SE ACABÓ NI VIVIR NI MORIR DIGNAMENTE
DAVID BOLLERO
Hoy, si se cumplen
las previsiones, España dará un paso adelante en su Estado de Bienestar,
despenalizando la eutanasia. El Estado no sólo ha de velar por una vida digna
para su ciudadanía, sino también por una muerte digna. Hasta la fecha no lo ha
hecho, pasándonos por la izquierda vecinos europeos como Holanda, Bélgica o
Luxemburgo, que van camino de las dos décadas de eutanasia legal.
La legislación va
muy por detrás de la demanda social: más de un 80% de la población está a favor
de la eutanasia y, sin embargo, el Congreso no ha conseguido nunca sacar
adelante una ley al respecto. Siete de cada diez profesionales médicos también
creen que se debería regular. Se ha intentado, bien es cierto, y hasta en dos
ocasiones la derecha ha frenado la ley.
Quienes más presumen de rechazar el intervencionismo del Estado y primar la
libertad individual son, precisamente, los que impiden que las personas puedan
morir dignamente.
La falta de
empatía, la nula inteligencia emocional de esta derecha retrógrada es absoluta,
pues la libertad que reclaman habitualmente (desregulación de precios de
alquiler, liberalización del suelo, despido libre, libertad de horarios...) es
la que termina impidiendo que muchas personas vivan dignamente, tal y como ha
constatado el relator de la ONU, Philip Alston. Dicho de otro modo, ni vivir ni
morir dignamente. En un caso, haciendo uso de una libertad total que invade
derechos constitucionales, en el otro, eliminando cualquier libertad.
Vivir es un
derecho, no un deber y, lamentablemente, en la vida pueden llegar un momento en
el que la calidad de vida sea tan escasa, en la que el sufrimiento sea tan
intenso y la dependencia tan absoluta que una persona se quiera ir en paz.
Quienes hemos tenido cerca casos en los que los cuidados paliativos a los que
se aferra la derecha para descartar la eutanasia no hacen ya ningún efecto,
sabemos que la eutanasia es la única salida decente. Todo lo demás es crueldad
que, incluso para el cuerpo médico, debería ser inconcedible. A pesa de ello,
la ley de eutanasia contempla la objeción de conciencia para profesionales
sanitarios.
Lo que hoy llega al
Congreso y que, al fin y a la tercera, se aproborá no es una imposición de
eutanasia, sino que abre la posibilidad de acogerse a ella. Lo hace, además,
para casos específicos y muchas cautelas alrededor, como la necesidad de
solicitarlo dos veces -siempre por parte de la persona afectada, no de
familiares- distanciando en el tiempo ambos requerimientos o la necesidad de
pasar por un comité médico. Es posible que, con el tiempo, sea necesario
introducir mejoras, nuevos matices, pero lo importante es comenzar a echar a
andar, acabar de una vez por todas con el sufrimiento de miles de personas en
España, desde pacientes a familiares, como el sonado caso de Ángel Hernández,
que hoy estará en la tribuna de invitados de la Cámara Baja.
Mientras la
democracia hoy persigue acabar con ese sufrimiento, la Iglesia católica
continúa intentando perpetuarlo. La institución religiosa mantiene su postura y
se niega a que nadie coja atajos para reunirse con su santo padre... qué
absurdo se nos antoja a quienes no creemos ni en la religión ni mucho menos en
su élite eclesiástica, la misma que sí ve con buenos ojos que la medicina
combata las enfermedades que nos manda el de arriba, acabando muchas veces con
su propósito letal, pero no que ve con buenos ojos que esquivemos su tortura
con la eutanasia... Algún gerifalte de la Iglesia ya asegura que "no hay
mayor quiebra moral" que la eutanasia... se equivoca: mucho mayor es
abusar de menores, rompiedo sus vidas para siempre y, no sólo ocultarlo, sino
premiar con retiros dorados a quienes lo hacen. Y de eso, la Iglesia católica,
sabe mucho.
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