LA TORRE DE BABEL Y EL CONGRESO CHINO
JONATHAN MARTÍNEZ
A partir de ahora, tendremos que aguzar el oído para acostumbrarnos a una riqueza lingüística que ya existe pero que parece condenada a subsistir en los márgenes de la oficialidad.
Dicen las páginas del Génesis que hubo un tiempo inmemorial en que solo existía una lengua. Y dicen también que los sucesores de Noé, supervivientes del gran diluvio, se instalaron en una llanura de Senaar y fundaron el gremio de la construcción. Así, hinchados de soberbia, resolvieron levantar un edificio tan alto que acariciara el cielo y extendiera su fama más allá de los siglos. A Dios no debió de hacerle mucha gracia porque bajó de sus dominios y confundió las lenguas de los constructores para que no se entendieran entre sí y terminaran dispersos por toda la faz de la tierra.
A lo largo de los
tiempos, el mito de Babel ha admitido todo género de interpretaciones, algunas
razonables y otras audaces o más bien disparatadas. ¿Qué intención se esconde
tras esta zancadilla divina contra la especulación inmobiliaria? Hay en la
furia de Dios un castigo contra la vanidad humana pero también una oportunidad
para la expansión de los pueblos. La fábula parece, en todo caso, un intento
precientífico de explicar la diversidad cultural y la riqueza lingüística. No
por casualidad, otras culturas han engendrado relatos similares para responder
a la misma pregunta. ¿Por qué hablamos lenguas diferentes?
En su cruzada
contra la pluralidad, el ABC ha llevado a la portada de su digital un alegato
contra la apertura del Congreso a toda lengua que no sea el castellano. Una
sutil reforma del reglamento permitirá a los diputados expresarse en idiomas
que ya suenan en otros parlamentos sin que nadie haya levantado tanto escándalo.
Será “la torre de Babel”, dice el ABC, que se ha preocupado por el coste de la
traducción simultánea y apela a la sensatez de la bancada popular. Borja Semper
ya ha anunciado que en su grupo no habrá lugar para exhibiciones políglotas:
“Vamos hablar en castellano. No vamos a hacer el canelo”.
Los estudios
filológicos, que se han interesado por el viejo matrimonio entre la lengua y la
política, acuñaron el concepto de “imperialismo lingüístico” para referirse a
la voluntad uniformizadora de las grandes culturas. El profesor escocés Robert
Phillipson sostiene que las lenguas de los imperios se establecieron más allá
de sus fronteras a costa de las lenguas locales, y esa correlación desigual
sigue operando en nuestros días a favor de las metrópolis. El imperialismo
lingüístico justifica que los centros de poder glorifiquen las lenguas
dominantes y les concedan más recursos materiales al tiempo que estigmatizan
las lenguas minorizadas.
Aresti lo despachó
con una retranca proverbial: “Si quisiera más lectores, escribiría en chino,
que son mil millones”. Como dice la chavalería, el zaska se escuchó hasta en
Pekín.
Hace ya casi diez
años, el programa “Para todos la 2” cometió la imprudencia de invitar al
catedrático Juan Carlos Moreno Cabrera para hablar de “la lengua que nos une”.
El corte está aún disponible en YouTube y es una pirotecnia de honestidad
intelectual y pedagogía. Moreno Cabrera, que ha escrito largo y tendido sobre
el imperialismo lingüístico panhispánico, corrige uno por uno todos los
prejuicios de la presentadora. ¿De qué nos sirve hablar lenguas minorizadas?
Sirve para acceder a formas de ver el mundo tan ricas y valiosas como las
demás. Siempre despreciamos lo que desconocemos.
A partir de ahora,
tendremos que aguzar el oído para acostumbrarnos a una riqueza lingüística que
ya existe pero que parece condenada a subsistir en los márgenes de la
oficialidad. Babel no es el Congreso sino el mundo, donde gente diversa habla
lenguas diversas y aun así consigue entenderse. Es el mismo mundo, también, donde
gente que habla una misma lengua se enreda en torpes malentendidos y hasta se
enzarza en la guerra. Será que la voluntad de comunicarse es más poderosa aún
que las palabras. Quien no quiere entendimientos siempre sabe urdir un buen
pretexto.
Cuentan que en los
últimos años del franquismo, el escritor vasco Gabriel Aresti recibió un
galardón literario de las manos del Secretario de Cultura y Turismo. El
dignatario, interesado o preocupado por el poeta, formuló una pregunta que
tantos autores han escuchado alguna vez: “Señor Aresti, ¿por qué escribe usted
en euskara si en castellano podría tener más lectores? Al fin y al cabo, son
quinientos millones de hablantes”. Aresti lo despachó con una retranca
proverbial: “Si quisiera más lectores, escribiría en chino, que son mil
millones”. Como dice la chavalería, el zaska se escuchó hasta en Pekín.
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