LA GESTIÓN MIGRATORIA ES LA
MUERTE DEL LORO
LUCILA RODRÍGUEZ-ALARCÓN
Josep
Borrell participa en la reunión informal de cooperación al desarrollo de
ministros de la UE. -NACHO FRADE / Europa Press
Llevamos solo un par de semanas de curso escolar y ya se vislumbra cómo va a ser la temporada 23-24 en lo que a temas migratorios se refiere y, como todo el resto de lo que nos rodea, va a tener tintes distópicos. No tendría por qué ser así pero parece que los países actualmente receptores de flujos migratorios no podemos pensar, ya no a largo, sino a medio plazo y eso, sin duda, va a ser la esperada 'muerte del loro', que se mata clavándose su propio pico.
Empezamos
la temporada con catástrofes naturales justo en los países de paso al límite de
las fronteras de Europa. Primero, un terrible terremoto que se llevó por delante varios pueblos y
ciudades de Marruecos y en el que se reportaron en torno a 3.000 personas
muertas. Durante los escasos días que duró la cobertura pudimos ver de todo:
desde acciones bellísimas de solidaridad espontánea ciudadana –esa que tanto
caracteriza a la sociedad de España– como campañas xenófobas
incompresibles. El rey de Marruecos dejó de claro de nuevo que la salud de su país y
de las personas que lo habitan le importan bastante poco, permitiéndose
rechazar ayudas de otras naciones, cuando sus conciudadanos seguían buscando a
familiares entre los escombros y él se encontraba fuera del territorio. En
definitiva, un verdadero desastre que evidencia la situación tan extremadamente
precaria e injusta en la que viven nuestras vecinas en un país con el que tenemos
frontera física, con un gobierno autoritario y despiadado al que nuestro
Ejecutivo y la Unión Europea (UE) han decidido apoyar para evitar el chantaje migratorio. ¿Qué puede salir mal?
Apenas
tres días después del terremoto en Marruecos, cuando la gente todavía seguía
buscando víctimas, el rey aún no había visitado la zona afectada y la ayuda
internacional empezaba apenas a llegar al país, otro evento apocalíptico azotó
a otra de las naciones africanas fronterizas del Mediterráneo: unas lluvias
torrenciales se sumaron a unas infraestructuras deficientes y dos presas
saltaron por los aires en Libia, llevándose por delante la ciudad libia de
Derna y dejando una cifra indeterminada de muertos que supera las 11.000
personas y podría llegar hasta 20.000. Libia es un país sin gobierno, en manos
de paramilitares desde hace años que está siendo utilizado convenientemente por
el gobierno de la UE para evitar el flujo de inmigrantes procedentes de África.
Se sabe que hay cárceles donde se esclaviza y se asesina a las personas que
están en tránsito, pero en lugar de penalizar de algún modo a quienes
desarrollan estas prácticas, la UE gasta miles de millones de euros para
asegurar que nadie pase, porque "ojos que no ven...".
Entre
tanto, siguen llegando inmigrantes a Europa por todas las rutas. Las más
populares en nuestras noticias son las de acceso por España, es
decir Canarias y la costa sur de la península, que andan bastante controladas
desde la masacre de Melilla en la que se estima que murieron varias decenas
de personas en la valla, que tuvo lugar coincidiendo con la cumbre de la OTAN de Madrid y tras el histórico cambio de postura sobre el
conflicto del Sáhara asumido por el gobierno de Pedro Sánchez. En Italia llevan
un verano lleno de noticias de llegadas, con Lampedusa de nuevo colmando
titulares como un espacio de recepción de barracas y esa parte del mar como
terreno mortal para aquellas personas que intentan cruzar. Los datos del Consejo Europeo no dejan lugar a dudas: está siendo uno de los
años más mortíferos de la historia de los cruces, con al menos 2.720 muertos en
apenas 160.000 llegadas. Es demoledor ver cómo hemos ido aceptando la
muerte como parte del proceso migratorio. En el año 2015 llegaron a Italia
más de un millón de personas y se registraron 4.054 muertes. Al año siguiente
murieron por lo menos 5.143 personas pero solo llegaron a las costas 373.000.
Es decir, proporcionalmente, cada vez llega menos gente y mueren más personas
en el mar. Y, sobre todo, no pensemos que en el caso de España estamos mucho
mejor, simplemente es que las muertes se producen en países terceros a los que
nuestro gobierno paga para que así sea. Pero resulta mucho más llevadero así,
sin duda, no en balde somos los inventores del sistema de control migratorio europeo.
Entre
medias, los países de la UE funcionan por arranques emocionales y van cambiando
sus enfoques de control migratorio en función de la actualidad del momento.
Alemania se está estrenando en el cierre de fronteras, amenazando a Italia y a
Polonia con tomar medidas de larga duración. Polonia está empezando a sentir
fuertemente el peso del éxodo ucraniano que no ha podido compartir con el resto
de la Unión, porque somos solidarias pero no tanto. Borrell ya avisó en unas
recientes declaraciones públicas que la gestión migratoria puede ser el gran
talón de Aquiles que haga saltar en pedazos la UE.
Mientras
todo esto sucede, los países de la Unión se enfrentan a un decrecimiento de su población que va acompañado de un
envejecimiento histórico. Este
es un hecho que nadie cuestiona pero, curiosamente, parece que nadie
interioriza lo que esto significa. Cada vez menos gente y cada vez más mayores
significa que solo las personas con capacidades económicas elevadas podrán
tener una vejez digna. El resto tendremos que trabajar hasta que nos muramos,
salvo que tengamos hijos que nos quieran apoyar. No tiene ningún sentido nada.
En 2022 había medio millón menos de personas en Europa, pero el problema son
las 200.000 personas que han entrado de forma irregular por nuestras costas, no
las que han muerto intentando llegar, no las que no quieren venir porque no
tenemos nada que ofrecer –sí, esto está empezando a pasar también, pero ya
hablaremos de ello en otra ocasión–.
Pues
todo esto y más nos espera esta temporada en Con M de Migraciones,
esta sección de nuevas narrativas migratorias que acompaña el esfuerzo
periodístico sobre migraciones del equipo del diario Público. Amén.
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