LAS MAREAS DEL AYER(NARRATIVA) 2 PARTE
DUNIA SANCHEZ
Las pesadillas
atacan a Luam. Tanto, que casi se siente ahogar. No puede casi respirar, su
corazón como su cuerpo parece que se para. Se desquita de las sábanas sucias
que aun le olían a él y de nuevo se ducha. Después se mira al espejo, solo ve
el reflejo de un cuerpo en decadencia. Su mente está extasiada de remordimiento
por haber sido convencida por un rufián. El invierno hace más hincapié en ella.
Está esperando con desesperación que amaneciera y así cruzar el océano para
volver a su tierra. Seguro que esas vacaciones navideñas le ayudarán al
olvidar.
**
Anne y Gueda ascienden por ese monte sin
saber bien a donde se dirigen. El caballo las orienta. Cuando ya hubo desaparecida
esa masa arbórea suspiran y ponen sus
ojos fijos en la cima. Esa cima donde la anciana vive. El viento es silbo estremecedor, por lo que
aunque no estuviera nevando la nieve de los pinares se desploma encima de
ellas. Al caballo le cuesta andar, ante ello, se bajan y hundiendo sus piernas
en la nieve caminan como puedan. No dicen palabra, tienen que poner todas sus
fuerzas en llegar. Aliviadas se quedan cuando los pinares desaparecen y ante
ellas nace una luz nítida que viene de la cueva donde vive la anciana.
-Ahí esta la cueva-
espeta Anne con su mano levantada en dirección de la cueva
- Menos mal Anne.
Ya casi no puedo más. Este tiempo es terrible.
En su avance lento y palabras inexistente
por la intensidad del viento llegan a la puerta. Ya casi sin aliento,
extasiadas.
Anne toca en la madera dura y gruesa. Nadie
contesta pero insiste. Y nada. Por un instante el viento se casa con el sosiego
y sienten pasos detrás de ella.
-Anne. Tengo miedo.
Algo está detrás de nosotras ¿Será él?
-Qué dices Gueda.
La noche es oscura y tenebrosa dudo que hasta los difuntos salgan- dice Anne,
aunque ella sentía aquellos ruidos también.
A la par se
vuelven. No ven nada.
- ¿Qué paso
muchachas?
Una voz ronca y clara se aproxima detrás de
ellas. El impacto en sus corazones les proporciona pánico a ambas. No se mueven, se han quedado
paralizadas.
-No os asustéis.
Soy yo. Viraos. Os esperaba.
La calma lentamente vuelve en las dos cuando
se dieron cuenta de la anciana. Se giran y se encuentran con una encorvada
mujer vestida de negro apoyada en un bastón y bajo el brazo leña.
-Hace frío y se me
ha acabado la leña. Mientras os esperaba he ido a buscarla. Venga pasemos que
aquí fuera os vais a helar. Venga pasad,
pasad. No os quedéis ahí.
Anne quiere ofrecerle ayuda con la leña
pero piensa que mejor no, que sería una impertinencia y a la
anciana le sentaría mal. Abre la puerta. Una puerta que chirria a medida que
ellas van recibiendo más luz del interior.
Pasan y una atmósfera acogedora y
cálida impacta en el rostro de Anne y Gueda.
-Señora. ¿Cómo se
encuentra?
Anne enseguida se da cuenta de que comete
un error. La anciana no le iba a contestar esa pregunta. Es digna y vertical.
-Pónganse cómodas.
Sabéis, la noche es espuma sólida donde las almas no descansan y sobre todo de
aquellos que no fueron perdón de sus pecados o de aquellos que abogan por el
amor de sus seres queridos. ¿Son
molestosos verdad? Vienen con sus cadenas tórridas que nos empuja a un acantilado
percibiendo el lado oscuro de la realidad. Por cierto quien de vosotras ha sido
arrastrada por un espectro vagabundo.
Se sientan alrededor de una mesa redonda.
La cueva está decorada de máscaras seguramente echas por ella y un sin fin de
hierbas que le da al ambiente un olor especial. La anciana en el centro de la
mesa enciende una vela y pasa su mano por la tez de la dos mujeres.
-¿No os preocupéis?
Después de mirarlas fijamente durante
unos minutos se levanta. Trae a la mesa dos nueces vacías y unas hierbas. Con
un juramento va mezclando las hierbas en un mortero a medida que escupe y las
introdujo en las nueces. Cuando hubo terminado hace dos especies de collares
con las nueces y se los ofreció. Ellas se ponen aquel talismán que sirve de
sable ante todos los males como le explica la anciana.
- Aquí tenéis. Esta pieza elaborada por
mí y con ayuda de espíritus benevolentes será vuestro escudo. Os sienta bien.
No le digáis nada a nadie. Es un secreto. Sobretodo para aquellos que tienen fe
en el amor eterno.
- Gracias- dice Gueda.
- No hay nada que agradecer mujer. Ya
sabéis. Esto repele cualquier alma errante. Ya os podéis ir, pero, antes de
partir, os haré una proposición. No me miréis con esos ojos tan bellos de
asombro. Pasar aquí la noche. Esa albina gravilla fina es traicionera y podéis
accidentaros. Aquí estaréis seguras y, además, acompañaréis a esta anciana que
es tripulante de la soledad ¡ Mis días son tan monótonos sin ellos¡
- Si, como no.
Salen de esa habitación que da un aire
fúnebre y entran en otra. Esta es como una especie de salón: con sus paredes
pintadas de blanco, una alfombra en el suelo de piedra y cojines esparcidos. La
anciana las invita a tomar asiento. Ella también se suma a ese círculo que
forman Gueda y Anne en el baile de la noche fría.
**
Liam y la profesora forman unos lazos de
amor infinitos. Un amor que los atempera con la dulce acaricia de sus labios
del blanco edredón a ras de la tierra. Poco a poco se sumergen en esa laguna de
los libros de esos países exóticos que tanto le gusta la profesora. A ella le
encanta leer en voz alta esas leyendas de antaño a medida que Liam ,
hipnotizado, hace un esbozo en como podrían ser aquellos pueblos. Esos dibujos
después se los enseña a ella. Y, ella, maravillada por su arte le da un beso en
la frente. Un beso en la frente que
corre hasta su cuello y de su cuello a su pecho y de ahí, hacen el amor
como aves en el aire del ensueño.
-Me quieres- dice
ella mientras le besaba su vientre.
- Si. Te quiero.
Eres ese coro de orquídeas que nacen en invierno. Me estimulas. Me haces sentir
feliz en este mundo donde la desgracia de mi madre aprieta.
- Oh, amor. Tu tono
de voz es como esos aferrados al halo de la primavera. Te veo distinto, sabes.
Más maduro.
Liam se queda asombrado por esas
palabras “más maduro”. El se nota su cambio, ya no es un jovenzuelo que va a la
caza de lo excéntrico. Se siente más calmado, más hombre derecho con sus
pensamientos vagando en su futuro, en el de su familia y en ese amor.
- Liam. ¿Qué te
ocurre? Te has quedado muy pensativo. Ya se de lo muy mal que te debes sentir
por lo de tu madre. Pero, ya verás, todo pasará.
De repente ella le da un beso en la nariz y
se sienta sobre su pecho desnudo.
- Liam. Quiero
decirte algo.
- Si, dime. ¿Qué es
lo que me vas a decir? Te encuentro extraña.
- Porque no nos
casamos en primavera. Esa primavera donde el bosque parece encantado por las
flores que engendra.
Liam se queda sin aire. Da un brinco que hace
que la profesora se levante.
-¡Casarnos¡ Soy
pobre además seríamos el hazmerreír del pueblo. ¡Qué dirían¡ Nos marginarían.
Nos mirarían…No se como nos mirarían, ni quiero saberlo. ¿Cómo se te ocurre…?
- Estoy hablando en
serio Liam. El dinero no es problema ya verás que de tengas una responsabilidad
ya conseguirás trabajo. Y, lo que opine la gente , me importa un bledo. Déjalos
que hablen si se divierten. Los enamorados somos tú y yo. A quien le importa
nuestro amor. Solo a ti y a mí. No puedes vivir pensando el que dirán ¡Qué mas
el que dirán si somos felices¡ Ya se acostumbrarán. Abrázame.
Se abrasan con la libertad de un beso,
rompiendo todas esas cadenas del que dirán.
Liam en sus adentro es árbol que nace. Se siente seguro, recto. Por que
no casarse si quería a esa mujer. Sabe que el apoyo de todos los del pueblo no
lo conseguirá, pero siempre habrá alguien que le abrirá las puertas. Solo es
cuestión de probar y haber lo que pasa. Está tan dichoso con ese amor…
**
La anciana las mira, desenterrando así
todas esas punzadas de mugre que poseen Anne y Gueda. Ellas no lo sospechan.
Están maravilladas por las pinturas impregnadas en las paredes. Pinturas que la
anciana había realizado con unas suaves pinceladas cuando el arte es llamado
por la soledad. En su arte se nota la influencia de la naturaleza que giraba
alrededor de ella y la muerte de sus seres queridos. Una combinación que da
lugar a unos símbolos que para la anciana tenía mucho que decir.
- Os lleváis muy bien por lo que puedo ver. Noto ese trabajo en común en vuestro mañana.
Quizás, montañas de flores que prenderéis para
agazapar de la buenaventura. Seguid así.
- ¡Trabajar juntas¡- entona Anne
asombrada – No lo hemos ni pensado. Por ahora lo que hacemos es acompañarnos
cuando algún problema llama a nuestra puerta.
La anciana se levanta y se dirige a donde
están ellas sentadas.
- Dejadme un sitio
entre vosotras que hace tiempo no soy calidez del ser humano.
Anne y Gueda se dividen
para que la anciana cayera entre ellas.
- Gracias
muchachas mías. Sí, si os
uniréis. Porque os necesitareis con el
paso de las estaciones. Aquí arriba el dinero no es fuente para la existencia, pero allá abajo si es
necesaria para el logro de vuestros sueños, para pasar la vida sin necesidad.
-No es que quiera
meterme en su vida. Pero debería bajar al pueblo a vivir. Aquí está tan
apartada de todo. Podría sucederle algo- dice Anne preocupada.
- ¿Para qué? He
perdido un hijo por un voraz traidor, he perdido un marido por valiente. ¿Qué
me queda? No. Al pueblo no iré. Aquí tengo todo lo que necesito. El rememorar
cada instante aquellos de que me quisieron.
- Y, si se pone
enferma.
- No. No me pondré
enferma. Yo lo se. Como se afronta la vida cara a cara hay que afrontar la
muerte y cuando me llegue me llegó. No temo a ninguna de las dos, ni la
enfermedad ni la muerte. Mi mente será capaz de atravesar cualquier obstáculo.
Pero, venga, venga. No os preocupéis por mí. Para que, he perdido un hijo por el voraz
traidor. He perdido un marido por él querer salvarnos de aquella fiebre, que
más puedo querer. Aquí están todos sus recuerdos. Viene a mí ese día cuando en la albura del amor éramos fluir
de estas paredes después de los primeros rayos solares, acudíamos a nuestras
tierras, donde el arar y el cultivar era rito de todos nuestros despertares con
el desprender de esas cabras por las laderas al compás de nuestros
silbidos. Ese día, impredeciblemente,
una fiebre malévola ataco a al pueblo. De silbido a silbido iban pasándose la
infortunada noticia a cada uno de los vecinos de este lugar. Mi hijo y él bajaron al pueblo a prestar
ayuda pero, aquello, fue nefasto para ellos, fueron contagiados, encerrándolos
en fosas eternas y, así, apartándolos de mi vida. Me trajeron sus cuerpos:
sudorosos, fríos. Mis acaricias quedaron desterradas, no sirvieron de nada a
igual que mis infusiones y cáscaras de nueces para desorientar esos espíritus
malignos que querían llevárselos de mi lado.
Pero, dejemos mi vida, la oscura y airada noche está dando paso al
amanecer. Os veo tan cansadas. ¿Queréis una infusión? No os podéis negar, ella
os reanimará y hará bien para vuestro largo camino.
Anne y Gueda asienten. La anciana se levanta
de entre ellas y sibilina sale de aquel habitáculo para ir a su cocina. Allí,
con el prender de la leña hace hervir el agua en una especie de tetera. Poleo e
hinojo le pone y vuelve de nuevo a donde ellas se encuentran. En tazas de barro se sirven y con la calma
que ofrece la anciana sorbo a sorbo se la van bebiendo.
**
Como se divierten Liam y la profesora. Se
visten con sus ropas de invierno y salen afuera para dejar que la tierna nieve
les cayera encima. Corren, saltan: dos golondrinas en su círculo de amor en el
amanecer.
**
Luam se levanta con la lluvia de jazmines
helados impactando sobre la ventana de su cuarto. Está algo renovada después de de la tempestad
de pesadillas de la noche. Se viste, termina de preparar su maleta y baja
al comedor. El desayuno le espera y con
el esos dos hombres que había conocido el primer día. Allí está Bautista
recitando un poema. Luam al principio se siente un poco tímida al entrar pero,
Sebastián le hizo señas y paso.
Oh dulce flor de mis inviernos
Soy invernar en la
penumbra azul
De los casquetes
polares de tu cuerpo
Cuando ese
despertar no es clamor de tú pletórico
beso
El beso de un
enamorado
En el alba
ígneo decayendo entre tinieblas
¡Qué desafortunado
soy ¡
Como marginado amante de tus bellezas
¡Oh amada mía!
Ayer me amaste con
álgida acaricia
Hoy eres regimiento
de puñales
Sonámbulas en mi
corazón
Así termina Bautista sus versos, con la
emoción de Luam y la ira de Sebastián que no se corta para insultarlo, para
escupir en su cara lo que el siente.
- Sabes Bautista. Estoy harto de tu
poesía. Búscate a otro al que puedas encauzar por el río que tú suenas.
Al terminar sus insultos Sebastian se
levanta bruscamente de la silla y se va dando un portazo tras de ellos. Luam
entonces sospecha, sospecha de eso que le decían en el colegió de los amantes
del mismo sexo. Ella se le antoja la escena algo cómica: esos hombres con esas
corpulencias, con ningún rasgo que los defina que son así. Luam se sentó frente a Bautista como
siempre, como si nada hubiese pasado.
-¡Que desgraciado
soy señorita¡ ¡Qué desgraciado¡ Siempre terminamos así cuando le recito un
poema. ¿Qué hago yo ahora? Yo sin el soy gaviota a ras de la nieve ¡Si¡, la
nieve. Tan fría, tan distante. Dividirme en dos. Eso es. Tener una especie de
doble personalidad. Una para mi intimidad
cuando estoy solo y otra para él. ¡Qué frío hace¡ No lo nota. Desayuna,
desayuna muchacha. Yo ya me voy. Que
tengas una feliz navidad querida. Por cierto, no te fíes del amor. A veces, es
veneno que apresa tu alma.
Luam se queda sola en el salón. Desayuna
pausadamente. El hecho anteriormente ocurrido no le afecta para nada es más,
parece que le está cogiendo cariño a esa pareja. Al terminar sube a su
habitación para echarle una ojeada a todo antes de ver sus notas en la
universidad. Fuera de la pensión la nieve se expande por todas las calles. Se
encuentra a Sebastián sentado sobre ella y apoyando su espalda al edificio.
Ello le produjo una gran lástima. Verlo así, arrinconado, con sus manos rodeando
las rodillas y su cabeza en el hueco que dejaba.
- Sebastián.
Entona Luam
impresionada pero, él, no contesta a su primer intento.
- Sebastián. Hombre. Contéstame.
Entonces, Sebastián levanta la cabeza y sus
pupilas se cruzan con las de Luam.
-¿Qué quieres
muchacha?
Contesta con el
amargo pesar que se cierne sobre su rostro y la pesadez de las lágrimas.
-Levántate hombre.
Se te van a helar los huesos. Te va a sobrevenir una enfermedad.
Ante las palabras
de Luam Sebastián se muestra indiferente volviendo a su posición original. Luam
no puede dejarlo así, algo la carcome por dentro. Un especie de remordimiento
que va introduciéndose por cada uno de sus poros y pensamientos. ¡Qué será de
este hombre¡, se decía, si lo dejo así. Por lo que insiste.
- Vamos hombre. Levántate. Por que no
me acompañas a la universidad. Yo también me siento un poquito como tú,
engañada, parece que una espina se me clava. Venga, anímate.
Luam se arrodilla y toca sus manos heladas
transmitiéndole todo ese calor que ella posee.
- Venga, Sebastián. ¿Vamos?
Sebastián ante esas palabras de empuje
se pone de pie sin dejar las manos de Luam.
-Luam. Me siento
tan triste. Pero, caminemos, caminemos.
Existe tal apatía en mí que hace caer en pozo de llantos.
Luam escucha sus
palabras, escucha su interior. Su cavilar busca algún remedió para alejarlo de
esa pena.
- Oye
Sebastián, ¿qué sabes del señor que vive
en frente de mí? Nunca lo he visto y mira que me he puesto a mirar por la
mirilla en mis ratos de aburrimiento. Pero nada, como si no existiera.
-Si. Te contestaré
a ello aunque mis lunas están cegadas de tanto llanto en el día de hoy. Es un hombre mayor el que ocupa esa
habitación. Un usurero, mejor dicho. Dice la dueña de la pensión que tiene
cantidad de dinero y que guarda en su cuarto. Lo único que hace es vigilar sus
billetes y se ha vuelto tan huraño que ya no sale de su nido por si le roban.
Su mezquindad lo ha llevado a la enfermedad. No se deja ver por nadie solo,
cuando tiene que hacer el pago. Ella espera un día su muerte, ya está achacoso
y , así, quitarle todo lo que él posee y poder vivir una vida más tranquila.
Comprarse una casa apartada del mundanal ruido de la ciudad y dejar la pensión.
Esto, no se lo digas a nadie Luam.
Luam no sale de su asombro ante la historia
contada por Sebastián. Le disgusta esa persona que vive frente a ella pero,
también, no le agrada que la dueña de la pensión quiera quedarse con todos sus
ahorros.
- Bueno, para sincerarme. Ella a mi no
me lo ha dicho directamente. Se lo he escuchado en esos días de bronca con él.
Por lo que le he entendido a ella le da rabia la miseria de la pensión y que
ese hombre tenga sus paredes bañadas en oro. Secreto Luam, eh.
- Si, Sebastián.
Llegan al edificio
de la universidad. Sin más se hace silencio entre ellos. Luam por dentro está
cimbrando, parece que sus piernas no quieren avanzar pero con Sebastián se
encuentra más segura. Cada escalón que sube es similar a llevar dos botas de
hierro para ella.
- Luam, te encuentro pálida. ¿Qué te
ocurre?
- Serán las notas.
- Mira, la vida hay que mirarla cara a
cara. No dejes que unas simples notas te encharquen tu hermosura. Se valiente.
Ya frente las notas
los ojos de Luam parecen que se eclipsan, solo ve hojas blancas con líneas negras, llantos y
alegrías de otros estudiantes. Sebastián no le dice nada, deja que ella se
recupere para que dé el paso. Luam
ataca, se decide. Después de mirar y mirar sus mejillas suben a un carmín y una
felicidad incontenible. Sebastián lo capta con celeridad.
- Felicidades Luam. El aprobar es un
esfuerzo de superación a si mismo. Tú lo has conseguido además, en los primeros
meses. Esto implica que un futuro enriquecido te llama. ¡Atrápalo¡ Ya has dado
el primer paso.
**
El cura de un sobresalto se levanta de la
cama, un estruendo atroz siente en la Iglesia.
Sus ojos se desorbitan al comprobar que una de las ábsides, donde está
la capilla, fue derrumbe. Se lleva sus manos a la cabeza y se tiro al suelo, no
se lo podía creer, una nieve malévola
era asesina de ese techo con ciento de años de antigüedad.
- ¡Dios¡ ¡Dios¡ ¿Por qué me haces esto
a mi? Esta casa de Dios está edificada por nuestros antepasados en tú nombre.
Ahora la calcinas con ese polvo blanco hasta su destrucción. ¡Dime¡ Dime que
hago yo ahora. ¡Yo¡ Yo donde el predicar de tu nombre es diario. ¡Yo¡ Yo que no
he faltado a ninguno de tus mandamientos. Me abandonas y dejas en manos de un
destino cruel tu hogar, mi hogar.
El cura se levanta.
Vuelve a su dormitorio. Se pone sus vestimentas
y sale veloz hasta la casa del doctor.
El doctor, que en esos momentos se
encuentra leyendo, oye un toque desesperado. Baja escaleras abajo con la rapidez
de sus pensamientos, ¿habrá pasado otra desgracia, otra muerte? No. Su cavilar
quiere dar negativo a esa idea. Abre la puerta.
- ¡Qué horror¡ ¡Qué horror doctor¡ Una
parte del techo de la iglesia se ha derrumbado. Siento que la iglesia se muere y
yo con ella. ¡No puede ser doctor¡ Es el símbolo del pueblo. Toda la historia
del pueblo se cobija en ella. ¡Vamos¡ ¡Vamos doctor¡
- Tranquilícese señor cura. Deje que
coja mi abrigo.
El doctor tras coger su abrigo se dirige con
el cura hasta el lugar del suceso.
- Hombre. La cosa no es para tanto. Ya
verá que entre los hombres del pueblo este lugar volverá a sonreír y, usted,
también. Vamos, vamos que en mi casa le haré un buen café para que vea las
cosas con mayor claridad.
- Entonces. Usted creé que….
- Si, señor cura. Todo quedará como
antes.
**
Luam y Sebastián salen contentos de la
universidad e hacen el mismo recorrido para la vuelta a la pensión. Luam
percibe que a medida que sus pasos los alejan de aquel recinto a Sebastián
arrumba de nuevo por la melancolía. Edificios sucios son mestizaje con la
nieve y el silencio se intercambia entre
ellos. Llegan a la pensión y cada uno casi, sin despedirse, se va a su
habitación, en el comedor se verán de nuevo a la hora del almuerzo. Ese almuerzo que será especial, Luam se tiene
que despedir de sus nuevos amigos. Una
vez terminado de recoger sus objetos personales baja al comedor. Bautista y la
dueña de la pensión ya están sentados. Se extraña de que Sebastián no estuviera, pero no dice nada. Se sienta en
su sitio.
-Buenas tardes
Luam- entona Bautista con una ferviente sonrisa. Una sonrisa relacionada con lo
pasado en la mañana, como si todo se hubiera aniquilado. Está elegantemente
vestido, con un traje negro y el pelo hacía atrás por la gomina.
-Buenas tardes
Luam- dice también la dueña de la pensión- ¿Cómo estas muchacha? Hoy es el día
en que partirás a ese lugar donde las estrellas en la noche son pureza
cristalina de esa cúpula celestial.
- Buenas tardes a
los dos. Sí, hoy estoy contenta. Otra vez veré esos arroyuelos de mi tierra y
el blancor puro de la nieve y , como no , a mis seres queridos. En lugar de
andar entre cemento andaré de nuevo por unas semanas, por la naturalidad de sus
pastos y de sus montes .¡Lo hecho tanto de menos…¡
- Un brindis Luam
antes de empezar a comer.
Todos levantan sus respectivas copas
hasta lo más alto e impactan suavemente. Comienzan a comer. Luam se halla algo
apagada por la ausencia de Sebastián. No está ese hombre tristón. ¿Qué le
pasará? ¿No había echo las pases con Bautista? ¿Otra vez se encontraba en el
mundo de la desdicha ¿, piensa Luam . Al acabar, como siempre, Luam sube a su
habitación, atenta de que el inquilino de al frente saliera. Pero, nada, ni
rastro de vida. Coge su equipaje y se va. Otra vez, Sebastián, está fuera de la
pensión.
- Sebastián, Sebastián. Oh, pobre
Sebastián. Pero, que haces otra vez aquí.
- Sabes pequeña. Estoy aquí sentado
porque mis sueños han sido aplastados. Luam escúchame.
Se hizo un silencio
y después Sebastián recita un poema.
El águila de mis oteros rechaza
estos nardos
Conquistados por el
lustre de mi mistral para su belleza.
El águila de mi
cuero es luna hueca
Donde el helar de
mi júbilo
Es briznar con las brasas de sus oscuridades.
Yo lo ame,
Como aquel amante
de mis juegos primaverales,
Donde el jugo de
los claveles son magia de las nieves,
Ellos renacen
cuando su candor aclimata este adormecer
Sobre su pecho de
bronce boscoso.
El, el más querido
por los timbales de mis océanos
Ahora me
desmemoriza de sus acaricias
Con esas olas
someras acosando el germinar de mi paraíso
¡El paraíso laguna
de dos aves tropicales¡
Que triste es hoy
mi oda querida amiga,
Que triste son
estas notas
Sobre casquetes incendiados.
No se si ser de
nuevo golondrina sobria
En la deidad de su
aroma
O ser espaldas de
su atuendo de azucenas,
Cuarzo de mi pureza
Y volar, volar por
el olvido.
A Luam le salen algunas lágrimas ante aquel
poema, unas lágrimas que también son acompañadas por ver a ese hombre de la
misma forma que en la mañana. Luam se aproxima a él y desenriza palabras de
ánimo.
- Vamos Sebastián.
Que tu poesía en bien hermosa y me llena de nostalgia. Una nostalgia extraña.
No me preguntes. Prefiero guárdamelo para mi el tipo de nostalgia. Levántate y
acompáñame hasta el puerto No te puedes quedar ahí amigo mío.
Sebastián la miro,
la miro con esa distancia de herido amor. Se levantó y le hablo aturdido.
- No Luam. No puedo irme y dejar aquí ese
gavilán de mis pasadizos del amor. Tal vez, de un momento a otro, su sombra
corra otra vez por mis venas y volvamos a nuestro culto al amor. Date cuenta en
la época que estamos. Todo se perdona. Yo a él lo quiero y se que él también me
quiere a mi. Ya se le pasará.
Luam comprende sus
palabras. Ella no sabe nada de ellos, de esa relación añeja. Sebastián la
convence de que aquella tempestad pasaría.
- Vale. Te dejo. Que pases unas felices
fiestas.
Entonces Sebastián
se levanta y coge su maleta.
- Qué haces Sebastián. Nada, te acompaño
al muelle.
Sebastián lleva a Luam hasta su coche y , allí
, la invita a subirse. Sebastián conduce
acelerado, como si se supiera de memoria todos los semáforos, los pasos de
peatones y los coches con los que se iba a cruzar. Los sudores de Luam son
desesperantes, no había visto conducir a nadie tan rápido pero, menos mal,
pronto, llegan al muelle.
**
Anne y Gueda sorben de esa infusión como
estimulante de la vida ¡La vida¡ Esa que nos retuerce y nos hace andar de
nuevo. La anciana está encantada, en sus ojillos se vislumbra una brisa de
felicidad.
- ¿Cómo estará esa
hija mía?- los pensamientos de Anne se alinea en alta voz. Una voz que suena a
nostalgia.
- Suerte tienes tú,
querida mía. El mío bajo tierra no podrá nunca abrazarme. ¡Abrazarme¡ Oh , su
calor , su aroma…- suspira la anciana – Mi jubilo de cuando lo veía para atrás
y para delante es ahora hojarasca. Soy mujer invierno, este invierno que ahora
nos azota y con el puedo escuchar la profundidad de su voces. Le escucho decir
cuentos, aquellos cuentos que yo le contaba cuando era pequeño y yo le
respondo. Como era el final madre. Anda cuéntame el final y, yo, se lo cuento.
Aquí en mi intimidad, en mi soledad. ¡Mi hijo¡ Un llanto sale de mi alma, un
llanto que nadie comprende.
Anne ante aquellas palabras se siente
arrepentida por el error que ha cometido. No tuvo que nombrar a su hija. La
anciana suspira. La anciana llora por dentro. Se hace un silenció súbito que
incomoda a Anne.
- Lo siento. Siento haber sido navaja
que toca las heridas que posees. Quizás, no tenía que haber dicho nada. ¡Me
culpo¡ De haber tenido un mal comportamiento ante tu hospitalidad. Es
imperdonable para mí.
- No. Tú no has tenido la culpa. No te
atormentes por haberme motivado algún recuerdo. Yo siempre lo recuerdo. Ahora,
lo que siento, es paz y sosiego. Esta pena que llevo en mi interior me lleva a
ello.
- Bueno, nos tenemos que ir- dice con
cierta tristeza Anne.
Mientras ellas desatan el caballo la anciana
les narra una historia que implica su vida.
- Sabéis mujeres.
Existió una vez un pueblo. Un pueblo frondoso. Donde sus montes eran esplendor
con el cotidiano fluir del río y la lluvia. Donde la siembra era paisaje bello
para aquellos que vivían en lugar. Siempre tan
exuberante. Siempre subsistencia a sus vidas, a la felicidad de aquellos
lugareños. Era un lugar su vida era extática, de aguas doradas cuando el ocaso
era anuncio, de aguas cristalinas cuando esa bola de fuego era bandera ondeando
en lo más alto. Todos madrugaban. Los gallos los erguía para el continuar de
sus labores. Había que aprovechar las primeras horas de la mañana donde eran
presos de sus arados, de sus recolecciones, del ir y venir del mercado para
dejar sus mercancías. Sí, había que aprovecharse
de la fresca. Es decir, llevaban una vida placentera vinculada en ese valle que
los apartaba de la mundanal ciudad y todo lo que ella conlleva: prisas, horas
marcadas, contaminación. Allí, no se conocía a algún lugareño que llevara
reloj. Pero llego ese día. Ese día en
que la sequía se fue tragando sueño por sueño. Pereciendo cada parcela,
marchitándose todo. El río, no quiso entonces ser más nutriente de aquellas
tierras, de aquellas gentes. El también
se estaba secando. Tanto, que fue pesadumbre de su trinar diario al no sentir
el agua de la vida sobre su cuerpo.
Entonces, decidme muchachas, que hacer cuando aquello es felicidad de
vuestras vida, se pierde. Podían irse. Pero, ¿a dónde? No tenían a donde ir y
además estaban muy arraigados aquella tierra.
Por ello, un día, todo aquella gente se reunieron en ese lugar donde el
río tenía gemido más grave. Comenzaron a excavar. A excavar el río con el gran amor que sentían. Quería que él
también fuera sepultura de ellos. El río al notar aquello les hablo “Gracias
amigos míos. Gracias por cavar en mí vuestra sepultura. Pero yo no quiero ser
fosa común. Queréis morir conmigo. Pero, yo, aún no he muerto, aún soy sol de
vuestro fruto, aún soy vena que a través de la luna llena correteará por vuestros campos. Esperar que ella llegue. Ya veréis que de mí
corazón latirá de nuevo y seré agua de vuestras acequias para que riegue
vuestras tierras. No os enterréis. Esperar, esperar el despertar de la luna.”.
Todos se quedaron quietos, inmóviles ante las palabras del río pero, después,
continuaron, querían terminar aquella tumba que llamaban la gruta del río.
La anciana acaba ahí el cuento, tal vez,
porque ella se siente así por la pérdida de sus seres queridos. Anne no se
queda conforme, antes de partir con Gueda quiere saber el final.
- Y que paso. Se
enterraron vivos ellos.
La anciana se quedó
pensativa en si le contesta pero, al final, sigue narrando.
- No. No murieron por poco. Cuando ya
estaban dentro de aquella gruta de las paredes comenzó a salir agua. Agua que
parecía un milagro para aquellas gentes que ya estaban casi deterioradas,
muriéndose de hambre y sed. Con sus pocas fuerzas se levantaron y salieron a
fuera. Comprobaron que tal como les había dicho el río llovería en noche de
luna llena. Adiós chicas. Que tengáis buen viaje.
Se despiden con un
fuerte abrazo, un abrazo que acaricia la gran amistad, la complicidad. Toman al
caballo de las riendas y comienzan a
descender. Todo aquel paraje con las luces del día goza de un gran esplendor,
de silencio, la mezcolanza entre lo
verde y el puro alba de la nieve con algún pájaro de la cumbre revoloteando al
ritmo de sus pasos.
– Hoy me siento mejor ....- dice Gueda en
su descenso.
El pájaro de la cumbre las acompaña hasta ese
lugar donde los pinares se extinguen y pasan a un boscaje más tupido. Otra
naturaleza fundiéndose con viñatigos y verodes que hacen desaparecer la pinocha
tapada por ese manto blanquecino.
En ese instante, allá, en el pueblo, todos
rápidamente se han levantado al sentir el grito de la campana de la iglesia. Ya
la iglesia está siendo reparada bajo la batuta del cura. El médico, aunque,
aquella situación era delicada, piensa en su amada. No la había visto y le era
raro que no hubiese acudido al pueblo con la llamada de las campanas. Sabía que hoy tienen que recoger a
su hija pero el quiere verla antes íntimamente.” ¿Cómo estará Anne? Hace un día
que no la veo y mi corazón parece que muere. Por qué yo. Siempre yo, tengo
hacerme cargo de lo que ocurra en este pueblo”, pensaba él. Mientras las horas
pasan, se halla más desesperado, más caótico ante las órdenes del cura por lo
que coge un martillo y comienza a trabajar con los demás.
**
Liam con el dilema de porque habrán
sonado las campanas más aquella boda que quiere la profesora se dirige a su
casa. ¡Como se lo dirá a su padre¡, que pensará de ese enlace tan precoz con
una mujer mucho más mayor que él . Tiene miedo pero al mismo instante desea
destapar ese amor oculto.
- Hola padre- dice
Liam cuando entra en su casa.
- Que pasa hijo.
Hoy llegas más tarde de lo normal. No se. No se. De la fuente de tus ojos se
mana un misterio. Dime, ¿qué es lo que te pasa?
Liam se acerca a su padre. El se halla
junto a su madre por lo que coge un banco para sentarse frente ellos. Comienza
a respirar hondo. Se hacen unos instantes de silencio para después arrojar todo
lo que tiene tramado en su mente.
- Padre, en la
primavera me voy a casar. Si, en esa estación cuando la nieve se retira y de
nuevo renacerán las flores y las aves.
El padre al principio no entiende lo
que su hijo dice. Se levanta y le da la espalda apoyando sus manos contra la
pared.
- Casarte. ¿Has
dicho casarte, no? Con quien. Tal vez, con la profesora. ¡Es ella¡ Dímelo,
porque Luam no puede ser.- su voz es dolida, no entiende la relación de su hijo
con aquella mujer.
-Si padre. Es con
ella. Yo la quiero. Me ha enseñado el por qué somos hombres, el por qué somos
felices por poca cosa. Si la felicidad. Me siento feliz. Ella es mi amor. A lo
mejor para ti es duro pensar en ello porque ella es mayor que yo y aparte de
ello de un nivel cultural y social más alto. Pero, ella, es tan humilde, tan
sencilla, tan sincera que con ella he aprendido lo que sientes tú por madre.
Por ello, me debes comprender a mí.
El padre se vuelve y se acerca a él. Pone sus
manos en sus hombros.
- Pero hijo. ¡Hijo¡ ¡Qué dirán las
gentes del pueblo¡ Casarte con una desconocida.
- Que más da las gentes del pueblo. Al
principio hablarán después se olvidarán. Aquí lo que importa es mi gran amor
por ella, su gran amor ella por mi. Borra de tu mente todo lo que está
transcurriendo en estos momentos.
- Somos tan pobres hijo…
- Y que más da padre. No impidas la
unión por esas estupideces. En el amor no se mira el dinero.
El padre se aparta del hijo y se acerca a
su mujer. La coge por la barbilla y en baja voz comienza a hablarle.
- Mira querida mía,
la pasión de tu hijo. Observa su amor. Un amor extravagante para las gentes de
esta tierra. ¿Qué opinas? Tal vez, tú no lo esperabas igual que yo. Pero, ya
vez, es vertical en su opción.
- ¿Qué opinas
padre? Padre. Padre.
- Si, ya te escucho
hijo. Solo quería saber si con tu noticia daba alguna señal de despertar. Pero
no, aun sigue así. Me siento viejo. Me siento cansado. Has lo que quieras. Yo
no soy quien para opinar sobre tu mañana, ya eres mayor de edad.
- Lo siento padre.
Lo siento. Pero es el amor. Verás que todo saldrá bien y todo en esta familia
cambiará.
- Iré hablar con el
señor cura. Por cierto hoy han sonado las campanas de manera extraña, así me
entero de lo sucedido. Quédate con tu madre.
El padre coge su chaqueta de lana y se va.
Le parece raro que todo estuviera desierto a medida que avanza hacia el pueblo.
Incluso, en las calles, no se ve a
nadie. De pronto descubre el eco de los martillazos y montón de gente
congregada en la plaza del pueblo. Comprende a lo lejos que hoy no podría
hablar con el señor cura pero, de todas maneras, se acerca para ver lo que
pasa.
**
Cansadas y extasiadas llegan Anne y
Gueda. Tan agotadas de fuerzas que lo primero que hacen es ir a beber agua y
dejar al caballo descansar en la cuadra.
- Vaya día. Vaya
día Gueda. Y todavía tengo que ir a buscar a Luam. ¿Cómo andará mi pequeño
gorrión? Siento tantas ganas de verla. Pero me extraña, no he visto señales de
vida del doctor y se suponía que ya tenía que estar aquí para que me lleve.
Menos mal que la chimenea mantiene la
casa caliente. Se quitan las ropas y se duchan. Tranquilamente mientras esperan
la llegada del médico comen algo, algo con que rellenar sus estómagos vacíos.
**
El médico cuando pudo y ve que el cura
está entregado totalmente a la obra se escabulle sin que nadie lo vea. No puede
faltar a la cita con Anne. Anne a la que ama tanto, con la que pierde la noción
del tiempo inmerso en sus pensamientos. Arranca el motor, con el ruido que hay
nadie se enteraría. Toma dirección a casa de Anne que hoy le costará llegar por
la nieve aunque el camino lo hubiesen limpiado. Un monumento natural va introduciéndose en el a igual que las
prisas por llegar a casa de ella. Ese blancor sereno, los rayos solares que da
la fuerza de continuar, ese amor que le espera.
Anne lo avista desde la ventana.
- ¡Allí llega¡- da un grito de
alegría.- Allí llega. Ese amante mío. Ese hombre que forja de luz mis horas de
soledad. Ese hombre cuyas palabras son recuerdo en mi memoria. ¡Lo quiero
tanto¡ Que no se lo que haría sin él. Tú, quizás, aun no me comprendas.
- No Anne. Yo no seré más amor. No seré
más ese salón rojo donde los latidos de los corazones anuncian la acaricia de
los enamorados, el calor de dos cuerpos que al unísono se aman.
**
Sebastián antes de
llevar a Luam a la zona de embarque para en el mercado que está situado en el
mismo muelle. Es un mercado antiquísimo, del comienzo de la ciudad. Invita a
Luam a bajarse para ojearlo por unos momentos.
- Vamos Luam. Quiero que veas lo más
bello de esta ciudad.
Luam se baja del coche junto
Sebastián y comienzan a caminar por aquel apartado lugar de la ciudad. Se meten
en el mercado donde la diversidad de las flores le da cierto encanto personal.
- Bueno, Luam. Esto es lo que más me
gusta de este mercado. Sus flores, vienen de todas partes del mundo.
Inesperadamente Sebastián desaparece
mientras Luam nutre a sus ojos con esas preciosidades. Luam al principio se
preocupa, quedarse allí sola, desorientada pero después se dice, se habrá ido a
los servicios. Al rato siente algo a su
espalda, ya con el aroma que insufla sabe que es Sebastián. Al volverse recibe
una gran sorpresa.
– Mira Luam. Son
para ti.
-Es para mí
Sebastián , es para mí .Oh, gracias.
Sebastián junto al ramo de flores
es pincelada minuciosa de un beso para Luam. Luam se emociona, se sonroja,
salta de la gran alegría que le había dado.
-¿Por qué
Sebastián?
Sebastián a su pregunta le recita un poema en
voz alta.
¿Por que las gaviotas se rinden en las espumas
de la luna ¿
Será porque la
amistad es acoplar de sus sentimientos
Cuando uno se
pierde en las jornadas
Donde la cristalina
mirada olivino del amante no contesta.
Tú eres mi amiga,
cedro silencioso de mástil derrotado soy yo
Y, en ti, encuentro
esa parte de él en mi andar por una pradera abisal
Donde solo me
hallo. Solo predico mi agonía, mi desesperanza
Hasta el relucir de
unos ríos de flores
Donde yo soy orilla
ahora de ti.
Tú, eres como las
flores sin ser amante.
No puedo ser
acaricia de tus mejillas
Porque como pétalo frágil
derruiría tu pureza,
Seríamos hurto de
la realidad de nuestros sueños,
Destrozaría la
razón de mi libertad.
Pero, como flor, te puedo respirar e
inspirar
Esa balada de la
angustia delicia de la paz.
**
El padre de Liam llega a su casa
después de esa imposibilidad de hablar con el cura. Allí se encuentra su hijo
atendiendo a su madre, dándole de comer.
- ¿Qué paso padre? Has hablado con el
señor cura.
- No hijo. Ha ocurrido un accidente en el
pueblo.
- ¡Un accidente¡
- No te alarmes Liam. Ha sido la iglesia.
Tal vez, deberías ir a ayudar. Yo me quedaré con tu madre.
- No puedo padre. Prometí a Anne y al
doctor que iría con ellos a buscar a Luam.
- Esta bien hijo. Entonces, habéis
quedado como buenos amigos.
- Si, padre.
- Puedes tú seguir atendiendo a madre. Yo
me tengo que preparar.
- Desde luego.
**
Anne sale a la
puerta. Desde el coche el doctor la saluda. A Anne el corazón parece que va
salírsele del pecho.
-
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