CLOACAS DEL ESTADO: CASO ABIERTO
GORKA CASTILLO
“Necesito un hombre
con amigos poderosos. Necesito a todos esos políticos que usted carga en el
bolsillo como si fueran centavos”. Este requerimiento despachado a quemarropa a
Vito Corleone en El Padrino también admite adaptaciones a la realidad. Una de
las más claras podría representarla el excomisario José Manuel Villarejo, un
sabueso adiestrado en las cloacas del Estado, cuyo ascenso recuerda a los
mafiosos que aguardaban pacientemente la desaparición de sus capos para ocupar
su puesto. “También él tuvo un padrino: Agustín Linares, subdirector general
adjunto operativo de la Policía en tiempos de Felipe González y que acabó de
jefe de seguridad en el Banco Central Hispano. Como muchos otros. No hay
empresa del Ibex 35 que no haya tenido un director de seguridad procedente de
la comisaría general de información de la Policía. Aquel que entraba en ese
departamento sabía que su destino era acabar ganando 10 veces más como jefe de
seguridad en una compañía”, recuerda la abogada y diputada de Unidas Podemos,
Gloria Elizo, una de las personas que más ha combatido a esta trama, una
intrincada madeja con tantas redes corruptas entrelazadas que lo fácil es
perder el hilo.
No hay empresa del
Ibex 35 que no haya tenido un director de seguridad procedente de la comisaría
general de información de la Policía
Nueve piezas
judiciales abiertas, dos investigaciones paralelas en curso y 27 personas
imputadas jalonan un camino de espinas para una justicia que, pese a los
intentos reiterados por sabotear sus pesquisas –renuncias sorprendentes de
algún juez instructor, extraños traslados de magistrados perseverantes,
disparidad de autos por parte de la Audiencia Nacional, clausuras de comisiones
parlamentarias en momentos decisivos–, ha ido escalando peldaños en su intento
de acercarse al corazón de esta truculenta historia. “La dificultad es que se
trata de un negocio con una estructura de poder que trasciende a Villarejo y
que si no se desmonta en su totalidad dejará tocada la democracia. Dará igual a
quién se vote o quién gane las elecciones en el futuro”, avisa Pilar L.
González de Lara, una experta en asuntos financieros que empezó a cooperar con
periodistas como Patricia López y Javier Ayuso en el caso del Pequeño Nicolás,
el joven megalomaniaco acusado de múltiples delitos, sin saber que aquel sucio
asunto le conduciría a la Operación Tándem, una trama aún más bestial.
Encarcelado desde
2017 en Estremera, José Manuel Villarejo mantiene intacta esa parte visceral de
los comisarios franquistas, lo que unido a su red de jefes de seguridad de
empresas y a su paranoia por grabar todas las conversaciones que sostenía con
sus clientes, le siguen convirtiendo en un enemigo temible. Para unos y para
otros. ¿Qué ocurrió con el juez Fernando Andreu, que vio truncado su
nombramiento como secretario de Estado de Justicia? ¿Cómo ha transcurrido la
vida del magistrado Pablo Ruz desde que decidió hacerse cargo del Caso Gürtel?
¿Quién está destapando las maniobras orquestales en la oscuridad mantenidas
durante años por la crema del poder económico español, como el expresidente del
BBVA o el de Iberdrola, con un comisario enfangado en negocios exquisitamente
arrabaleros? Las sombras de estos interrogantes dibujan intrigas palaciegas en
el imaginario ciudadano. La hoguera crece.
La cofundadora de
Podemos, Carolina Bescansa, tiene una espina clavada desde su etapa como
portavoz del grupo en la comisión de investigación sobre la presunta
financiación ilegal del PP. “El trabajo que realizamos para desentrañar la
trama de corrupción del PP, algo estructural e incalificable, nos deparó muchas
sorpresas. Pero, sobre todo, abrió la vía para empezar a visibilizar las
conexiones que políticos de ese partido tenían con todos los aparatos ocultos
del Estado, las brigadas patrióticas, etc. Precisamente, en una de las últimas
comparecencias surgió el escándalo del espionaje realizado a Luis Bárcenas por
parte de su chófer que, como ha declarado ante el juez, fue captado por el
policía Andrés Gómez Gordo cuando trabajaba para María Dolores de Cospedal. Y
en el origen de todo ello, estaba la relación que mantenía su marido, el
empresario Ignacio López del Hierro, con Villarejo. Sin embargo, aquella
comisión sobre las cloacas no tuvo mucho recorrido porque la liquidaron en tres
meses”, recuerda Bescansa desde su puesto en la Universidad Complutense,
alejada ya de la política.
Un tipo que provoca
miedo incluso en prisión
De nuevo Villarejo
aparece aquí como muñidor de una conspiración al más alto nivel, agarrado a su
carpeta envenenada y camuflado tras unas gafas con cristales tamizados. “Es un
tipo que provoca miedo, incluso en prisión”, afirma un funcionario. Hoy vive en
Estremera, rodeado de una guardia pretoriana, casi todos agentes condenados por
diferentes delitos, y recibe una atención reverencial por parte de los
funcionarios. “Se dirigen a él como una persona distinguida. Don por aquí, Don
por allá. ¿Cómo se encuentra hoy, Don? ¿Le falta algo, Don?”, revela uno de
ellos. Con la llegada al Gobierno de la coalición PSOE-UP, con ministras y
vicepresidentes como Pablo Iglesias convertidos en piezas de caza mayor por la
extensa red de estafadores de Villarejo, se abre la incógnita de si ha llegado
el momento de desmantelar ese mecano de corrupción que aún pulula por el
subsuelo.
Villarejo vive hoy
en la carcel de Estremera, rodeado de una guardia pretoriana, casi todos
agentes condenados por diferentes delitos, y recibe una atención reverencial
por parte de los funcionarios
Todo indica que no
va resultar sencillo. Uno de los letrados más tenaces en la causa contra las
cloacas del Estado, Alejandro Gámez Selma, destaca las dificultades para
destapar las ramificaciones criminales de una trama cuya envergadura no para de
crecer. “El problema es que el sistema español no contempla la desclasificación
de documentos secretos, como ocurre en otros países. Ni siquiera un juez puede
hacerlo. Sólo el Consejo de Ministros. Esta falta de control judicial,
especialmente de la Audiencia Nacional, que es una pieza clave en todo esto,
facilita la impunidad y permite que haya agentes que vivan de los secretos de
Estado para hacer operaciones que ningún país democrático puede reconocer
abiertamente que se practican”, afirma. El abogado reconoce que la posibilidad
de acabar con las cloacas de un tajo a lo largo de la actual legislatura
también se ha visto mermada por algunos nombramientos inesperados.
El de Dolores
Delgado es el más desalentador. Al menos, así lo expresan algunas voces de
Unidas Podemos, el objetivo a abatir por el clan policial que engrasó Villarejo
desde su fundación como partido. Su designación al frente de la Fiscalía
General del Estado, una institución que puede resultar clave para limpiar con
lejía el fondo de la trama, cayó como un jarro de agua fría sobre la euforia
que desató la formación de un gobierno progresista decidido a acabar con
algunos de los vicios heredados del franquismo. Y este es manifiesto. Sin
embargo, hay recuerdos que todavía reverberan. Delgado aparece pringada en la larga
lista de personalidades enredadas en la madeja del excomisario. El más
llamativo, sin duda, la comida informal que ambos mantuvieron en 2009, junto a
Baltasar Garzón y varios policías. Aquello no se borra de un plumazo. Ni
siquiera con el tibio capote que le echó Pablo Iglesias en una de sus últimas
entrevistas en televisión donde hizo gala de que, a partir del acuerdo suscrito
con Pedro Sánchez, tiene asumido que la ropa sucia se limpia en casa.
Para terminar de
desdibujar la figura de la fiscal general es inevitable referirse a la estrecha
relación que mantiene con Baltasar Garzón, que desde su inhabilitación para
ejercer la carrera judicial, dirige el despacho de abogados que hoy defiende a
tres de los colaboradores de Villarejo con mayor peso en todas las causas
judiciales abiertas: Eugenio Pino, exdirector adjunto operativo de la Policía
(DAO), Enrique García Castaño El Gordo, exjefe de la Unidad Central de Apoyo
Operativo de la Policía (UCAO), y Carlos Salamanca, responsable policial del
aeropuerto de Barajas hasta 2015.
Tampoco es que el
trabajo de Fernando Grande-Marlaska al frente del Ministerio del Interior
concite la confianza que requiere la colosal tarea de embridar los malos
hábitos que proliferan en el mundo secreto policial. Pese a su machacona
insistencia en que la “brigada patriótica” de Jorge Fernández Díaz “ya no
existe”, hay quien aporta pruebas de todo lo contrario. “A Andrés Gómez Gordo,
imputado por su relación con la Operación PISA (el informe falso que
construyeron para hundir a Iglesias), le han ascendido y hoy dirige una
comisaría de Madrid. El inspector José Ángel Fuentes Gago, presunto integrante
de aquel grupo y que está imputado por espiar a Luis Bárcenas, también continúa
en activo dentro de la policía”, cuenta Patricia López, periodista del diario
Público cuyo trabajo de investigación está sirviendo para arrancarle el antifaz
a este intrincado clan.
Un eslabón más
Pero lo peor, en su
opinión, no es que siga habiendo cuatro o cinco personajes enfangados en
puestos relevantes de la Policía, sino que la oleada de causas abiertas en los
tribunales empiezan a desvelar detalles sobre los enigmas inconfesables que
podrían ocultarse en el corazón de la trama. “Villarejo es sólo un eslabón de
una banda que se forma a instancias de una élite político-económica procedente
de la dictadura con el objetivo de mantener impune su poder ante los posibles
cambios que pudieran producirse en España. En este sentido, se parece un poco a
El Padrino”, añade la periodista que, a pocos meses de cumplirse seis años del
escándalo del Pequeño Nicolás, sigue aireando maniobras en la oscuridad con el
voluntad de seguir por la senda trazada hasta las últimas consecuencias.
Villarejo, según
Patricia López, es sólo un eslabón de una banda que se forma a instancias de
una élite político-económica procedente de la dictadura con el objetivo de
mantener impune su poder
Por si hubiera
pocas sospechas, el abogado Alejandro Gómez Selma, admite que la red de
policías corruptos actuó como “un aparato paralelo al Estado. Cuando no les bastaba
con la impunidad, ponían en marcha un mecanismo de control de daños que, en su
caso, fue intoxicar procedimientos judiciales y hacer chantajes. A los Pujol,
por ejemplo, les ofreció acabar con la causa a cambio de una buena suma de
dinero. Y nos tememos que hay un proceso de renovación generacional, de los
cargos policiales imputados a sus delfines”, relata. Pero el de los Pujol fue,
quizá, el menor de los delitos. En el turbio historial de servicios prestados
por esta multidisciplinar trama comienzan a aparecer nombres de presidentes y
altos cargos de multinacionales como Iberdrola, Repsol, la Constructora San
José, el BBVA y una larga lista de ropa sucia que empieza a resultar
inabordable. En uno de los infinitos audios que han salido a la luz, el excomisario
llega a decir que Agustín Linares, su padrino en este negocio, le pidió datos
privados de 70.000 ciudadanos rumanos residentes en España para una operación
inmobiliaria que un amigo quería realizar en Rumanía.
El papel de la
prensa
No deja de tener su
gracia que el papel desempeñado por los medios de comunicación en el juego de
este entramado haya planteado tantos problemas. Y es que, por lo visto, en el
camino se han encontrado con personajes que es mejor no mentar, pistas que no
conviene regar, investigaciones delicadas que había que cortar por lo sano en
cuanto empezaban a dar sus frutos. Algunos se sumaron a la causa para obtener
beneficios, o sencillamente para protegerse, cuando sabían que lo que recibían
como exclusiva no era oro sino amañados informes sobre la vida de personas
condenadas de antemano a hundirse hasta el fondo. “Es evidente que todo esto
hubiera sido imposible que se produjera sin la existencia de una cobertura por
parte de algunos medios de comunicación”, asegura la diputada de UP, Gloria
Elizo. Hay quien apunta directamente a ciertos periódicos y programas de
televisión. “Una de las claves de la estrategia de la trama, que unos y otros
llevan adelante, se vierte sobre la mesa de Al Rojo Vivo. El relato se ha
construido muchas veces en ese plató entre las 12.45 y las 14 horas”, añade un
profesor universitario invitado varias veces al programa y que pide mantener su
anonimato. O personajes como Eduardo Inda o Esteban Urreiztieta, los polos
opuestos al verdadero periodismo de investigación que están realizando Patricia
López, Pilar L. González de Lara o Álvaro de Cózar.
El periodista de El
País Javier Ayuso ha reconocido que sufrió amenazas para que pusiera fin a su
trabajo de investigación. Lo mismo que la periodista de Público, Patricia
López. De la mafia rusa, de algunos policías envilecidos. En una ocasión, la
intentaron detener por escribir sobre el siniestro apuñalamiento sufrido por la
dermatóloga Elisa Pinto y los favores que su presunto agresor, José Manuel
Villarejo, realizaba al exconsejero delegado de OHL Javier López Madrid,
investigado por esta causa. La reportera dice que en el camino ha visto de
todo. “Desde aquellos compañeros que ya colaboraban con la trama y que les
hubiera resultado muy fácil, desde luego más que a mí, destaparlo, hasta los
que tuvieron que escoger bando y eligieron el que pensaban que iba a ganar, el
más poderoso, que además te surte de noticias. Cuando te lo ponen así de crudo
resulta fácil elegir”, sentencia. Es su manera de despejar la pregunta de si
alberga esperanzas de que la verdad se abra paso en este interminable reguero
de corrupción, y añade sin evasivas: “Aquí impera el instinto más que la
racionalidad. Y, en mi caso, estoy segura de haber tomado las decisiones que
tenía que tomar. Soy tan gilipollas que si me volviera a pasar, tomaría el
mismo camino”.
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