miércoles, 19 de febrero de 2020

NOS DEJARON EL MUERTO,


NOS DEJARON EL MUERTO,
POR SABAS MARTÍN
En el panorama de la eclosión narrativa surgida en Canarias en la década de los 70, ningún otro escritor como Víctor Ramírez ha asumido con tan decidida voluntad el tratamiento del lenguaje popular y las singularidades coloquiales isleñas como seña de identidad definitorias de su escritura.

         VR, ya desde el relato Cada cual arrastra su sombra, aparecido en 1971, se decanta por configurar una obra en la que la exploración de la realidad ocurra en el lenguaje. Y se habrá de mantener fiel a ese presupuesto en sus títulos posteriores.

El de VR es un lenguaje llevado al límite, que sirve para apresar y descifrar, con violentaciones y recreaciones de las estructuras sintácticas y gramaticales, la expresión de la vida cercana y formular -a través de ese proceso- una mirada crítica y combativa, arraigada en el compromiso ético, acerca de una concreta realidad sociocultural en la que está presente el subdesarrollo canario. Un lenguaje, una escritura, que ciertamente se orienta hacia dimensiones soterradas de la existencia percibida y que nos remite a la marginalidad, a las difusas sombras de lo que ocurre en la periferia, en las afueras.

         De este modo, el universo de VR no se centra tanto en la historia narrada, que también, como en el proceso mismo de la escritura que se configura con una rotunda personalidad en tanto es percibido por el lector como un fluir vivo y cambiante que ocurre precisamente en la misma historia que nos cuenta.

La oralidad es componente fundamental en esa exploración verbal que desarrolla VR en sus relatos. Y digo deliberadamente “relatos” porque, básicamente, VR, más que novelista en sentido estricto, como ciertamente constatan algunas de sus entregas, es escritor de cuentos por más que muchos de ellos estén próximos en extensión a la nouvelle.
         Pocos escritores como él cuentan en Canarias con un corpus cuentístico tan abundante e intenso. Quizás ese trabajo de esencialización y verticalidad que exige el relato está también en la raíz del tratamiento verbal que exhibe el escritor, eliminando en muchas ocasiones posibles elementos retóricos y parlamentos descriptivos para conseguir que sus personajes quedan definidos por lo que hacen y, sobre todo, por lo que dicen.

En potenciar los valores expresivos de esa oralidad establecida sobre una sintaxis de sustrato popular redundan no sólo las peculiaridades léxicas, sino también la utilización de diminutivos, de apodos, sobrenombres o “nombretes”, tan característicos del habla de esferas marginales. Y abundan en ello igualmente la denominación de sus personajes.
         Generalmente, en los nombres con que VR bautiza a los protagonistas de sus historias queda cifrado y resumido su carácter, los rasgos en los que se asienta su personalidad aquellas trazas e indicios que los definen y diferencian. El nombre y el “nombrete” los justifican y en sus acciones, que suelen presentarse sin intervención del narrador, se explican.

Esa oralidad en la que VR se establece no es una mera y mimética reproducción de singularidades dialectales, sino que, como ha quedado apuntado, la informa una evidente voluntad literaria, un sentido ulterior que configura toda una transfiguración artística. Eso hace que su escritura, en lo que tiene de recreación sintáctica y/o léxica, se aleje de ecos costumbristas o de folklorismos manidos.
         Y, como igualmente ha quedado apuntado, todo ese proceso se orienta hacia el retrato de la marginalidad social de quienes viven fuera y aparte, en zonas alejadas de lo que  podría entenderse como la normalidad social cotidiana.
         Apartándose, pues, de la norma, VR se sitúa así en un espacio fronterizo, y desde él bordea los límites, los márgenes de la lengua culta para imbricar con su palabra, se diría que casi orgánicamente, la realidad que contiene en tanto la expresa.

En este sentido, y a manera de síntesis de lo que hasta aquí se ha dicho, he señalado tres aportaciones que singularizan la obra de VR.
         Una sería la opción de un realismo tendencioso, esto es: una escritura con una determinada finalidad. Otra, su marcada implicación social. Y, finalmente, los logros estilísticos, especialmente sus conquistas originales en el área del lenguaje.
         Sobre ese trípode se alza la narrativa de un autor que se ha mostrado capaz de crear una voz y un mundo propios, haciendo de su palabra un instrumento expresivo radical y arriesgado.

Con ese bagaje VR se adentra en el núcleo de la realidad para desvelar lo oscuro e injusto de una concreta situación vital y social: la de los personajes que pueblan sus relatos, seres que habitan un microcosmos dominado por la pobreza, el abandono y la exclusión.
         El carácter de denuncia, de aldabonazo que reclama soluciones para erradicar lo injusto e innoble que envuelve la existencia de los que seres que revela en sus historias, impregna resueltamente la literatura de nuestro autor. Pero no lo hace desde una actitud melodramática o con sombríos acentos de tragedia.

Uno de los aciertos destacados de la obra de VR es que, pese al tamaño del drama que subyace en los relatos que construye, sabe huir de patetismos caricaturescos. Al contrario, por la vía de un cierto distanciamiento propiciado por el uso de la ironía y un humor socarrón, más de situaciones que de palabras, la crueldad latente en la situaciones que desarrolla, se vuelve más inexorablemente palpable y el rechazo implícito de las condiciones que la originan alcanza, así, un mayor grado de eficacia.
         Esa ironía está muchas veces muy próxima a lo esperpéntico y no es extraño, asimismo, que en bastantes ocasiones VR emplee como motivo desencadenante de sus narraciones hechos que parten del equívoco o de un absurdo grotesco.
         Véanse por ejemplo las peleas de bobos contempladas como un espectáculo deportivo que aparecen de forma recurrente en su discurso narrador, o la insólita situación que se plantea al dejar un cadáver en casa de unos vecinos para que asuman ellos el velatorio como sucede en su novela Nos dejaron el muerto
***
En realidad Nos dejaron el muerto es la primera novela de VR. Lo es tanto que se ajusta a la extensión normalmente aceptada para considerar una novela como tal. Previo a su publicación en 1984, VR había dado a la imprenta relatos y nouvelles como la ya citada Cada cual  arrastra su sombra de 1971, reeditada posteriormente en 1989 en la Biblioteca Básica Canaria de la Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias. Asímismo había publicado Cuentos Cobardes (1977), La piedra del camino, Además lo primero...

Una vez más la oralidad está presente. Al mismo tiempo, el narrador se sitúa en las zonas fronterizas, en los límites difusos de la realidad cierta en los que confluyen el misterio y la ambigüedad, subrayando de esa forma la naturaleza periférica, el carácter limítrofe de la sustancia de la narración.
La realidad aparece revestida de ocultas implicaciones, de aspectos inéditos que nos conducen hacia la revelación de nuevos significados o de otros que se acumulan o superponen en los existentes. Para ello, el lenguaje no duda en potenciar sus valencias, como se nos indica ya desde la duplicidad del mismo título en la novela. Nos dejaron el muerto tiene una primera significación literal, de suceso físico que explica la acción de dejar un cadáver a otras personas, pero igualmente se usa con frecuencia en el habla popular para indicar que alguien se desentiende de un problema, que lo evita o lo elude, y traspasa su carga a otros que ni siquiera tienen que estar necesariamente involucrados con la cuestión en su origen.

En la impregnación evocadora que caracteriza su discuso VR desarrolla con una eficacísima solvencia un tratamiento original del tiempo. Un tiempo que pareciera transcurrir en espiral, dando vueltas y revueltas, acercándose y distanciándose de la mañana del sábado en que dejaron el muerto en la casa de quien cuento los acontecimientos, y que compendia un amplio período cronológico y se propaga hacia otros escenarios y diferentes latitudes geográficas.
Cuando el cadáver llegó a la casa, el narrador era un niño, testigo del entramado de peripecias que habrían de suceder, forzado a una pasiva actitud contemplativa “a causa de lo suyo”. En el transcurso de la narración se revela como adulto.

Ese singular tratamiento del tiempo le permite a VR adentrarse por una escritura ajena a una ordenada sucesión temporal, trayendo a colación hechos anteriores y posteriores que va engarzando al hilo de la voz evocadora del narrador.
El suyo es un recurso que recuerda procesos similares llevados a cabo por Camilo José Cela en varias de sus obras y cuya mejor plasmación quizás haya que situarla en Mazurca para dos muertos. No será el único elemento estilístico que linde con otros de los practicados por el escritor gallego.

Otro tanto podría decirse de la utilización de los nombres de los personajes y del elevado número de ellos que puebla las páginas de la novela. Algo de esto quedó apuntado más arriba.
Y es que, como suele ocurrir con Cela, los patronímicos de sus personajes representar en sí una elección que los singulariza. Son nombres no habituales, entre ampulosos y estrafalarios, decididamente exagerados y muchas veces redundantes en la suma de dos nombre propios.
Asimismo, los diminutivos y sobrenombres adquieren el valor de elementos identificatorios, bien sea señalando los oficios, ocupaciones o dedicaciones de los personajes, bien indicando peculiaridades fisicas, o bien adscribiéndolos a una saga familiar.
Hay en ello un doble componente. Por un lado, el reflejo de unos modos de habla muy característicos de determinados ámbitos sociales, generalmente de extracción humilde o de procedencia rural.
Y, por otro, el deseo de afirmar, desde el nombre y en el nombre mismo, la personalidad de unos seres que se presentan como únicos y originales, diferentes en su propia especificidad, pero integrantes de un microcosmos colectivo, distinto al formado por otros sujetos poseedores de un nombre que pudiéramos considerar habitual, dentro de los cauces de la norma social media.

Para subrayar esa intención VR no duda en bautizar de forma gráficamente diferenciadora, con acentos claramente irónicos, a quienes representan ese otro ámbito al que no pertenecen sus criaturas. Es el caso, por ejemplo, del General Samprieto Canales y Zamorano del Laural.
Y, en otras ocasiones, simplemente no les pone nombre, como ocurre con “el pretendiente” que le sale a Aurorita María, funcionario del Cabildo, con chaqueta y corbata, de quien no conocemos cómo se llama.
Ambos pertenecen a otro mundo, un mundo que nos es el que sustenta el relato de VR. Se trata de un elemento más de la escritura de Ramírez que redunda en su proyecto de reflejar la vida marginal de los niveles del subdesarrollo de la sociedad canaria. En ello redunda igualmente, por cierto, el hecho de que algunos de los personajes de Víctor. prolonguen su presencia en otras onvelas y relatos.

Pero, además de esa especificidad que se da en la denominación de los personajes, en Nos dejaron el muerto hallamos igualmente una cuantiosa acumulación de ellos, un acopio desbordante similar al llevado a cabo por Cela en La colmena.
En cierta medida Nos dejaron el muerto pudiera ser La colmena de Canarias, y no sólo por esas coincidencias de algunos procedimientos narrativos, sino por lo que tiene asimismo de retrato de dos sociedades de postguerra en espacios literarios delimitados. En cualquier caso, en la novela de VR se pueden contar hasta 125 personajes con nombre junto a otros tantos innominados.

Señalemos, de paso, el guiño literario que lanza el autor sobre sí mismo cuando escribe que, acompañando a un grupo de músicos, “con ellos venían, también borrachos y noveleros, unos tales VR y José Miguel Cuenca”.
Sin embargo, siendo una novela “con” personajes, Nos dejaron el muerto no es una novela “de” personajes. No en cuanto a lo que atañe a la totalidad de aquellos que desfilan por las páginas del relato. Hay, ciertamente, un protagonista centrado en una serie concreta…
…incluso un intento de distinguirlos por su habla diferenciadora, como Lucio Falcón que hablaba peninsular “para que lo respetáramos todavía más”. Con estos elementos VR va delimitando los espacios sociales de los grupos humanos que componen el orbe de su relato.

Así, desde este punto de vista no resulta extraño el proceso de rechazo que suscitan esos personajes pertenecientes al bando de los vencedores.
La acción del Escondido defecando en la cara del muerto, o la incontenible sensación liberadora que asiste a Eloisita Peralta, la viuda de Falcón a quien temió grandemente mientras vivía, o la negativa inicial de Ferminito Ñeca para ceder su camioneta para llevarlo a la Casa de Socorro antes de su fallecimiento, tienen en sí un exacerbado componente de desquite último, próximo a una suerte de justicia poética.

Existen en todos estos episodios indicios de un sustrato de larvado rencor que sólo la muerte satisfará. Pero no se piense que esa contraposición polariza el desarrollo de la novela.
Es, como digo, una indeterminada sombra que planea en torno a los hechos que desarrolla la historia. Una sombra que bien puede explicar la raíz de una clara diferencia social que conduce hacia la marginalidad, pero que se manifiesta como algo ineludible, asumido en la cotidianeidad de las existencias de esos seres: los “otros”, los humildes y desclasados, los que subsisten en “las afueras”, sobre los que centra su escritura r.

Ese propósito de reflejar las condiciones de vida de quienes padecen la marginación del subdesarrollo isleño, justifica que Nos dejaron el muerto no sea una novela de héroes individualizados en un sentido tradicional propio de cánones de la narrativa decimonónica, sino que se inscriba en la esfera de la novela coral.
No hay héroes protagonistas, sino la expresión de toda una clase social. Una clase que vive en las chabolas del Llanito, en un barrio donde todos se conocen y todos saben de sus historias particulares, de forma que esa “proximidad”, colindante muchas veces con la promiscuidad, hace innecesario que se les presente.
El  solo nombre, según ya se ha señalado, los retrata, los identifica y compendia su bagaje existencial. El barrio se constituye de esta forma en un universo con fronteras propias.
Es el microcosmos de “las afueras”, apartado y
diferenciado del de la ciudad. Acudir a él supone penetrar en un universo otro, semioculto, pero existente y que se rige por un orden en el que no tienen cabida las condiciones que propician una existencia digna, además de lo que se desprende de aquello que relata el narrador.
VR da cuenta del detalle de una casa tipo de las del barrio: la casa del relator de la historia, donde se hacinan sus habitantes y que cuenta con sólo dos habitaciones, “la única del portón”, y que tiene como gran logro doméstico “un retrete portátil” que le regaló al padre un marinero jamaicano. Ese es el escenario en el que transcurren los hechos que se cuentan.

La loma, los riscos y lomos próximos donde se asienta el barrio es una zona opuesta a la ciudad y configura “un serpentín por el que descienden y suben los personajes de uno y otro mundo”, según palabras de Rafael Franquelo incluidas en el epílogo que cierra la edición de Nos dejaron el muerto hecha por el Ayuntamiento de Teguise.
Esa pertenencia  a mundos encontrados explica, por ejemplo, que se contemple como todo un acontecimiento extraordinario que el abuelo Ignacio Perpetuo “suba” con churros o que el pretendiente de Aurorita María luzca chaqueta y corbata, elementos todos ellos ajemos a la vida del Llanito.

Sin embargo, pese a que ese marco pudiera ser caldo de cultivo para manifestar la degradación moral, no sólo de condiciones de vida, de quienes lo habitan, los personajes marginados de VR, aparecen investidos de una esencializada dignidad.
El escritor contempla a sus criaturas desde una mirada solidaria, no exenta de ternura, cierta compasión y una íntima simpatía. El compromiso ético del escritor le hace ponerse de su lado y orienta su palabra haciendo suyo implícitamente el decoro el que se inviste la pobreza.
Es la voz de los sin voz, el impulso fraterno para con quienes asumen su destino con una silenciosa ejemplaridad que no equivale a la sumisa resignación.
Los espejismos de la emigración, la búsqueda en latitudes americanas de horizontes de una prosperidad cierta, como significativamente ocurre con algunos de los personajes que recorren la novela, se presenta como la posible alternativa a su desamparo.

Otro tanto ocurre con la práctica de la prostitución, contemplada no como una desordenada y licenciosa actividad sexual, sino como el único medio para cumplir las aspiraciones de una modesta subsistencia.
Por otra parte, la talla moral de esos seres que alientan en la marginación, excede con frecuencia a la mezquindad de quienes actúan como contrapunto de su universo existencial.
No es extraño, pues, que, como apunta Franquelo, “el pobre pueda sentir vergüenza de acabar rico” o que “las putas sean decentes”. Y no es extaño, igualmente, que ese escenario de carencias y privaciones esté recorrido por espontáneas y sentidas manifestaciones de júbilo que tienen en la música su más claro exponente.

VR salpica en Nos dejaron el muerto de momentos protagonizados por canciones, serenatas varias y diversos corrido mexicanos de los que transcriben las letras en medio del discurso narrativo. Y eso ocurre incluso en los instantes de duelo, como cuando el entierro de Cenicita Cameja, en lo que puede entenderse como un postrer tributo de exaltación de la vida…
…Nos dejaron el muerto alimenta una escritura de poderoso registro, muchas veces lacerante, que ataca las raíces del miedo y de la ignorancia, las dos razones vertebrales sobre las que se fundamenta el subdesarrollo isleño, según ha manifestado públicamente el escritor en reiteradas ocasiones.

Estilística y conciencia social, según afirma Ángel Sánchez, indisolublemente entramados, son los más evidentes valores que sostienen, diferencian y elevan su obra narrativa.

Constatando la poderosa personalidad de la escritura de VR que se manifiesta de forma continuada en la totalidad de su producción, tal vez en esas características de lenguaje que la hacen tan peculiar así como en la insistencia en un idéntico orbe narrativo, reside su amenaza mayor.
La reiteración de las mismas fórmulas estilísticas puede inducir un cierto agotamiento expresivo, peligrosamente cercano al cliché, a lo ya sabido.
El mexicano Juan Rulfo, cuya obra suele compararse con la de nuestro autor, ha dado muestra de que es posible ahondar, revitalizar y prolongar recursos de los que participan las propuestas narrativas de Ramírez.
Pero ésa es otra historia.
* * *
NOTA: extraído del libro DOCE NOVELAS QUE SE PUEDEN LEER, con trabajos de JP Castañeda, JJ Delgado y S Martín: editado por Asociación Cultural CABRERA Y GALDÓS –editorial IDEA

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