se queja de la intervención del diputado
vasco y mano derecha de Feijóo. Sémper se defiende argumentando que su
interpretación respetaba en realidad la partitura marcada desde arriba y que el
PP no es una secta uniforme. Tiene razón, no lo es. Lo sería si con el voto
trumpista le bastase para alcanzar el poder, pero no le basta. Por eso, el PP
se ve secuestrado en medianías. Ni abandona el hemiciclo cuando alguien habla
galego, catalá o euskara, como hace el trumpismo sin complejos, ni tampoco
acepta que estas lenguas oficiales se usen como haría un partido centrado. Ni
les basta con la compañía de Vox ni consiguen que el nacionalismo catalán y
vasco les den la mano. Ni funciona Ayuso ni funciona Sémper. Por eso, en esta
legislatura que comienza, el idioma más difícil de entender no será ni el
galego, ni el catalá, ni el euskara, sino eso que escucharemos hablar al
Partido Popular. Una lengua desquiciada para la que, de momento, no hay
traductores ni pinganillos.
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