UNA MALDICIÓN BÍBLICA
ANA SHARIFE
Parece una
maldición bíblica. Una tormenta del polvo rojo llegado del Sáhara convierte el
paisaje canario en una estampa lunar. La calima se traga a las islas y los
incendios la asedian. Se registra un terremoto en El Hierro y una supuesta
plaga de langostas procedente del cuerno de África nos invade. Como en las
guerras, se cierran los cielos y los mares, y se cancela el Carnaval, que es
como anularle a un sevillano la madrugá.
Cuando parecía que
salíamos de la pesadilla, este lunes los canarios nos acostábamos con una
alerta del Ministerio de Sanidad. Un ciudadano italiano ha dado positivo en la
prueba realizada en un hospital de Tenerife y Canarias activa el protocolo por
coronavirus. La italiana es la comunidad extranjera más numerosa en Canarias,
con el 17,5% de los 259.791 residentes foráneos registrados, y unos cuatros
millones de turistas italianos nos visitan cada año, según datos del Istituto
Nazionale di Statistica. Por tanto, era de esperar.
Seguimos sin poder
respirar bien. El polvo en suspensión, sin precedentes en la historia de
Canarias, disparaba el medidor World Air Quality Index, marcando este domingo,
23, un pico mundial de contaminación excepcionalmente “muy peligroso” para la
salud de las personas. La calima viene acompañada de una alta concentración de
tóxicos procedentes de las centrales térmicas, las petroquímicas y la minería
de países vecinos como Argelia y Marruecos, y en menor medida, Túnez.
La situación
geográfica del Archipiélago y sus características ambientales provocan que el
número de enfermos de asma en Canarias triplique a la del resto del país y se
sitúe como una de las más elevadas en el continente europeo. Afecta al 15% de
la población, según datos del estudio European Comunity Respiratory Health
Survey. Con este índice se puede hablar, por tanto, de unos 330.000 isleños.
Hasta que no llueva, el polvo sigue entrando por las vías respiratorias, llega
a los bronquios y ocasiona, en muchos casos, procesos inflamatorios.
La distancia del
Archipiélago con África continental es muy pequeña, de tan sólo 95 kilómetros
en el punto más próximo (Fuerteventura), si se compara con la que lo separa de
las tierras europeas, 1.400 kilómetros. Somos África, sus habitantes conservan
el rastro del genoma amazig, aunque social, política y culturalmente seamos
occidentales, a medio camino entre Europa y Latinoamérica. Esa es nuestra
realidad. Nuestra bendición y nuestra desventura.
La italiana es la
comunidad extranjera más numerosa en Canarias, con el 17,5% de los 259.791
residentes foráneos registrados
Las imágenes de
Canarias en color sepia se van disipando. Tan parecidas a las que guardan
nuestros abuelos, cuando las islas eran poco pobladas o fueron destinados a
combatir en Sidi Ifni. Una colonia española, fundada en la costa atlántica de
Marruecos en 1934, que mantuvo cierto espejismo imperial hasta que el régimen
de Franco fue obligado a devolverlo a Marruecos en 1969. Ese mismo sentimiento
de colonia y región ultraperiférica de la Unión Europea invade al isleño cada
vez que se enfrenta a una tragedia.
Las calles siguen
casi desiertas. El Gobierno canario advierte del peligro de los
desplazamientos. Los escasos ciudadanos que salen lo hacen con la mascarilla
protectora del coronavirus. Delante de mí, un padre y su hijo caminan de la mano
como en el desierto post-apocalíptico de aquel film en el que Viggo
MortensenKodi lucha por la supervivencia en un mundo convertido en un páramo.
Atrapados y
aislados
Canarias permanece
en alerta. Ante la propagación del coronavirus qué medidas de restricción se
aplicarán en las vías de entrada a las islas, nos preguntamos. ¿Habrá controles
en los puertos y aeropuertos?, ¿se limitará el tránsito?, ¿se tomará la
temperatura a los viajeros? La población espera un plan de contingencia.
No sólo eso. Los isleños
toman conciencia de los problemas a los que se enfrentan en caso de tragedia.
Hemos abandonado el campo, la agricultura y, ante cualquier crisis energética,
las islas se verían muy limitadas para conseguir alimentos y en algunas de
ellas incluso para obtener agua, al proceder principalmente de desaladoras y
potabilizadoras.
Atrapados y
aislados. Con los siete aeropuertos cerrados, más de 14.000 personas
permanecían a la espera en sus terminales. El empeoramiento de la meteorología
cerraba el tráfico aéreo hacia los aeropuertos del archipiélago, los vuelos
interinsulares quedaban suspendidos y los aviones en ruta eran desviados a
destinos alternativos.
Canarias se
enfrenta al reto de abordar una inteligente gestión del paisaje rural. Es
necesario que la población se responsabilice de sus propiedades privadas, que
apueste por las energías limpias y que opte por productos de la tierra.
Nos lo advirtieron
el pasado mes de agosto, cuando el fuego calcinó en poco tiempo más de 12.000
hectáreas de terreno de gran riqueza medioambiental en el corazón de Gran
Canaria. La isla es uno de los lugares de Europa “más complicados para ser
defendido de las llamas”, señalaba David Ramírez, decano territorial de las
Islas Canarias del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales.
A pesar del
despliegue de dotaciones de bomberos, y el continuo refuerzo de la Unidad
Militar de Emergencias trabajando estos días en las áreas de extinción, las
circunstancias orográficas y meteorológicas de las islas no ayudan, los vientos
alisios y las peligrosas corrientes de aire y turbulencias cambian
caprichosamente de dirección, con lo que los medios aéreos no siempre se pueden
sumar a las labores de extinción.
Pese a que los
primeros elementos apuntan a que tras la génesis del fuego se encuentra una
quema de rastrojos, los factores reales son la despoblación, el abandono de la
actividad rural, la no explotación de los productos forestales, las parcelas
agrícolas desatendidas, el descuido de los campos y bosques.
Nos los advirtió el
decano de ingenieros forestales: “Si seguimos así, los incendios serán cada vez
más monstruosos. Hay que potenciar de una vez el triángulo rural: agrícola,
ganadero y forestal”.
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