CUESTIÓN
DE INTELIGENCIA
AGUSTIN
GAJATE
Dicen que uno de los primeros signos
de inteligencia es el reconocimiento de la inteligencia en los demás y en todo
aquello que la rodea. Quizá por eso, desde hace miles de años, la mayoría de
los humanos ha creído en la existencia de seres sobrenaturales, dotados de una
inteligencia también sobrenatural y de la capacidad de destruir todo lo que
éramos capaces de construir o de interceder a nuestro favor a través de una
caprichosa suerte.
Para algunas culturas antiguas esa
inteligencia se manifestaba en deidades de apariencia humana dotadas de
superpoderes, que se situaban por encima de la sociedad de la época y la
vigilaban, aunque a ratos, porque ellas también tenían su vida y sus líos, como
en cualquier 'reality show' contemporáneo. La tradición
judeo-cristiana-musulmana, que es la que más creyentes congrega en la
actualidad, unificó a esos dioses en uno solo, creado también a imagen y
semejanza del ser humano, aunque la doctrina cristiana también afirma que ese dios
único se diversifica en una misteriosa santísima trinidad: padre, hijo y
espíritu santo. Sin embargo, otras culturas ancestrales no humanizan aquello
que ven o sienten pero no comprenden, sino que lo atribuyen a fuerzas, energías
o espíritus de origen natural o cósmico que también están presentes en las
personas.
Personalmente, cuando observo la
naturaleza del planeta aprecio muchos comportamientos inteligentes tanto en
animales como en plantas, sobre todo en lo que se refiere a sus estrategias de
supervivencia. Los ejemplares de cualquier especie más o menos compleja tienen
claro que no van a vivir indefinidamente y tratan de perpetuarse engendrando
nuevos seres un poco mejor adaptados que ellos a su cambiante entorno, en base
a su experiencia y a unos pocos principios elementales, como la competencia, la
cooperación y el aprovechamiento de los recursos disponibles.
Cuando contemplo por las noches el
firmamento me pasa más o menos lo mismo: los planetas de nuestro Sistema Solar,
la Vía Láctea y las diferentes constelaciones no me parecen que estén ahí fruto
del azar, sino que todo el universo visible y conocido conforma un sistema de
organización y de aprovechamiento inteligente de la materia y de la energía que
forman parte de nuestro funcionamiento cotidiano.
Igual esa inteligencia no es más que
tiempo o experiencia acumulada (unos 13.700 millones de años terrestres según
los cálculos científicos) en un devenir de aciertos y errores, donde el éxito
no siempre es un acierto y un error puede amplificar o corregir otro. Sea como
fuere, el resultado es lo que hoy tenemos a nivel planetario o cósmico y donde
el conocimiento de ese pasado y sus reglas de funcionamiento pueden ayudarnos a
sobrevivir en el futuro, salvo que nuestra misión como especie sea extinguirnos,
como la mayoría que han pasado por este planeta, para dejar sobre la Tierra y
enviar al espacio-tiempo a otros tipos de seres aún no creados, que sean menos
dependientes del entorno físico dentro del que tienen que evolucionar y que no
tengan una obsolescencia programada como las formas de vida conocidas.
Mientras llega ese momento ¿qué
estamos haciendo? En la práctica y desde una perspectiva estadística, la
subespecie autodenominada homo sapiens sapiens (una de nuestras virtudes no es
la modestia) ha destruido y está destruyendo un elevado porcentaje de los
ecosistemas inteligentes existentes antes de su masiva propagación por
continentes e islas. Ha sustituido el sistema de aprovechamiento natural de los
recursos por un sistema de explotación mecánico-industrial de éstos, para crear
una civilización consumista que crece sin parar de manera inconsciente y poco
inteligente, como la población mundial, todo ello dentro de un planeta
limitado.
El problema es tan grave que algunas
de las mentes más privilegiadas sugieren que tenemos que emigrar al espacio,
para colonizar otros planetas y, posiblemente, hacer lo mismo que con la
Tierra: devastarlos. En el improbable caso de que seamos capaces de realizar un
viaje de varios años, quizá décadas, por el espacio y adaptarnos a un nuevo
planeta similar al nuestro sin cambiar nuestra morfología actual ¿merece la
pena ir de planeta en planeta depredando la vida que encontremos a nuestro
paso? ¿Queremos ser los humanos los destructores de cualquier forma de vida
inteligente que no sirva a nuestros propósitos expansionistas?
Lo que sabemos hasta ahora es que la
vida puede viajar por el espacio en formas relativamente simples, como
semillas, esporas, líquenes y algunos microorganismos capaces de soportar
radiaciones letales y una prolongada ausencia de energía y de nutrientes.
Además, las fuerzas gravitacionales son diferentes en cada planeta de nuestro
sistema solar y todo parece indicar que sucede lo mismo en otros sistemas
planetarios que giran en torno a una estrella.
Nuestro cuerpo y nuestra mente están
adaptados a la gravedad de la Tierra, por lo que habrá que trabajar mucho para
que puedan soportar un largo viaje interestelar sin muchos cambios (aunque
todos los viajes cambian a los viajeros, incluso si lo hicieran en un estado de
coma inducido como se escenifica en algunas obras de ciencia ficción) y luego
adaptarse a la gravedad y a las condiciones ambientales del nuevo planeta,
porque vivir confinado sobre su superficie en una estructura protectora de la que
no se pudiera salir sería como ir a una cárcel.
Más que tratar de huir como
cobardes, lo inteligente y lo valiente consiste en apostar por seguir viviendo
en el planeta que nos vio nacer y que nos ha configurado como somos, con muchos
defectos y unas pocas virtudes. Ya no podemos conservarlo como lo encontramos
al principio de nuestra historia, pero podemos tratar de reconstruirlo de una
manera inteligente y organizada por nuestro propio interés y por nuestra propia
supervivencia. Y hay que comenzar ya, antes de que sea demasiado tarde y la
inteligencia natural previa a nuestra existencia como especie considere a la
humanidad un error, un proyecto frustrado que acabará por corregir como lo hace
siempre: con el inexorable paso del tiempo.
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