CÓMO MOLA LA PRECARIEDAD
ANITA BOTWIN
A marchas forzadas
hemos llegado a un punto que puede ser peligroso y de no retorno, y que puede
llevarnos a situaciones como las vividas en Grecia, en las que se ha
establecido la jornada laboral de 13 horas
«Esta Nochebuena, siente un pobre a su mesa». Plácido, de Luis García Berlanga
Estos días se hacía
viral un vídeo de un joven que contaba su vida en dos trabajos distintos,
trabajos precarios, de los peores pagados, de las empresas más explotadoras de
nuestro país. El joven contaba su día a día y como gracias a su esfuerzo y
trabajo ayudaba a su familia a pagar lo que necesitaban. En general los
comentarios al vídeo fueron muy positivos, se ensalzó su imagen de joven
trabajador responsable y cuidador de los suyos. «Por fin un joven trabajador,
no como esos influencers vagos que no dan palo al agua», podía leerse. Si bien
es digno de elogio que alguien tan joven ayude a su gente, me resulta
problemático alabar la explotación laboral en lugar de preguntarnos por qué
este chico necesita dos trabajos para vivir dedicando 13 horas a ello y por qué
debe mantener a su familia, como hacían nuestros abuelos, hijos de la
posguerra. Muchos alabaron el video y hablaron de cultura del esfuerzo y de
prosperar, pero se les olvidó hablar de explotación laboral o la desigualdad
social, aunque claro, un lapsus lo tiene cualquiera. Mientras algunos
ensalzaron el espíritu de superación del joven, yo me escandalicé y me apenó
profundamente que alguien tan joven tuviera dos trabajos para llegar a fin de
mes, que no tuviera tiempo libre para poder disfrutar de su vida y de su
juventud. Me pregunté qué le había llevado ahí y me entristeció que no hubiera
tenido las mismas oportunidades que las de un chico de clase alta. Todo parecía
un cuento de Dickens en pleno siglo XXI y me preocupó qué nos ha llevado a
idealizar condiciones materiales completamente injustas de trabajos mal pagados
y una falta de futuro digno.
Lo que está
ocurriendo es que se tiende a idealizar la precariedad laboral y la pobreza y
se ensalzan los logros individuales, quitando el foco de lo colectivo y
desviando la atención de factores estructurales que propician la desigualdad
social. Por ejemplo, no podemos olvidar que se condena a la clase trabajadora a
no poder mejorar su situación laboral, especialmente gracias a la privatización
de la Formación Profesional que deja prácticamente sin plazas para estudiar.
Solo quien tiene dinero puede aspirar a mejorar su calidad de vida, solo quien
puede permitirse unas prácticas en empresa durante dos o tres años podrá lograr
eso que los neoliberales llaman prosperar. La realidad material es un hecho,
las clases bajas no tiene apenas oportunidades para mejorar sus condiciones de
vida y están condenadas a malvivir en trabajos de esclavitud.
Mientras nos vendan
que trabajar en dos o tres trabajos mola y dignifica, no estaremos reclamando
derechos sociales, justicia social e igualdad
La romantización de
la precariedad laboral viene patrocinada por los grandes medios de
comunicación, defensores del capitalismo a ultranza, que los últimos años han
vertido titulares llenos de anglicismos que legitiman la pobreza que el sistema
genera, desde el coworking al cohousing pasando por el coliving.
Enmascarar la
pobreza no hace más que estigmatizar y edulcorar una situación de desigualdad
engañando y mostrando una realidad falsa de que ser pobre o precario después de
todo suena bien, suena cool. Ellos venden una imagen de que ser pobre mola y
así consiguen que parte de la sociedad siga adormecida y no luche por cambiar
sus condiciones laborales o materiales. Mientras vendan que no irse de
vacaciones o stacatyon como titulan en sus artículos sea algo cuqui, no habrá
quien se levante o reivindique cambios.
Estamos asistiendo
a la era de normalizar prácticas o tendencias que no hace tanto tiempo nos
parecían insólitas. A marchas forzadas hemos llegado a un punto que puede ser
peligroso y de no retorno, y que puede llevarnos a situaciones como las vividas
en Grecia, en las que se ha establecido la jornada laboral de 13 horas. Todo
ello te lo venden los grandes poderes como espíritu del sacrificio o de
superación, la dignificación del trabajo aunque el trabajo te cueste la misma
vida. Centrarse en casos concretos de superación y esfuerzo nos lleva a
simplificar la realidad y a evadir el debate que hay detrás de las condiciones
de precariedad laboral de una gran parte de la sociedad. La cultura del
esfuerzo suele originarse en entornos privilegiados interesados en mantener una
población adormecida y resignada.
Mientras hablamos
de casos individuales de auto explotación no estaremos hablando de organización
colectiva para luchar por una mejora de los derechos laborales. Mientras
hablemos de lo que mola ser pobre y precaria, no saldremos a las calles para
denunciar las jornadas laborales de 12 horas por mucho que al presidente de los
hosteleros le parezca muy normal tener condiciones de esclavitud. Mientras nos
vendan que trabajar en dos o tres trabajos mola y dignifica, no estaremos
reclamando derechos sociales, justicia social e igualdad.
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