Blanquear
dictaduras sale caro
DAVID BOLLERO
Imagen
de archivo del príncipe heredero de Arabia
Saudí,
Mohamed bin Salmán. - Reuters
La compañía Saudi Telecom Company (STC) Group se ha hecho con el 9,9% de Telefónica, justo un 0,1% menos del 10% que habilitaría al Gobierno la activación de la acción de oro, esto es, el veto a la operación. La compañía, en manos del régimen saudí, asegura que no tiene intención de controlar la operadora ni interferirá en su negocio pero, ¿seremos tan ingenuos para pensar que una dictadura paga 2.100 millones de euros con el único propósito de avalar la buena gestión de Telefónica y blanquear su autoritarismo?
Pese
a ese leve repunte del 0,27% de Telefónica al cierre de la Bolsa de ayer, la
inquietud cunde de manera generalizada. Telefónica es una de nuestras
compañías estratégicas, con contratos millonarios en Defensa, Sanidad,
Energía... El Ibex cayó un 0,4%, la Unión Europea (UE) ha
encendido sus alarmas, el Gobierno ya ha anunciado que velará por los intereses
de España y, cómo no, la derecha no ha perdido
oportunidad de arremeter contra el Ejecutivo por boca de personajes como
Antonio Hernando, que tras su paso por el cementerio de elefantes del Senado
regresa esta legislatura al Congreso.
Olvida
Hernando que fue el PP quien abrió el camino para que una de las empresas que
había sido bandera del país pudiera caer en manos ajenas. En 1997 y al más puro estilo de Aznar, esto es,
sin ni siquiera pasar por el Congreso, el presidente popular se desprendió del
20,9% que el Estado conservaba de Telefónica, para poner al frente al que había
sido compañero de pupitre en el elitista colegio de Nuestra Señora del Pilar de
Madrid, Juan Villalonga.
A
partir de ese momento, el libre mercado que tanto
defienden los neoliberales se encargaría del resto, aderezado, claro está, con
el blanqueamiento de las dictaduras más atroces que violan los derechos
humanos. Ni el libre mercado sale gratis ni asociarse con
regímenes asesinos es una ganga. Ambas cosas pasan factura tarde o
temprano. STC Group ha jugado con las reglas existentes,
en una operación medida y ejecutada bajo el radar, incluso, del CNI,
que al parecer ahora sí tendrá un papel fundamental en los tres meses que tiene
el Gobierno de España para analizar la operación.
Hay
sobrados motivos de preocupación por el hecho de que la principal operadora del
país esté controlada por Arabia Saudí. Este tipo de dictaduras árabes ansían
diversificar sus fuentes de riqueza, sabedoras de que los petrodólares dejarán de cundir a medida que se combata el
cambio climático. Además, llevan años intentando mejorar
cosméticamente su imagen, pero al tiempo que lucen patrocinios
deportivos y fichan a estrellas del fútbol, cuando se pasa el algodón, salen
las torturas y asesinato de periodistas como Jamal Khashoggi. A pesar de ello,
países como España y la misma Unión Europea han entrado en el juego, sin medir
las consecuencias que esto tendría. Tanto se ha entrado que la huida del rey emérito a Emiratos Árabes es un plato de difícil
digestión para el que no existen suficientes sales democráticas que procuren
alivio, ni siquiera a los defensores de la Corona, en constante
bucle de regurgitación.
Arabia Saudí es uno de los países invitados a sumarse a
los BRICS en esa nueva construcción de dos
grandes polos geopolíticos que enfrenta a Occidente, liderado por EEUU, y al
resto. La arrogancia histórica de la Casa
Blanca y el neocolonialismo que sigue practicando Europa, con esos aires de
superioridad, han colmado el vaso de África, Oriente y buena parte de
Sudamérica. En ese contexto, creer que Arabia Saudí no sacará provecho de un
gigante internacional como Telefónica, con tentáculos alcanzando los sectores
más estratégicos, es tan ingenuo como pueril.
Todos
los caminos terminan por conducirnos a la nacionalización, pero no
escarmentamos. Disponer de una energética estatal,
una empresa de agua, de telecomunicaciones, una banca, incluso, una
farmacéutica se ha demostrado que es crucial para el bienestar de la
ciudadanía, que es el fin último de un buen gobierno. Crecer por crecer, la
máxima del capitalismo y la guía de nuestros gobiernos aferrados al incremento
del PIB, es contraproducente y únicamente conduce a operaciones como la de
Telefónica, cuya justificación es precisamente esa, disponer de más medios para
seguir creciendo mientras nosotras y nosotros, a pie de calle, menguamos.
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