viernes, 14 de febrero de 2020

SIN FINAL DIGNO


SIN FINAL DIGNO
GERARDO TECÉ
Desde la aprobación del divorcio en España, la ideología de algunos se viene muriendo de forma lenta y bastante dolorosa. Era el año 1981 y el país recuperaba un derecho conquistado durante la Segunda República y abolido con la llegada del franquismo: el de no tener que seguir casado con quien uno ya no quiere por evitarle un disgusto al cura. “Será el final de la familia”, se llevaron las manos a la cabeza los fundadores de Alianza Popular ante una ley normalizada en medio mundo. “No es hora de leyes estridentes como esta”, protestaba el siempre enérgico Manuel Fraga que, con todo el jaleo de pasar de líder franquista a líder demócrata en un cuarto de hora, no supo calcular que, muy poco después, algunos dirigentes de su propio partido se sacarían en los juzgados la tarifa premium del tú por tu lado y yo por el mío.



Décadas más tarde llegó a España la ley de matrimonio homosexual. Y con ella, un capítulo más de esta muerte lenta y dolorosa de la ideología reaccionaria. Quienes ya se habían acostumbrado a la ley del divorcio –incluso practicándola en modo experto– decidieron aplicar el mismo guión de años atrás. Esta vez no en contra del divorcio, sino en contra de las bodas, las de dos mujeres o dos hombres que libremente decidieran unirse. “Será el final de la familia”, repitieron, de forma ya poco original para quienes vieron la peli anterior, y salieron a la calle a manifestarse junto a la cúpula de la Iglesia, el Foro de las Familias Como Dios Manda y una señora del Opus venida arriba, que en plena mani entraba en directo en los micrófonos de la COPE para explicar que los homosexuales “copulan por el ano por una lesión que tienen en la amígdala”. Con la tranquilidad de que Berlanga ya estaba retirado, poco después de todo aquello, la cúpula del PP viajaba en pleno a Vitoria para lanzar arroz y gritar qué vivan los novios en la boda de Javier Maroto y su marido. Perder así la dignidad es innecesario existiendo otras alternativas.

Con cada nuevo paso social que no daña a nadie, pero beneficia a algunos, los defensores de la ideología reaccionaria vuelven a repetir esa cruel escena de la muerte lenta y dolorosa de sus argumentos. El histrionismo y la exageración se imponen una y otra vez y no hay cuidado paliativo que les alivie la cosa. A veces el diagnóstico es fundamentalismo religioso, ese virus que, por algún motivo, nunca es tratado convenientemente. Otras, la típica paranoia aguda o manía persecutoria. Ese delirio que lleva a algunos a estar seguros de que, aprobada una ley homosexual, el Estado obligará a los señores que se visten por los pies a encamarse con un maromo o a las señoras de bien con una bollera. Ahora llega a España la aprobación de otra nueva ley que nos hará avanzar como seres humanos. Y con ella llegarán los gritos de siempre, los aspavientos y augurios catastróficos. Entendamos su dolor. Acompañémoslo en lugar de enfrentarlo. Agarremos la mano reaccionaria, acariciemos la espalda y seamos sensibles con el dolor de quienes padecen la muerte lenta y dolorosa de unas posturas ideológicas incomprensibles para las que no existen ni cuidados paliativos ni una alternativa al sufrimiento alargado durante décadas.

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