VÍCTOR RAMÍREZ: GENTES Y PAISAJES
ISAAC DE VEGA
Víctor Ramírez nace en San Roque, barrio presto a fundirse con
la ciudad. Allí está también, a la vista, el mar. Y el contorno, un contorno
que ya para siempre está presente en su vida, en su completa obra.
Víctor Ramírez ha sido como una gran esponja que ha empapado,
que absorbió profundamente aquel primer medio. Fijo, se muestra a través de sus
trabajos, con sus cuevas, con sus casas hechas de bloques, las de azotea
moruna, de cal, como las antiguas. Y el aire, un ambiente que entonces ya tiene
que ser especial.
Víctor Ramírez nació marcado, fue marcándolo ese ambiente, acaso
por ventura. Vivo en ellas, las siento, de nuevo llegan a mis oídos sus
peculiares ruidos, las voces que atraviesan puertas y ventanas, que se repiten
durante años, hasta que la ciudad, inferior y rastrera, acaba por devorarlo con
su proximidad maligna.
No sé si son mejores los caminos de la tierra, los pedazos de
acera que cada cual, a veces, construía; unos entecos árboles solitarios, las
más lejanas manchas verdes de los cultivos, la suposición de la milagrosa agua
que discurre fresca y como un milagro por las atarjeas. Lo que después vino es
otro tipo de basura.
Este paisaje, acaso únicamente canario, cuántas veces lo repite
en sus escritos. En ocasiones no lo nombra. Cuando ya lo ha dicho una vez, hay
algo en sus historias como que lo contiene, niebla invisible, corazón escondido
en lo más escondido, nuez dura que está en el centro de nosotros.
Sabemos de ese paisaje que con todas sus miserias, acaso sólo
aparentes, sea preferible. Pero sí está la miseria en abundancia repartida.
Este primigenio lugar que le configuraría para siempre se repite; y muchos,
muchísimos de nosotros lo llevamos en el recuerdo como algo que va resultando inefable,
inasible, y que nos deja la interrogación, ya pasados los años, de qué cosa es
lo mejor, si el polvo que levantan los perros revolcándose en la calle, el olor
a rones viejos o la cerveza agria de los ventuchos, si no es el del vino
vomitado; o este asfalto en el que se transformó, o va a transformar,
civilizado, digno de ser enseñado a las gentes; decirles: miren cómo estamos ya
nosotros, si se acuerdan de aquellos tiempos de tanta basura, de la venta del
que mal llamaron una vez Cristobalito, con su pequeño surtidor de petróleo y la
mampara corta que separa la parte de los bebedores y todo aquel aire de ruindad
y baratería.
Pero callemos, esto no es civilizado, esto son barriadas que se
desconchan y donde hieden las reventadas alcantarillas. Fuera eso. Antes estaba
el fuerte sol que asoleaba todas las buenas casas con sus esquina en azul, los
geranios que asoman parte y de repente, en un absurdo solar, un árbol muy viejo
del que no se conoce su nombre y que da sombra a los chicos y alimento a unos
escasamente vistos gusanos de color rosado. Y unas variadas gentes que se
mueven.
Víctor Ramírez, digo, salió de aquí, o de un barrio mejor, o de
un barrio peor, pero esencialmente el mismo. Y quedó, para siempre, impactado,
y por sus gentes. Las gentes de Víctor Ramírez son gentes sin horizonte, gentes
sin mañana, podríamos decir.
Es esa gente de los inframundos que no ha tenido valor, o la
ocasión, de hacerse bandoleros. O la bondad. Está la preocupación de cada día,
atenta a lo inmediato, a lo que de cerca envuelve. Gentes tiernas pero con la
poesía negada a sus cabezas porque acaso la verdadera poesía surja de unas
angustias distintas.
Van deslizándose hacia una segura muerte y no saben, no se dan
vívida cuenta de ello. Por eso acaban buscando, quizás inconscientemente, en el
corazón una clase de poesía para transformar el fantasma de la carne, la carne
que brutalmente te encadena.
Sí, la chica es bonita, es un ángel, y es tan seriecita con la
vista fija en el suelo como para que no se le derrame. Es tan linda la
mujercita y tan buena, nada hay que decir de ella. Todo son flores,
insostenibles ansias que te empujan; porque mira la gracia que tiene cuando
anda así, de esa manera, subiendo por la cuesta, nada hay mejor en el mundo;
una mujer puede valer más que todas las cosas de la completa tierra. El normal
desengaño, alguna sordidez y dureza no esperada, el uncirse de alguna manera a
una nueva forma de vida, siempre bastante apegados al piso, estamos sobre el
piso, de qué me va a hablar usted.
Es una larga parábola, quizás comprensiva de estos personajes,
un aspecto y sus esperadas complicaciones. Porque ya estamos lanzados y tenemos
que criar los hijos. La indestronable tiranía de esa naturaleza que está por
ahí. Al fin y al cabo de esa manera estamos programados y lo demás son
tonterías y ganas de fastidiar.
*
Un escritor nato
Discurren los personajes: obreros, trabajadores, gentes de medio
pelo, con la fija idea de un provecho ahora y aquí mismo, porque no habrá otra
salida. Hombres y mujeres canarios, acaso todas las mujeres y todos los hombres
de todo el mundo. Personajes que no irán más allá de pobres diablos, tomados
por Víctor RamÍrez con magistral habilidad.
A veces no los describe a lo largo, en otras sí, y lo hace
especialmente:
Parecía hético el
que despachaba, aunque no tosía, con la mirada echada fuera, ansiosa, el belfo
leporino, mimoso, nariz afilada en paralelo, ganchuda, las mejillas chupantes y
descoloridas, sucias de barba salteada.
Mas no abunda en descripciones de figuras ni es preciso
llevarlas más adelante. Hay un arte nato. Digo que Víctor Ramírez es un
escritor nato, que ya salió así desde sus comienzos. No le hicieron falta
mimetismos para tomar la pluma, como suele decirse. y escribir desde un
principio historias todas ellas salen muy naturales.
Y es la vida que transcurre. A pesar de referirse siempre a
personas y cosas inmediatas, no puede menos de romper esa envoltura tan apegada
a los cuerpos, y separar los jirones en que se deshacen, dejarnos el poso
amargo, la conciencia de la inutilidad de todo esfuerzo, el definitivo fracaso
en que se resume cada diferente persona. Culmina en algo triste, no por gusto
del narrador ni para generar un efecto o emoción; es a su pesar, en contra de
sus deseos de un pequeño y humilde paraíso para esos menudos protagonistas; de
un minúsculo edén a su medida, aunque sea en este primer plano, este plano que
a los hombres de Víctor Ramírez les parece eterno porque posiblemente en eso sí
que están en la verdad; no se lo cuestionan ni mucho los inquieta.
Uno supone que, llegando su tiempo, habrá un instante amargo, un
dolor que parece exasperante, una infinita ansia de estar despierto o de
dormir, o acaso ni eso; llegar a un dormir que sería la perfección. Y es que
humanamente tiene que ser así.
Porque en realidad, como ha dicho alguien o muchos, una obra es
importante no cuando trata de la peripecia de unos personajes, sino cuando
trata de la vida de esos personajes; una vida que se desarrolla, y que es la
carga y la pesadumbre del hombre, paralelamente a los acaecimientos que sean,
que desde esta perspectiva no son sino la trama donde se teje el verdadero y
definitivo tejido. Un rezumar casi siempre amargo, de imparabIe frustración,
como indiqué. Y éste será uno de sus mejores méritos.
Tienen una capital importancia ciertos personajes que pasan por
la obra, pura emotividad y sentimiento: son los niños, los muchachos. Niños
desvalidos en lo material o en lo psíquico.
Transcurren sus pequeñas vidas camino de ser hombres y mujeres,
de olvidar, y continuar así la interminable cadena, que nunca acabará hasta el
remate del mundo. Son los niños de dos padres, los niños bobos a quienes echan
a pelear como en las riñas de gallos. Los pre-eróticos.
Sorprende encontrarse por primera vez con la prosa de Victor
Ramírez. Cierto es que no hablamos con puntos y comas. Y son todos esos signos
que los siglos han ido penosamente descubriendo para dar una mayor exactitud a
la intención expresiva.
Esto admítido, es indudable que la experimentación que Victor
Ramirez ha realizado responde imperativamente a una interioridad, a una forma
de dar a conocer unos sentimientos y emociones que en esas formas, para él,
alcanzan una mayor intensidad. No ha sido una utilización gratuita. .
Porque, como es sabido, sí que los hemos abusivamente tenido,
experimentos que no respondieron a esa precisa necesidad, creíblemente
llenadores de alguna especie de vacío, sustitutivos de una auténtica creación,
y que por ello quedaron en guiñolescas piruetas, a veces bastante desangeladas.
Emanación funesta de la herencia del Irlandés.
Se le ha repetido en sus variaciones y en la variación de las
variaciones. Ha caído en este, al parecer, atrayente juego algún autor de
cimentada fama preciso de nuevas energías. Y el resto de la estupidez circundante.
No se niega que Víctor Ramírez haya aprovechado las enseñanzas;
si lo ha hecho, ha sido realizando una esforzada traducción, o, más bien,
aprovechando la idea imperante de que la expresión debe responder a cada estado
de ánimo. Debe tomarse lo que cada vez convenga, buscar lo más exacto para que
la expresividad deseada alcance su máximo valor.
Yo creo, y en ello incluyo mi idea sobre Víctor Ramírez, que
cada uno escribe como quiere, que no tiene que elegir unas formas
predeterminadas. Éstas habrán de surgir espontáneas. Claro está que no
empezamos hoy, que detrás tenemos una herencia de milenios.
Y digo que Víctor Ramírez pudo muy bien no haber sido influido
por nadie. Su prosa es auténticamente propia porque corresponde a una forma,
sintetizada, de expresión popular de nuestras gentes, una traducción en
palabras y sintáctica hasta ahora por ningún otro alcanzada.
Es sabido que el lenguaje común, o los lenguajes, en Canarias ha
sido profusamente falsificado por laóticos y los otros. Sabemos bien que nuestro
lenguaje es perfecto, mucho más que el de otras áreas, y que entre nosotros ha
habido una selección y desarrollo paralelo con el resto. Escritos de un
lenguaje normalmente culto no se diferenciarán de los escritos en otras
latitudes del idioma. En cuanto a la intención laótica es como tratar de
lenguas muertas; en todas partes del redondo Globo abundan los inútiles
desmanes.
*
La prosa de RamÍrez
Estudiemos la prosa de Víctor Ramírez con la debida atención sin
dejarse conducir por engañosas apariencias que intenten hacerlo secuaz de
algún. grupo alegremente guitarrero. Rehúye esa colección de términos tan a la
moda de ciertos escritores nuestros que, movidos por afanes más o menos
inocentes, pero ajenos a la literatura, se congratulan en utilizar: palabras
que alguna vez fueron mal escritas, incultismos, patanismos, y que ellos
utilizan como de lengua corriente, lo que posiblemente nunca ha sido. Y esas
que auténticas son manejadas como las máximas perlas.
Piénsese en «callao», ya tan terriblemente manido que parece ser
un vocablo gallego o una degeneración del guijarro francés. Y así se cree estar
cultivando un congruente y obligado canarismo cuando en realidad lo que
con ello se consigue es revolver bien en un indeterminado fango todos esos
sentimientos.
Víctor Ramírez, cuya dirección en este aspecto es sobradamente
conocida, rechaza la palabra degradada, el supuesto guanchismo que nunca se
utiliza, el andalucismo o extremeñismo. Mide bien sus palabras, las escoge con
un cuidado minucioso; uno piensa que en cada caso está la que debería de estar.
Una morfología vigilada y una sintaxis que responde, en alguna manera, al
ordenamiento de frase popular. Ha llegado a una cima que nadie alcanzó anteriormente.
Todo lo demás que se ha hecho con la voluntad de Víctor Ramírez,
todos los otros, es una extensa producción de bazofia que a nadie enaltece. Al
contrario, nos humílla y abochorna.
Su trabajo, posiblemente intuitivo, y lo supongo en gran parte
así, meritorio, es haber conseguido una lengua propia más o menos estabilizada
para tratar, si se quiere, el alma popular sin obligación de caer en la
chabacanería. Es una preciosa consecución.
Es un escritor nato, ya lo dijimos, al que rodean sus gentes.
Gentes vivas, las están ustedes viendo mover, hablar y llega a los oídos el
sonido y acento de sus palabras. Empapan sus ambientes, vivimos en ellos.
Víctor Ramírez es un escritor nato, además de por eso, porque
tiene un conseguido sentido del idioma. Tener sentido del idioma es dominarlo
todo. Es una especie, como si dijéramos, de lo que es el oído con respecto a la
música.
Quien no tenga el conveniente oído tiene en sus manos el estudio
por los alargados tiempos, pero nunca tocará pasablemente. Con el idioma pasa
lo mismo. Quien no tenga afinado el sentido del idioma, el que no se dé cuenta
de que tales y cuales palabras no son utilizables en este caso o en el otro; el
que haga una frase corta, dentro de un sistema, debiendo hacerla larga, y
muchos etcéteras así, producto fundamentalmente de un don natural, no producirá
sino el arrastre cuotidiano, y tendrá que hacer juegos con la gramática
aceptada y con otros usos, para destacar un poco.
Sin embargo, todo se lo llevará el viento, no el de las eras,
sino el de los pocos años. Siempre ha ocurrido; no son, éstos, fenómenos
nuevos. La desdicha es que son necesarios los auténticos genios para llevar a
buen fm felizmente cierta clase de cabriolas. Y ellos son escasos.
Víctor Ramírez ha escapado de esas asechanzas, no le han sido
necesarias, Le molestan y aburren, seguramente. Es un ser energético, violento,
no comulgador con ratonerías. El arte de escribir lo da en gran medida el azar,
y él lo tiene en su corazón, un corazón generoso y grande que atiende cuidadoso
a esas pequeñas mujeres y a esos hombrecillos que están latiendo, en sus
relatos.
La Provincia 18-1-90.
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