“SIEMPRE HAY UNA PRIMERA VEZ”
QUICOPURRIÑOS
No es que me quiera justificar, pero antes de confesar mi tropiezo, creo de justicia explicar algún que otro detalle. Tras licenciarme en derecho y justo 21 días antes de que Tejero asaltara el Congreso en el célebre 23- F, yo estaba dándome de alta como abogado, jurando o prometiendo en la Sala de la Audiencia Provincial , que es donde entonces se celebraba el acto junto a ocho compañeros más, seis varones y dos mujeres. Al día siguiente, pues por aquellos tiempo la cosa funcionaba así, ya estaba dado de alta en el turno de oficio dispuesto a prestar mis servicios a quienes, carentes de recursos económicos, lo precisaran. Esos, los justiciables, fueron mis conejillos de indias, mis ratones de laboratorio que me permitieron ir conociendo el oficio al que me sigo dedicando aún hoy.
Con
ellos aprendí derecho, lo que era un juzgado y un juicio real, pero ellos
también me enseñaron lo que era la vida, la de verdad, la que no se aprendía en
las aulas de la Universidad, en la vieja facultad de derecho, no en la del
“Campus Guajara” sino en la que estaba frente a la Librería Lemus o La
Tinerfeña, cerca del “Fragata” y del “Siete Islas”, inevitables puntos de
encuentro de la comunidad universitaria en los
que más antes que después parábamos todos y todas. Y fueron pasando los
años y creciendo las vivencias. Se sucedieron juicios de todo tipo y, ya se
sabe, detrás de cada procedimiento hay personas, de todas clases, cada una con
su historia, con sus alegrías y sus penas, con sus desgracias y sus glorias.
Fuera por empatía o por vaya Vd. a saber por qué o por aquello de que el roce hace el
cariño, es lo cierto que muchos changas a los que he tenido que defender, que
los hay, agradecidos me decían , con golpe de pecho incluido, al llegar el
momento de la despedida: “abogado, cuando vd. necesite cualquier cosa, aquí
estoy yo, pa´lo que sea, shaabee, pá lo que sea”. Y esa oferta, compromiso o
juramento no era fingido, era real, era su manera, su forma de dar las gracias. El ofrecimiento, ya se
pueden imaginar, abarcaba cualquier tipo de gestión, suministro o encargo que
se precisara. Desde la gestión de cobro de una factura, o callar la boca de
alguien que estuviera hablando mal de ti, la adquisición de maquinaria, electrodomésticos,
ordenadores radiocasetes para el coche, que el que tiene está viejo, o
sustancias clasificadas por la O.M.S. como causantes de grave o no grave daño a
la salud y todo ello a un módico precio y con un eficaz plazo de entrega que ya
quisiera hoy Amazon para sí.
Pues bien, han pasado desde entonces,
desde la jura aquella en la Plaza de San Francisco, cuarenta y dos años, años
de servicios jurídicos a la comunidad y esos “chorizos, ya entrados en años,
han dado paso a otros, con nuevos modus
operandis, lógicamente adaptados a los tiempos que ahora nos toca vivir, pero
la promesa final, el toque de pecho y la oferta a modo de gracias del “abogado
aquí estoy pa´lo que haga falta o farta”( que también lo terminará admitiendo
la R.A.E.) persiste de forma invariable. Y es ahora, en este momento, cuando he de reconocer que, como titulo este
relato, ”siempre hay una primera vez” , porque tras años de permanecer sin caer
en la tentación de descolgar el teléfono
y llamar a uno de esos que esperaban ansiosos corresponderme con un servicio,
he sucumbido esta mañana, quizá por la terrible situación que atraviesa la isla
desde hace semanas, por la escasez repentina o la malvada, inesperada y salvaje
alza de los precios. He mercado al azar, entre los teléfonos almacenados a uno
de ellos, le he preguntado que cómo
estaba, por su salud, por su familia, por sus cosas y sin vergüenza ninguna le
he pedido que por favor me consiga un par de kilos de papas.
Ahora estoy en la esquina de mi casa,
medio disfrazado (que tampoco conviene levantar sospechas) a la espera de mi
camello.
Y es que, siempre hay una primera vez.
quicopurriños
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