LOS ORÍGENES
JUAN CARLOS ESCUDIER
A Irene Montero le
han querido buscar las vueltas por haber excluido de su currículo su desempeño
como cajera en un supermercado, un trabajo que, según ha dicho, es el que más
le ayuda ahora que es ministra para no olvidar ni sus orígenes ni la situación
de las mujeres que representa. Contra Montero se supera la inquina habitual que
suele destilarse contra el adversario político y existe un especial empeño es
mostrar que, carente de experiencia laboral, su único mérito para estar en el
Gobierno o en la cúpula de Podemos es el haber resultado beneficiaria de un
nepotismo de alcoba que la reduce a la condición de mujer de Pablo Iglesias. La
siempre necesaria crítica política se sustituye así por una cosificación machista
que se descalifica por sí sola.
El argumento, por
llamarlo de alguna forma, es especialmente despreciable pero tendría algo de
sentido si se aplicara de la misma manera a otros casos similares. Si Montero
nunca debió ser ministra porque en vez de trabajo en el sector privado sólo
puede exhibir expediente académico y activismo político y su ascenso en
política obedece a otro tipo de ‘méritos’, estamos a tiempo de desenmascarar a
Pablo Casado, a quien para convertirse en líder de la oposición y aspirar a la
presidencia del Gobierno sólo le han hecho falta unas prácticas de dos meses en
una filial suiza del Banco de Santander. El del PP, por cierto, eliminó de su
currículo este bautismo suyo en el mundo laboral, quizás porque lo de Suiza
tenía mala prensa desde que algunos compañeros de partido eligieran los Alpes
como residencia de sus asmáticas cuentas bancarias. En la ignorancia de lo que
es cotizar a la Seguridad Social y con un currículo engordado como las ocas del
foie gras, habría que concluir que su llegada a la cúspide de la derecha es
resultado directo de otras habilidades suyas en posición horizontal.
Aclarado este
asunto, no olvidar los orígenes es un buen propósito, sin presuponer por ello
una relación determinista del comportamiento. Ni la procedencia humilde te
encamina hacia el marxismo ni la buena cuna te insufla neoliberalismo en el
cuerpo desde las primeras tomas del biberón. Lo que sí parece confirmado a lo
largo de la historia, sobre todo en estos tiempos en los que tenemos averiado
el ascensor social y nos han castigado demasiado el cuerpo como para intentar
subir a pelo los peldaños sin despeñarnos a los pisos de abajo, es que tiende a
mantenerse una relación estadística entre el nivel social en el que nacimos y
en el que moriremos, justo lo que un Gobierno de izquierdas que se precie
debería combatir con todas sus fuerzas. Puede admitirse en consecuencia cierto
determinismo económico; el de clase es mucho más que discutible.
Los orígenes
influyen pero no necesariamente constituyen un reservorio de valores al que uno
acude cuando tiene dudas sobre cómo actuar. O sí, pero puede que para elegir
del armario lo contrario de lo que la procedencia individual dictaría. Renegar
de los orígenes puede estar justificado y, en ocasiones, es terapéutico. Ni el
pasado es siempre motivo de orgullo ni se han de idealizar las raíces porque
los apegos constituyen una de las principales causas de inmovilidad que se
conocen. Haber sido en su día cajera, peón de albañil, vendedor de
enciclopedias o ejecutivo de multinacional ni avala ni denigra. Agitar esta
circunstancia y sugerir que se oculta como un desdoro es bastante miserable,
pero tampoco aporta gran cosa presumir de ella hasta el punto de hacer pivotar
sobre la cinta transportadora de un híper la visión que se tiene del mundo.
Obviamente, todo
influye a la hora de conformar el carácter y moldear al gusto conceptos tales
como la honestidad, el respeto o la justicia social. Bienvenido sea que el
pasado laboral de la ministra le ayude en el desempeño de su cargo, desde el
que, por cierto, no solo representa a determinadas mujeres, o las mujeres en su
conjunto, sino a todos los que creen que la igualdad es un principio
irrenunciable. Los orígenes no aseguran nada. Hay personas que se dicen hechas
a sí mismas y que justifican haber alcanzado las más altas cimas de la miseria
moral por haber partido desde la nada. A otras les sirve para conservar cierta
coherencia entre lo que son y lo que fueron. Y algunas les recuerda lo que
jamás querrían volver a ser. Son así de caprichosos.
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