EL VIRUS DE LA ESTUPIDEZ HUMANA
AGUSTIN
GAJATE
Si hay algún virus ante el que hay
que estar alerta constantemente es el virus de la estupidez humana. Se propaga
no sólo por tierra, mar y aire, sino a través de las ondas hertzianas, del
cable de fibra óptica y vía satélite, para llegar a la mayoría de las personas
y de sus hogares a través de la la televisión, la radio, los ordenadores y los
denominados teléfonos 'inteligentes', que son utilizados para acceder a
internet, a las redes sociales y a las aplicaciones dedicadas a organizar
contactos virtuales.
El virus de la estupidez humana
convierte lo normal en extraordinario y lo extraordinario en normal. Crea
problemas donde no los hay y cuando aborda un problema real no lo soluciona,
sino que lo desmiembra para aparentar que lo arregla, muchas veces de forma
chapucera. Las diferentes partes del problema original cobran vida propia,
hasta que cada pedazo genera un problema lo suficientemente grande para poder
despiezarlo nuevamente, creando así un permanente círculo vicioso de contagios.
El individuo que padece la
enfermedad no lo sabe y los demás tampoco lo detectan porque es asintomático en
apariencia, por lo que va infectando a todo cuanto le rodea, de manera que las
personas de su entorno inmediato quedan embobadas con la nueva realidad que
perciben y así, paso a paso, decisión errónea a decisión errónea, se va
propagando entre el conjunto de la sociedad.
El virus se manifiesta en episodios
concretos, aunque éstos también pueden llegar a prolongarse en el tiempo y
convertirse en crónicos. Los síntomas se aprecian sólo en los infectados más
graves y consisten en una elevada autoestima y la creencia en una capacidad
ilimitada para condicionar la vida de sus semejantes y adaptarla a sus visión
particular de la realidad. Afecta por igual a todas las clases sociales, pero
sus efectos más perniciosos recaen en las personas más pudientes y en las de
mayor nivel académico, porque suelen ser consideradas como las de mayor éxito
social o profesional y, por tanto, una referencia.
Algunos lugares específicos son muy
propensos a la expansión y contagio del virus, como los despachos de relevantes
dirigentes políticos y empresariales, aunque donde realmente el virus encuentra
su mejor caldo de cultivo y se propaga con mayor rapidez e intensidad es en las
salas de reuniones de ejecutivos y gobernantes, así como en los consejos de
administración de las grandes firmas comerciales que cotizan en mercados
bursátiles.
A los grandes laboratorios
farmacéuticos no les interesa investigar para encontrar una vacuna que pueda
acabar con este virus, porque iría en contra de sus intereses económicos. Así
pueden vender mejor sus productos, que tampoco pretenden curar algunas de las
enfermedades comunes, sino simplemente paliar sus efectos, para que el conjunto
de la población pueda seguir produciendo objetos inútiles y ofreciendo
servicios innecesarios como zombis estúpidos.
El virus muta cada vez que ocurre
algo imprevisto y la nueva cepa se hace así más resistente a la racionalidad. A
través de este proceso podemos encontrarnos con la paradoja de que frente a
situaciones similares se ofrecen respuestas dispares: unas veces se esconde la
posible gravedad del asunto y sus efectos mortales, mientras que en otras se
crea una alarma innecesaria, destacando la existencia de algunas víctimas.
Así, el fallecimiento de un grupo
reducido de personas de cierta edad y con alguna patología médica en las
sociedades occidentales posee mayor relevancia que la de miles de niños y
jóvenes que mueren de enfermedades causadas por la malnutrición en los países
denominados con el eufemismo 'en desarrollo', pero que en realidad deberían
denominarse como 'países a los que los países desarrollados y las grandes
corporaciones multinacionales no dejan desarrollarse'.
Es precisamente en estos últimos
territorios donde el virus de la estupidez humana resulta más dañino y eso que
la población que vive en ellos no está infectada. Probablemente por eso sea tan
mortífero allí, porque no tienen la posibilidad de generar anticuerpos que
amortigüen su impacto letal.
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