Telefónica, dígame
DAVID TORRES
El
logo de Telefónica en su sede en la Gran Vía de Madrid,
en
2019. Andrea Comas / Reuters
Del mismo modo que Los Simpson van profetizando los principales hitos de la historia reciente de Estados Unidos, la actualidad española viene cifrada en la filmografía completa de Pajares y Esteso. El último episodio, la compra de las acciones de Telefónica por Arabia Saudí, ya estaba vaticinado en Los energéticos, de 1979, película en la que las dos Españas se resumen en dos dinastías de pueblerinos enfrentadas desde tiempos inmemoriales por la posesión de un pozo: los Mondongos y los Bellotos. En medio de la disputa, aparece un jeque árabe interpretado por Antonio Ozores, quien aterriza en helicóptero regalando joyas a puñados y secundado por una corte de bailarinas en pelota, una anticipación de la audaz inversión de Saudi Telecom Company en el mercado español por el módico precio de 2.100 millones de euros.
Dicen los economistas que las acciones de
Telefónica estaban por los suelos, lo cual explica la tremenda bajada de sueldo
de su presidente y de sus consejeros delegados: el año pasado, José María
Álvarez Pallete, cobró únicamente 6,8 millones de euros, mientras que Ángel
Vila a duras penas lograba rascar los 5 millones. Con esas remuneraciones
ridículas, se entiende que los jefazos de la compañía ni siquiera se enterasen
de que había una OPA hostil en marcha; demasiado trabajo tenían estos pobres
directivos al ir al supermercado y empeñar un paquete de acciones a la hora de
comprar una sandía y un litro de aceite de oliva. De paso, habría que revisar
si la totalidad de sandías y olivares del país no han sido adquiridas por otro
jeque primo de Antonio Ozores.
La operación ha pillado por sorpresa a
todo el mundo: al parecer, nadie sabía que Telefónica estuviera a la venta y
menos aún que estuviera a precio de saldo. Hasta ahora, nuestros negocios con
Arabia Saudí consistían en venderles trenes de alta velocidad a La Meca y
armamento de última generación con el que masacrar a su gusto a los pobres
yemeníes. Estos trapicheos no tienen más inconveniente que mirar hacia un lado
cuando las comisiones caen en los bolsillos del rey Juan Carlos y sus
amiguetes, y mirar hacia el otro lado cuando las bombas matan a unos niños que
pasaban por allí. Con Arabia Saudí, los españoles ejercitamos a base de bien
los músculos del cuello y por eso tenemos los trapecios que da gloria verlos.
Quién iba a suponer que, al comprar Telefónica a traición, como si fuese un
equipo de fútbol de tercera, nos iban a pillar mirando hacia La Meca.
Es lógico que la prensa no airee mucho
estas curiosas transacciones con los señores del petróleo, ya que en Arabia
Saudí no guardan muy buenas relaciones con los periodistas. A Jamal Khashoggi,
muy crítico con el régimen saudí, lo descuartizaron vivo en el consulado de
Estambul, y el único detalle que tuvieron los siete carniceros que lo estaban
despedazando sobre una mesa fue subir el volumen de la música para tapar sus
gritos.
La
compra de las acciones Telefónica daría para un número de Gila de ésos en los
que llama por teléfono a ningún sitio y pregunta: "¿Está Telefónica? Que
se ponga". No me negarán que lo del presidente que se baja el sueldo hasta
rozar los siete millones de euros anuales no parece sacado de un monólogo de
Gila. Pero hasta Gila -que hacía bromas con lugareños electrocutados y
profesores reventados con un cartucho de dinamita- resulta demasiado
sofisticado para esta chapuza. Lo mejor será repasar la filmografía completa de
Pajares y Esteso y adivinar en qué película acabará todo esto. Va a estar
entre Los chulos, Los liantes y Todos al suelo.
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