NOS DEJARON EL MUERTO,
POR SABAS MARTÍN
En el panorama de
la eclosión narrativa surgida en Canarias en la década de los 70, ningún otro
escritor como Víctor Ramírez ha asumido con tan decidida voluntad el
tratamiento del lenguaje popular y las singularidades coloquiales isleñas como
seña de identidad definitorias de su escritura.
VR, ya desde el relato Cada cual
arrastra su sombra, aparecido en 1971, se decanta por configurar una obra en la
que la exploración de la realidad ocurra en el lenguaje. Y se habrá de mantener
fiel a ese presupuesto en sus títulos posteriores.
El de VR es un
lenguaje llevado al límite, que sirve para apresar y descifrar, con
violentaciones y recreaciones de las estructuras sintácticas y gramaticales, la
expresión de la vida cercana y formular -a través de ese proceso- una mirada
crítica y combativa, arraigada en el compromiso ético, acerca de una concreta
realidad sociocultural en la que está presente el subdesarrollo canario. Un
lenguaje, una escritura, que ciertamente se orienta hacia dimensiones
soterradas de la existencia percibida y que nos remite a la marginalidad, a las
difusas sombras de lo que ocurre en la periferia, en las afueras.
De este modo, el universo de VR no se
centra tanto en la historia narrada, que también, como en el proceso mismo de
la escritura que se configura con una rotunda personalidad en tanto es
percibido por el lector como un fluir vivo y cambiante que ocurre precisamente
en la misma historia que nos cuenta.
La oralidad es
componente fundamental en esa exploración verbal que desarrolla VR en sus
relatos. Y digo deliberadamente “relatos” porque, básicamente, VR, más que
novelista en sentido estricto, como ciertamente constatan algunas de sus
entregas, es escritor de cuentos por más que muchos de ellos estén próximos en
extensión a la nouvelle.
Pocos escritores como él cuentan en
Canarias con un corpus cuentístico tan abundante e intenso. Quizás ese trabajo
de esencialización y verticalidad que exige el relato está también en la raíz
del tratamiento verbal que exhibe el escritor, eliminando en muchas ocasiones
posibles elementos retóricos y parlamentos descriptivos para conseguir que sus
personajes quedan definidos por lo que hacen y, sobre todo, por lo que dicen.
En potenciar los
valores expresivos de esa oralidad establecida sobre una sintaxis de sustrato
popular redundan no sólo las peculiaridades léxicas, sino también la
utilización de diminutivos, de apodos, sobrenombres o “nombretes”, tan
característicos del habla de esferas marginales. Y abundan en ello igualmente
la denominación de sus personajes.
Generalmente, en los nombres con que VR
bautiza a los protagonistas de sus historias queda cifrado y resumido su
carácter, los rasgos en los que se asienta su personalidad aquellas trazas e
indicios que los definen y diferencian. El nombre y el “nombrete” los
justifican y en sus acciones, que suelen presentarse sin intervención del
narrador, se explican.
Esa oralidad en la
que VR se establece no es una mera y mimética reproducción de singularidades
dialectales, sino que, como ha quedado apuntado, la informa una evidente
voluntad literaria, un sentido ulterior que configura toda una transfiguración
artística. Eso hace que su escritura, en lo que tiene de recreación sintáctica
y/o léxica, se aleje de ecos costumbristas o de folklorismos manidos.
Y, como igualmente ha quedado apuntado,
todo ese proceso se orienta hacia el retrato de la marginalidad social de
quienes viven fuera y aparte, en zonas alejadas de lo que podría entenderse como la normalidad social
cotidiana.
Apartándose, pues, de la norma, VR se
sitúa así en un espacio fronterizo, y desde él bordea los límites, los márgenes
de la lengua culta para imbricar con su palabra, se diría que casi
orgánicamente, la realidad que contiene en tanto la expresa.
En este sentido, y
a manera de síntesis de lo que hasta aquí se ha dicho, he señalado tres
aportaciones que singularizan la obra de VR.
Una sería la opción de un realismo
tendencioso, esto es: una escritura con una determinada finalidad. Otra, su
marcada implicación social. Y, finalmente, los logros estilísticos,
especialmente sus conquistas originales en el área del lenguaje.
Sobre ese trípode se alza la narrativa
de un autor que se ha mostrado capaz de crear una voz y un mundo propios,
haciendo de su palabra un instrumento expresivo radical y arriesgado.
Con ese bagaje VR
se adentra en el núcleo de la realidad para desvelar lo oscuro e injusto de una
concreta situación vital y social: la de los personajes que pueblan sus
relatos, seres que habitan un microcosmos dominado por la pobreza, el abandono
y la exclusión.
El carácter de denuncia, de aldabonazo
que reclama soluciones para erradicar lo injusto e innoble que envuelve la
existencia de los que seres que revela en sus historias, impregna resueltamente
la literatura de nuestro autor. Pero no lo hace desde una actitud melodramática
o con sombríos acentos de tragedia.
Uno de los aciertos
destacados de la obra de VR es que, pese al tamaño del drama que subyace en los
relatos que construye, sabe huir de patetismos caricaturescos. Al contrario,
por la vía de un cierto distanciamiento propiciado por el uso de la ironía y un
humor socarrón, más de situaciones que de palabras, la crueldad latente en la
situaciones que desarrolla, se vuelve más inexorablemente palpable y el rechazo
implícito de las condiciones que la originan alcanza, así, un mayor grado de
eficacia.
Esa ironía está muchas veces muy
próxima a lo esperpéntico y no es extraño, asimismo, que en bastantes ocasiones
VR emplee como motivo desencadenante de sus narraciones hechos que parten del
equívoco o de un absurdo grotesco.
Véanse por ejemplo las peleas de bobos
contempladas como un espectáculo deportivo que aparecen de forma recurrente en
su discurso narrador, o la insólita situación que se plantea al dejar un
cadáver en casa de unos vecinos para que asuman ellos el velatorio como sucede
en su novela Nos dejaron el muerto
***
En realidad Nos
dejaron el muerto es la primera novela de VR. Lo es tanto que se ajusta a la
extensión normalmente aceptada para considerar una novela como tal. Previo a su
publicación en 1984, VR había dado a la imprenta relatos y nouvelles como la ya
citada Cada cual arrastra su sombra de
1971, reeditada posteriormente en 1989 en la Biblioteca Básica Canaria de la
Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias. Asímismo había
publicado Cuentos Cobardes (1977), La piedra del camino, Además lo primero...
Una vez más la
oralidad está presente. Al mismo tiempo, el narrador se sitúa en las zonas
fronterizas, en los límites difusos de la realidad cierta en los que confluyen
el misterio y la ambigüedad, subrayando de esa forma la naturaleza periférica,
el carácter limítrofe de la sustancia de la narración.
La realidad aparece
revestida de ocultas implicaciones, de aspectos inéditos que nos conducen hacia
la revelación de nuevos significados o de otros que se acumulan o superponen en
los existentes. Para ello, el lenguaje no duda en potenciar sus valencias, como
se nos indica ya desde la duplicidad del mismo título en la novela. Nos dejaron
el muerto tiene una primera significación literal, de suceso físico que explica
la acción de dejar un cadáver a otras personas, pero igualmente se usa con
frecuencia en el habla popular para indicar que alguien se desentiende de un
problema, que lo evita o lo elude, y traspasa su carga a otros que ni siquiera
tienen que estar necesariamente involucrados con la cuestión en su origen.
En la impregnación
evocadora que caracteriza su discuso VR desarrolla con una eficacísima
solvencia un tratamiento original del tiempo. Un tiempo que pareciera
transcurrir en espiral, dando vueltas y revueltas, acercándose y distanciándose
de la mañana del sábado en que dejaron el muerto en la casa de quien cuento los
acontecimientos, y que compendia un amplio período cronológico y se propaga
hacia otros escenarios y diferentes latitudes geográficas.
Cuando el cadáver
llegó a la casa, el narrador era un niño, testigo del entramado de peripecias
que habrían de suceder, forzado a una pasiva actitud contemplativa “a causa de
lo suyo”. En el transcurso de la narración se revela como adulto.
Ese singular
tratamiento del tiempo le permite a VR adentrarse por una escritura ajena a una
ordenada sucesión temporal, trayendo a colación hechos anteriores y posteriores
que va engarzando al hilo de la voz evocadora del narrador.
El suyo es un
recurso que recuerda procesos similares llevados a cabo por Camilo José Cela en
varias de sus obras y cuya mejor plasmación quizás haya que situarla en Mazurca
para dos muertos. No será el único elemento estilístico que linde con otros de
los practicados por el escritor gallego.
Otro tanto podría
decirse de la utilización de los nombres de los personajes y del elevado número
de ellos que puebla las páginas de la novela. Algo de esto quedó apuntado más
arriba.
Y es que, como
suele ocurrir con Cela, los patronímicos de sus personajes representar en sí
una elección que los singulariza. Son nombres no habituales, entre ampulosos y
estrafalarios, decididamente exagerados y muchas veces redundantes en la suma
de dos nombre propios.
Asimismo, los
diminutivos y sobrenombres adquieren el valor de elementos identificatorios,
bien sea señalando los oficios, ocupaciones o dedicaciones de los personajes,
bien indicando peculiaridades fisicas, o bien adscribiéndolos a una saga
familiar.
Hay en ello un
doble componente. Por un lado, el reflejo de unos modos de habla muy
característicos de determinados ámbitos sociales, generalmente de extracción
humilde o de procedencia rural.
Y, por otro, el
deseo de afirmar, desde el nombre y en el nombre mismo, la personalidad de unos
seres que se presentan como únicos y originales, diferentes en su propia
especificidad, pero integrantes de un microcosmos colectivo, distinto al
formado por otros sujetos poseedores de un nombre que pudiéramos considerar
habitual, dentro de los cauces de la norma social media.
Para subrayar esa
intención VR no duda en bautizar de forma gráficamente diferenciadora, con
acentos claramente irónicos, a quienes representan ese otro ámbito al que no
pertenecen sus criaturas. Es el caso, por ejemplo, del General Samprieto
Canales y Zamorano del Laural.
Y, en otras
ocasiones, simplemente no les pone nombre, como ocurre con “el pretendiente”
que le sale a Aurorita María, funcionario del Cabildo, con chaqueta y corbata,
de quien no conocemos cómo se llama.
Ambos pertenecen a
otro mundo, un mundo que nos es el que sustenta el relato de VR. Se trata de un
elemento más de la escritura de Ramírez que redunda en su proyecto de reflejar
la vida marginal de los niveles del subdesarrollo de la sociedad canaria. En
ello redunda igualmente, por cierto, el hecho de que algunos de los personajes
de Víctor. prolonguen su presencia en otras onvelas y relatos.
Pero, además de esa
especificidad que se da en la denominación de los personajes, en Nos dejaron el
muerto hallamos igualmente una cuantiosa acumulación de ellos, un acopio
desbordante similar al llevado a cabo por Cela en La colmena.
En cierta medida
Nos dejaron el muerto pudiera ser La colmena de Canarias, y no sólo por esas
coincidencias de algunos procedimientos narrativos, sino por lo que tiene
asimismo de retrato de dos sociedades de postguerra en espacios literarios
delimitados. En cualquier caso, en la novela de VR se pueden contar hasta 125
personajes con nombre junto a otros tantos innominados.
Señalemos, de paso,
el guiño literario que lanza el autor sobre sí mismo cuando escribe que,
acompañando a un grupo de músicos, “con ellos venían, también borrachos y
noveleros, unos tales VR y José Miguel Cuenca”.
Sin embargo, siendo
una novela “con” personajes, Nos dejaron el muerto no es una novela “de”
personajes. No en cuanto a lo que atañe a la totalidad de aquellos que desfilan
por las páginas del relato. Hay, ciertamente, un protagonista centrado en una
serie concreta…
…incluso un intento
de distinguirlos por su habla diferenciadora, como Lucio Falcón que hablaba
peninsular “para que lo respetáramos todavía más”. Con estos elementos VR va
delimitando los espacios sociales de los grupos humanos que componen el orbe de
su relato.
Así, desde este
punto de vista no resulta extraño el proceso de rechazo que suscitan esos
personajes pertenecientes al bando de los vencedores.
La acción del
Escondido defecando en la cara del muerto, o la incontenible sensación liberadora
que asiste a Eloisita Peralta, la viuda de Falcón a quien temió grandemente
mientras vivía, o la negativa inicial de Ferminito Ñeca para ceder su camioneta
para llevarlo a la Casa de Socorro antes de su fallecimiento, tienen en sí un
exacerbado componente de desquite último, próximo a una suerte de justicia
poética.
Existen en todos
estos episodios indicios de un sustrato de larvado rencor que sólo la muerte
satisfará. Pero no se piense que esa contraposición polariza el desarrollo de
la novela.
Es, como digo, una
indeterminada sombra que planea en torno a los hechos que desarrolla la
historia. Una sombra que bien puede explicar la raíz de una clara diferencia
social que conduce hacia la marginalidad, pero que se manifiesta como algo
ineludible, asumido en la cotidianeidad de las existencias de esos seres: los
“otros”, los humildes y desclasados, los que subsisten en “las afueras”, sobre
los que centra su escritura r.
Ese propósito de
reflejar las condiciones de vida de quienes padecen la marginación del
subdesarrollo isleño, justifica que Nos dejaron el muerto no sea una novela de
héroes individualizados en un sentido tradicional propio de cánones de la
narrativa decimonónica, sino que se inscriba en la esfera de la novela coral.
No hay héroes
protagonistas, sino la expresión de toda una clase social. Una clase que vive
en las chabolas del Llanito, en un barrio donde todos se conocen y todos saben
de sus historias particulares, de forma que esa “proximidad”, colindante muchas
veces con la promiscuidad, hace innecesario que se les presente.
El solo nombre, según ya se ha señalado, los
retrata, los identifica y compendia su bagaje existencial. El barrio se
constituye de esta forma en un universo con fronteras propias.
Es el microcosmos
de “las afueras”, apartado y
diferenciado del de
la ciudad. Acudir a él supone penetrar en un universo otro, semioculto, pero
existente y que se rige por un orden en el que no tienen cabida las condiciones
que propician una existencia digna, además de lo que se desprende de aquello
que relata el narrador.
VR da cuenta del
detalle de una casa tipo de las del barrio: la casa del relator de la historia,
donde se hacinan sus habitantes y que cuenta con sólo dos habitaciones, “la
única del portón”, y que tiene como gran logro doméstico “un retrete portátil”
que le regaló al padre un marinero jamaicano. Ese es el escenario en el que
transcurren los hechos que se cuentan.
La loma, los riscos
y lomos próximos donde se asienta el barrio es una zona opuesta a la ciudad y
configura “un serpentín por el que descienden y suben los personajes de uno y
otro mundo”, según palabras de Rafael Franquelo incluidas en el epílogo que
cierra la edición de Nos dejaron el muerto hecha por el Ayuntamiento de
Teguise.
Esa
pertenencia a mundos encontrados
explica, por ejemplo, que se contemple como todo un acontecimiento
extraordinario que el abuelo Ignacio Perpetuo “suba” con churros o que el
pretendiente de Aurorita María luzca chaqueta y corbata, elementos todos ellos
ajemos a la vida del Llanito.
Sin embargo, pese a
que ese marco pudiera ser caldo de cultivo para manifestar la degradación
moral, no sólo de condiciones de vida, de quienes lo habitan, los personajes
marginados de VR, aparecen investidos de una esencializada dignidad.
El escritor contempla
a sus criaturas desde una mirada solidaria, no exenta de ternura, cierta
compasión y una íntima simpatía. El compromiso ético del escritor le hace
ponerse de su lado y orienta su palabra haciendo suyo implícitamente el decoro
el que se inviste la pobreza.
Es la voz de los
sin voz, el impulso fraterno para con quienes asumen su destino con una
silenciosa ejemplaridad que no equivale a la sumisa resignación.
Los espejismos de
la emigración, la búsqueda en latitudes americanas de horizontes de una prosperidad
cierta, como significativamente ocurre con algunos de los personajes que
recorren la novela, se presenta como la posible alternativa a su desamparo.
Otro tanto ocurre
con la práctica de la prostitución, contemplada no como una desordenada y
licenciosa actividad sexual, sino como el único medio para cumplir las
aspiraciones de una modesta subsistencia.
Por otra parte, la
talla moral de esos seres que alientan en la marginación, excede con frecuencia
a la mezquindad de quienes actúan como contrapunto de su universo existencial.
No es extraño,
pues, que, como apunta Franquelo, “el pobre pueda sentir vergüenza de acabar
rico” o que “las putas sean decentes”. Y no es extaño, igualmente, que ese
escenario de carencias y privaciones esté recorrido por espontáneas y sentidas
manifestaciones de júbilo que tienen en la música su más claro exponente.
VR salpica en Nos
dejaron el muerto de momentos protagonizados por canciones, serenatas varias y
diversos corrido mexicanos de los que transcriben las letras en medio del
discurso narrativo. Y eso ocurre incluso en los instantes de duelo, como cuando
el entierro de Cenicita Cameja, en lo que puede entenderse como un postrer
tributo de exaltación de la vida…
…Nos dejaron el
muerto alimenta una escritura de poderoso registro, muchas veces lacerante, que
ataca las raíces del miedo y de la ignorancia, las dos razones vertebrales
sobre las que se fundamenta el subdesarrollo isleño, según ha manifestado
públicamente el escritor en reiteradas ocasiones.
Estilística y
conciencia social, según afirma Ángel Sánchez, indisolublemente entramados, son
los más evidentes valores que sostienen, diferencian y elevan su obra
narrativa.
Constatando la
poderosa personalidad de la escritura de VR que se manifiesta de forma
continuada en la totalidad de su producción, tal vez en esas características de
lenguaje que la hacen tan peculiar así como en la insistencia en un idéntico
orbe narrativo, reside su amenaza mayor.
La reiteración de
las mismas fórmulas estilísticas puede inducir un cierto agotamiento expresivo,
peligrosamente cercano al cliché, a lo ya sabido.
El mexicano Juan
Rulfo, cuya obra suele compararse con la de nuestro autor, ha dado muestra de
que es posible ahondar, revitalizar y prolongar recursos de los que participan
las propuestas narrativas de Ramírez.
Pero ésa es otra
historia.
* * *
NOTA: extraído del
libro DOCE NOVELAS QUE SE PUEDEN LEER, con trabajos de JP Castañeda, JJ Delgado
y S Martín: editado por Asociación Cultural CABRERA Y GALDÓS –editorial IDEA
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