viernes, 8 de septiembre de 2023

MASTERCHEF EDUCA EN VALORES

MASTERCHEF EDUCA EN VALORES

A los asiduos a este millonario show pagado con dinero público no nos sorprende la banalización del beso no consentido de Luis Rubiales a Jenni Hermoso

GERARDO TECÉ

Los tres miembros del jurado de MasterChef en un avance

de la nueva edición. / MasterChef España

Entre otros varios millones de defectos, soy adicto a la telebasura. Me pones en el sofá, me das el mando de la tele y un rato libre para zapear y entre un documental con imágenes inéditas de la Segunda Guerra Mundial (SPOILER: perdieron los malos) y la incomodidad de ver a una pareja que no acaba de entenderse mientras la perilla de Carlos Sobera revolotea por la mesa, no me lo pienso. Roosevelt, Churchill, Stalin, gracias por los servicios prestados, pero me quedo con la cara de Carolina de Castellón mientras escucha a Juan Pedro de Elche. Mi especialidad, dentro del sector de la telebasura, son los programas relacionados con la comida. A saber lo que diría un psicoanalista. Chicote descubriendo mierda bajo el fregadero o el jurado de MasterChef criticando un emplatado pueden hacerme trasnochar aunque el despertador vaya a sonar sin negociación a las siete de la mañana.

 

A pesar de mis horas de vuelo y mi demostrada capacidad para comerme –nunca mejor dicho– lo que me echen, hay uno de estos programas que cada temporada me hace cambiar de canal como el que huye de un incendio y preferir el campo de concentración de turno.

 

MasterChef, presentado precisamente por la nieta de un psiquiatra fascista español que se dedicaba a recorrer estos campos del horror estudiando qué malformación genética había llevado a esos prisioneros a ser izquierdistas, es un tipo de telebasura que contiene, a su vez, el antídoto para evitarla: un nivel de clasismo que repugna. En mi dilatada experiencia viendo pruebas de exterior, cronómetros que pitan el final y tú con el solomillo sin hacer o emplatados de ensueño, he visto cosas que no creeríais pagadas con mis impuestos en la tele pública. Momentos que, gracias a la hemeroteca, no se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia, sino que forman parte de la bochornosa historia de TVE. He visto a la presentadora explicarle a los concursantes que deben tratar con especial respeto a los invitados de hoy, ya que son familias pertenecientes a la nobleza. He visto desfilar a políticos de ultraderecha que niegan la violencia machista o a concursantes sufriendo bullying de la manera más repugnante. No olvidaré el caso de una chica gitana y transexual a la que, tras pasar todos los castings previos, machacaron en prime time porque ni sabía cocinar ni tenía la actitud elegante que se le exigía.

 

La última polémica provocada por el jurado de MasterChef, que se tomó a broma el beso no consentido de Rubiales a Jennifer Hermoso, es sólo una parada más de este transatlántico del entretenimiento que siempre atraca en los mismos puertos pagados por los contribuyentes. Quienes somos asiduos a este millonario show financiado con dinero público no esperábamos desde luego un mensaje feminista en torno al caso, sino el silencio o, en el peor de los casos, la banalización. Porque en MasterChef, programa de entretenimiento, sólo hay hueco para ponerse serio cuando la ocasión lo merece. Y esta ocasión suele ser, normalmente, la visita de personas con apellidos compuestos ante las que no caben ni la broma ni el tono socarrón con el que despacharon la agresión sexual y posterior persecución a la futbolista. La función de la cadena pública es, entre otras, la de educar en valores. Desde esa perspectiva, nadie puede decir que MasterChef no lo haga. Lo hace. Y tanto que lo hace.


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