SEIS RETOS DEL FEMINISMO (DE BASE)
NURIA ALABAO
Millones de mujeres
hemos salido a la calle en España en los últimos años, hemos conectado con la
consigna de que “lo personal es político”,
con las posibilidades del presente. Hemos tomado las redes con nuestras
historias. #Cuéntalo. Hemos hecho huelga y pensado con otras sobre aquello que
llamamos cuidados o reproducción social y cómo esta configura nuestras vidas,
las atraviesa, las hiere. Hemos pintado pancartas, participado en asambleas,
asistido a charlas, nos hemos dado la mano. En los medios han florecido las
secciones de feminismo o feminismos, según. La Política, con P mayúscula, ha
aspirado el perfume de una revuelta que, bien manejada, puede dar votos. Esa
Política cuyas fuentes, ideas, espíritu, tiene que mantener vivo lo social en
otros lugares que no son los parlamentos. Hoy, después de estos años de
revuelta, tenemos la intuición de que estamos atravesando una encrucijada.
¿Cuáles son los principales retos del movimiento feminista (de base)? Aquí unas
pinceladas para la discusión acerca de temas en los que, es evidente, se
necesita profundizar con mucho más ahínco.
1. Vox: deslindar
batallas
En este mismo
tiempo de nuestra potencia, ha emergido un enemigo frontal, uno que no quiere
navegar los consensos, ni manejarlos, sino romperlos. Eso hace Vox con la
violencia machista. Y ahora, con la educación afectivo sexual y el veto
parental. Esta forma de imponer una polarización radical sobre cuestiones
morales supone un auténtico freno porque en muchas de estas cuestiones
necesitamos avanzar y la amenaza nos pone a la defensiva.
El principal
cometido de las guerras culturales de la derecha es su capacidad de definir las
agendas y de manejar la iniciativa social a su antojo
¿Tenemos que
discutir públicamente si hay o no denuncias falsas o proponer una mejora de la
ley contra la violencia de género, por ejemplo, para que no solo se aplique en
el ámbito de la pareja? En el caso del veto parental, ¿acaso no estamos a la
cola de Europa en educación sexo-afectiva y con una escuela pública en franco
retroceso y una concertada cuya existencia habría que replantearse? Sin
embargo, si básicamente lo que discutimos es de quién son los niños, les
dejamos diseñar el terreno de batalla y opacar nuestras propias prioridades más
allá del campo de los valores. (Y hay que reconocer aquí una dificultad, esta
contienda de valores tiene efectos materiales en el miedo de los profesores, en
los padres que se ven legitimados para enfrentarse a las escuelas…).
El principal
cometido de las guerras culturales de la derecha es su capacidad de definir las
agendas y de manejar la iniciativa social a su antojo. También sirven para
movilizar a sus bases y agitar la arena social. Parece claro que, a partir de
ahora, se enseñorearán de la vida pública. Un escenario funcional al gobierno
de izquierdas que puede sumarse al juego de espejos y dedicar toda la
legislatura a operar en este terreno sin necesidad de impulsar cambios
sustantivos. Por poco que haga, parecerá mucho si la guerra es sin cuartel.
Necesitamos pues un feminismo con iniciativa propia, que tenga claro que hay
que pasar a la ofensiva y seguir arañando conquistas.
2. Contra un
feminismo reaccionario
Las guerras
culturales no son el único freno para un movimiento con capacidad de actuación,
potencia y autonomía. Desde hace un tiempo, parece como si la polarización
social y las claves comunicativas y subjetivas que han producido la crisis de
representación y la emergencia de la extrema derecha se hubiesen trasladado al
feminismo –el mismo repliegue identitario y de construcción del otro como
enemigo–. Esto se da mediante sus propias guerras culturales sobre los derechos
de las trans y su pertenencia o no al feminismo o mediante la batalla frontal
alrededor de la prostitución, donde se producen violentos ataques a las propias
trabajadoras sexuales y a sus organizaciones a las que se pretende expulsar del
debate público y de los espacios de coordinación del movimiento –de algunas
asambleas del 8M por ejemplo–. Hostilidad, agresiones verbales, personas
increpadas en asambleas e incluso en movilizaciones ensombrecen el movimiento
por culpa de un tipo de feminismo esencialista que pretende imponer su verdad
con métodos agresivos. (Es más, en medio de la confrontación con Vox con la
cuestión de las educación sexo-afectiva, hemos podido ver a algunas feministas
legitimando los discursos de la extrema derecha a partir del fantasma de la
"Teoría Queer" que supuestamente se estaría enseñando en las
escuelas. Algo para pensar.)
En este escenario,
resulta más difícil mantener la alegría de encontrarse con otras y de aprender
y trabajar juntas que ha impregnado las movilizaciones de los últimos años. El
tono de confrontación es, además, una forma de expulsar a gente de estos
espacios. Así, lo que nos jugamos, por ejemplo, son las asambleas del 8M, donde
se planifican las movilizaciones masivas, porque hay gente que quiere imponer
tomas de posición sobre temas en los que es imposible un consenso. Las formas
violentas impulsadas por un mesianismo redentor, además, imposibilitan
cualquier tipo de debate sereno donde sentar unas bases mínimas sobre temas
esenciales. Por ejemplo, cómo luchar contra la trata. A pesar de ello, hay
muchísimas feministas bregando en estos espacios para seguir peleando por un
movimiento del que valga la pena formar parte.
Estos últimos años
hemos conseguido que el feminismo hable a toda la sociedad a partir del
posicionamiento de un conflicto de alcance universal: la lucha del capital
contra la vida. Hemos descubierto una nueva potencia a partir de la
visibilización y valorización del ámbito de la reproducción social para que
deje de ser “eso que estamos obligadas a hacer las mujeres”, y se convierta en
una tarea reconocida y esencial, porque forma parte del núcleo central de la
vida humana. En el camino de nuestra liberación, hemos descubierto que llevamos
la semilla de un mundo nuevo.
Hoy no estamos, sin
embargo, hablando mayoritariamente de cómo cambiar la sociedad, sino de cómo
proteger a las mujeres –a las que algunas quieren representar como siempre
amenazadas–. De hecho, otra tarea imprescindible es reconectar con la potencia
de un feminismo que representa la sexualidad como un ámbito de disfrute y
alegría –como hizo el feminismo de los 70–, no solo de peligro.
¿Serán estas sex
wars y sus reclamaciones identitarias el canto del cisne de esta última ola, y
de su potencia de transformación, como lo fueron a finales de los 70?
3. Por un feminismo
que defienda la democracia radical
La derecha y la
extrema derecha están defendiendo su programa antisocial haciendo bandera de la
libertad. Mientras, desde algunos espacios del feminismo se piden
prohibiciones, se hacen escraches a charlas o se pide censurarlas, se quiere
penalizar el consumo de prostitución –incluso el porno–, se pretende impedir
conciertos o se persigue a determinados cantantes, humoristas, cineastas…
Signo, quizás, de nuestra impotencia para transformar la vida, se persigue el
cambio cultural por la fuerza en una sociedad que es plural y compleja.
Progresivamente, cierta ‘izquierda’ se parece cada vez más en argumentos, o
formas discursivas, maneras y hasta objetivos, a la extrema derecha pujante.
Nos olvidamos así
de la larga asociación entre las tradiciones emancipatorias y la defensa de la
democracia radical –como en la historia del movimiento obrero y del movimiento
de mujeres–. Los derechos y libertades civiles forman parte –y son
imprescindibles– para las luchas por los derechos económicos. Necesitamos un
feminismo que reivindique la profundización de la democracia y abra espacios de
pensamiento y de palabra, donde sea posible discutir entre nosotras, de todo,
con respeto.
4. Por un feminismo
antipunitivo. No alimentar a la bestia
Otro de los retos
fundamentales está vinculado al sistema penal. El proceso judicial de La Manada
puso sobre el tapete sus deficiencias respecto a la protección de las mujeres
que han sufrido violaciones y a la odisea que tienen que atravesar, incluida la
revictimización o la vigilancia sobre sus vidas para que encajen el papel de
“buena” víctima. Ante las presiones del movimiento feminista, el nuevo Gobierno
está trabajando en una reforma del Código Penal para adecuarlo a la nueva
sensibilidad social y a normas internacionales, como el Convenio de Estambul,
ratificadas por España. ¿Implicará esto un aumento de penas directa o
indirectamente?
El discurso de Vox
de “defender a las mujeres” es funcional para la legitimación de su apoyo a la
prisión perpetua, o incluso a la criminalización de los migrantes
Algunos sectores
han vivido como una victoria la sentencia del caso de la Arandina –38 años de
prisión. Pero sabemos que penas más altas no protegerán a las mujeres –la
encarcelación, en general, ni es disuasoria, ni cambia a los agresores, ni
frena la violencia–. De hecho, el debate sobre las penas no debería ser central
porque estamos hablando de un problema muy complejo que requiere medidas muy
diferentes. ¿Qué podría ser una justicia feminista? ¿Es la que pone el énfasis
en el castigo o en la reparación y la autonomía de la víctima? Los debates ya
ha comenzado y, para muchas, implican un cuestionamiento radical del propio
sistema penal –utilizado para la gestión represiva de los problemas que causa
el neoliberalismo–. Cualquier recorte de libertades o reforzamiento del Estado
penal es susceptible de volverse en contra nuestra.
El populismo
punitivo –la demanda de más penas o la tendencia a querer solucionar los
problemas que genera el sistema económico y social mediante el Código Penal– es
un espacio donde, sin pretenderlo, podemos encontrarnos con la ultraderecha. El
discurso de Vox de “defender a las mujeres” es funcional para la legitimación
de su apoyo a la prisión perpetua, o incluso a la criminalización de los
migrantes. Tenemos pendiente la tarea de deslindarse de ese mensaje: no en
nuestro nombre.
5. La disputa por
el sentido del feminismo: por un feminismo de clase
Estos años, en los
espacios de base del movimiento, se han encontrado trabajadoras domésticas,
kellys, trans, migrantes y racializadas. Y de esa amalgama han salido potentes
propuestas y reivindicaciones. Propuestas que ponen en el centro la capacidad
transformadora del feminismo y que inciden en el desarrollo de medidas ligadas
a la división sexual del trabajo y en el aterrizaje de reflexiones sobre las
tareas de reproducción social, el eje material más importante del feminismo.
Sin embargo, en los
medios tienen mayor espacio las medidas relacionadas con los problemas de la
clase media, por la propia composición de las redacciones, y por cómo se
configura la esfera pública (quién tiene acceso a esta). Así aparecen
representadas las demandas de un feminismo cuya aspiración es romper techos de
cristal. El feminismo que pide cuotas en los consejos de administración de las
empresas. Se ha generado un cierto sentido común de que hay que encontrar un
hueco para las mujeres en los lugares del poder. El feminismo de Botín propone
conseguir la igualdad de género dentro de cada estrato social, pero mantener la
sociedad estratificada.
No es casualidad
que una de las luchas centrales hoy sea la de las trabajadoras domésticas: se
basa en mano de obra migrante, y sin todos los derechos. O sea, barata y explotable. Esta es la solución que
se le ha dado a la crisis de cuidados en nuestro país. Por tanto, tenemos que
seguir hablando desde un feminismo de clase y antirracista, tenemos que dar la
batalla por el sentido de la “igualdad”: no hay liberación a costa de explotar
a otras. Hoy el feminismo, sin embargo, está discutiendo otras cuestiones
“culturales” más candentes que parecen despertar mejor las pasiones. ¿A quién
interesa un feminismo que no pretenda cambiar la sociedad? ¿A qué intento de
preservar las propias posiciones privilegiadas responden las posturas del
feminismo cultural/identitario?
6. Construir
organización
Para transformar la
sociedad no bastan las buenas ideas y los discursos acertados; no es suficiente
con tener razón, hace falta fuerza social. Esto se consigue con un movimiento
feminista con capacidad de agregación –no necesariamente unificado– y que
posicione demandas –otra cuestión es si se dan las condiciones para debatir con
la máxima pluralidad posible cuáles deberían ser estas prioridades–. Un
movimiento diverso que rete las actuales formas de organización social,
tensione los discursos mediáticos, y también genere una cultura propia.
La cuestión de la
organización es central en toda política, pero estamos en tiempos en los que
los compromisos son débiles y donde es difícil que las formas de agregación
permanezcan. ¿Podemos aprovechar la capacidad de politización del feminismo, al
hablar a partir de lo que nos atraviesa, para generar nuevas formas de
articulación? Lo ideal sería que cuajasen múltiples organizaciones de base
capaces de tejer una red de ayuda mutua, de actuar como contrapoderes de lo
instituido, y de impulsar esos conflictos necesarios para avanzar. El feminismo
debería permear también –ya lo está haciendo– las luchas que hay en muchos
frentes –pensiones, vivienda, trabajo, etc.– y estas luchas deberían formar
parte del movimiento feminista.
Cambiar la sociedad
no es un proyecto de unas pocas, ni siquiera de la mitad. Si tenemos un
proyecto con capacidad de mejorar la vida de todos y todas, quizás deberíamos
empezar a reconocer que los hombres –y los que no se reconocen en el binarismo
de género– deberían formar parte también de esta lucha.
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