FEIJÓO PRESENTA SU CANDIDATURA
A LÍDER DE LA OPOSICIÓN
El
PP renuncia a gobernar porque el partido con el récord de indultos se niega a
sumar uno más. La ética les impedía hacer concesiones al independentismo
catalán como las hizo Aznar
GERARDO
TECÉ
Alberto Nuñez Feijóo, durante su discurso
en la sesión de investidura del 26 de septiembre. / Congreso de los Diputados
Horas antes del arranque de la investidura, Cuca Gamarra sorprendía con un anuncio: Feijóo se convertiría en el primer candidato que, por voluntad propia, renunciaría a ser presidente. Así que había expectación máxima, claro. No fuera a ser que a última hora el hombre cambiase de opinión. Doce de la mañana en el Congreso de los Diputados de este martes de septiembre en el que, salvo las palabras de Cuca Gamarra y los tamayómetros con los que los medios madrileños especulan a cuánto sale el kilo de tránsfuga en lonja esta semana, nada hace indicar que la llave de La Moncloa esté en la mano de un Feijóo al que le siguen faltando los mismos cuatro escaños que le faltaron aquella noche del 23J en la que su pulgar levantado en el balcón de Génova decía una cosa y sus ojos decían otra. Tras un largo recorrido en círculos que empezó con Feijóo tendiéndole la mano al sanchismo, a Junts y al PNV y que ha terminado con Feijóo denunciando los posibles pactos entre el sanchismo, Junts y el PNV, hemos llegado al Día D. D de Desquicie, porque quien sube a la tribuna para pedir la confianza del Parlamento sabe que no puede obtenerla desde hace tiempo. Desde antes de pedirle a Felipe VI que le reservase la sala.
El tipo al que la tele rotula
como candidato a presidir el Gobierno tiene en realidad como objetivo asentar
posiciones dentro del PP haciendo desde ya oposición a un posible futuro
Gobierno que nacerá de una futura investidura para la que aún no hay fecha.
Para que algunos digan que la derecha vive anclada al pasado.
Según los artículos
170, 171 y 172 del Reglamento del Congreso, Alberto Núñez Feijóo debería
dedicar las próximas 48 horas a convencer al resto de grupos políticos de la
conveniencia de apoyar su propuesta para España. El problema es que Feijóo, que
ayer por la tarde subía una foto a X (antes twitter) mirando papeles y
anunciando que estaba preparando el bolo, no ha llevado al Congreso ninguna
propuesta para España. En su lugar, eso sí, lleva una propuesta para su propio
partido: dadme tiempo. No es la primera vez que un asunto que debe resolverse
internamente se convierte en debate público en España. Isabel Pantoja y Kiko
Rivera fueron avanzadilla. Pero si para solucionar en sede pública los
intríngulis de Cantora, el lenguaje era directo –tú robaste el traje de torero
de mi padre, te odio, sal de mi vida–, para solucionar lo de Génova el lenguaje
es diferente. Porque en política uno no puede subirse a la tribuna del Congreso
y gritar Isabel déjame vivir, ten piedad. En su lugar, para que Isabel te deje
vivir le mandas mensajes encriptados jurándole que te portarás bien para
impedir que te apliquen la solución Casado –dios lo tenga en su gloria–.
Declarar en tu propia investidura, en tu propia exposición de propuesta de
modelo de país, que Sánchez destruirá España es esa forma encriptada de pedir
tiempo.
Feijóo juega en el
mundo de la ficción. Ficción es que pueda ser presidente si así lo decide
Feijóo, flamante
casipresidente del Gobierno, llegó al Congreso de manera espectacular. Si las
investiduras dependiesen de la escenografía, el gallego obtendría mañana una
mayoría absoluta aplastante. Faltaban pocos minutos para las doce y una manifestación
de diputados, senadores y presidentes autonómicos del PP, liderada por el
candidato Feijóo, bajaba por la Carrera de San Jerónimo. La escena pedía que
sonara música épica de fondo. Teniendo en cuenta el golpe que se avecinaba en
forma de votación, la de Rocky hubiera estado bien. A la espera de que Madrix,
ese estado mental mediático-madrileño que gobierna el PP, decida sobre el
futuro de Feijóo, hoy la consigna era arropar al candidato. Ovación cerrada de
los suyos cuando Feijóo subió a la tribuna. No le aplaudían así desde la noche
del 23J en la que, como hoy, todos sabían que aquellos aplausos eran a un
soldado caído en la batalla. Aplausos de agradecimiento por los servicios
prestados que Feijóo debería convertir durante su discurso en apoyos para su
candidatura como líder de la oposición.
El guión, el
previsto, pero con alguna sorpresa. Quizá la mayor de ellas haya sido que
Feijóo ha confirmado con sus propias palabras lo anunciado anteriormente por
Cuca Gamarra: si no gobierna el país es porque no quiere. Porque él, al
contrario que Sánchez, tiene ética y valores. Es decir, que Feijóo ha decidido
–y su partido se lo ha permitido– renunciar a la hucha del Estado, a los
presupuestos generales, porque la ética les impedía hacer concesiones al independentismo
catalán como las hizo Aznar en el 96. Es decir, que el PP renuncia a gobernar
España porque el partido con el récord de indultos se niega a sumar uno más
indultando a Puigdemont. Si la mayor sorpresa ha sido esa, la propuesta más
llamativa en el discurso de Feijóo ha sido la creación del “delito de
deslealtad institucional”. Un concepto, el de deslealtad, tan subjetivo que
suponemos que desleal, y por tanto delito, sería pactar con Junts mientras
lograr bloquear durante cinco años el gobierno de los jueces en contra de la
Constitución podría conllevar medalla al mérito civil. Averigua. Sea como sea,
Feijóo juega en el mundo de la ficción. Ficción es que pueda ser presidente si
así lo decide, ficción es su investidura y ficción todas y cada una de las
promesas electorales que ha lanzado hoy confundiendo investidura con campaña
electoral. Quizá la más significativa de ellas, por sorprendente, su promesa de
que el poder judicial deje de estar manoseado por los partidos políticos. No se
encendió un puro tras el anuncio porque en el Congreso se puede hablar euskera
pero no se puede fumar.
La votación que
dejará claro que sacar más votos que el segundo no te convierte en nada. Ni
siquiera en líder de la oposición
Quitando que lo de
hoy era una investidura y no una sesión de control al Gobierno del que no
formas parte, Feijóo ha estado bien. Si su objetivo era presentarse como líder
de la oposición –cargo que aún no tiene asegurado en un futuro a medio plazo–,
ha hecho méritos para ello. Y no era fácil, teniendo en cuenta que tenía que
articular un discurso en el que, al mismo tiempo, respetase las líneas maestras
marcadas por Madrix y mostrase algo de ese posicionamiento centrado en el que
se siente cómodo. Un ejemplo paradigmático es el pasaje de su discurso en el
que el líder del Partido Popular ha dibujado un país que se construya sobre las
bases del diálogo y en el que desaparezcan los bloques. A continuación, le ha
dado las gracias por su apoyo a los 33 diputados de Vox dispuestos a ilegalizar
a buena parte del Congreso. Lo cual, hay que reconocerlo, facilitaría la
construcción de ese país sin bloques con el que sueña el casipresidente Feijóo.
Mañana, la votación que dejará claro que sacar más votos que el segundo no te
convierte en nada. Ni siquiera en líder de la oposición.
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