UMBERTO ECO ¿UN EXAGERADO SERIAL?
FERNANDO BUEN ABAD
Ondas cortas y largas del fascismo infiltrado en
las democracias.
Para el ritmo con
que los laboratorios de guerra psicológica pergeñan sus “matrices ideológicas”,
la conferencia que Umberto Eco impartió en
1995 –en el simposio de la Universidad de Columbia- parece cosa de hoy
porque el tema posee el don de la vigencia, la ubicuidad y la advertencia:
“Contra el Fascismo”. Eco sabía muy bien de qué hablaba porque fue amamantado
por las “vías lácteas” del primer fascismo, del originario, del que nutrió
¡esmeradamente! a las juventudes de su tiempo (y del actual). Dicen algunos que
exageraba.
Eco puso interés
especial en explicar, y explicarse, el concepto de “fascismo”, en su amplitud y
en su profundidad, para no dejarlo escapar y ser capaz de alertar sobre los mil
disfraces desarrollados para proyectarse hacia el futuro y camuflar esa fase de
la ideología de la clase dominante que expresa, en simultáneo, el miedo burgués
sí pero con altanería criminal. Intolerancia y odio disfrazado de pensamiento
civilizatorio para seres “superiores”. Un modelo ideológico opresor, de “nuevo
cuño” capaz de actualizarse permanentemente sin dejar de ser “tradición añeja”
y fatalidad represora. Modelo opresor con muchos rostros (y nombres) en una
misma “sustancia” inmutable. Y, por si fuese poco, con ribetes internacionales
pero sin perder sus bucles locales.
Eco, dicen algunos
que exagerando, se propuso desnudar la estructura íntima del fascismo y sus
clones. Le dio por llamarlo “uro-fascismo”, es decir el fascismo eterno.
Construyó una especie de “casa de los espejos” culturales aprovechando su
reflejo sobre la realidad en categorías tales como: 1) el culto a la tradición
y la pesquisa de una hipotética verdad primitiva; 2) la negación de la
modernidad y del racionalismo; 3) el empirismo dogmático; 4) la satanización
del pensamiento crítico; 5) el repudio a la diferencia; 6) el chauvinismo y la
xenofobia; 7) la lógica de la persecución permanente; 8) el desprecio por la
debilidad; 9) el amor por el machismo... y algunas otras mónadas más, coronadas
por la idea de que el fascismo ha de tener la habilidad para desarrollarse
permanente, para adaptarse a “los tiempos” y travestirse en la semántica, en
las formas y en las interrelaciones sociales como un baluarte histórico capaz
de poseer, no un uniforme único sino todos los que convenga para la ocasión.
Umberto Eco, al
poner interés enfático en el aspecto moral, ideológico y psicológico del
fascismo parece no haber leído a Trotsky que explicó con antelación admirable
la base económica, material y concreta del fascismo, en su pachanga
desmoralizadora y saqueadora contra la clase trabajadora, de los sectores
proletarios y pequeño-burgueses. Algunos de ellos fieles seguidores del
fascismo especialmente acarreados por sus burocracias dirigentes. Hasta la
fecha. En un lugar primerísimo el fascismo italiano. Poco interés parece tener
para Eco interrogar las virtudes guerreras de los pueblos contra el fascismo, él remarcó que lo esencial
radicaba en su “sentido”, como si se tratase principalmente de un problema
moral pero incluso, en esta especie de memoria edulcorada contra el fascismo,
parece haber una contradicción cuyo resultado deriva en debilitar la democracia
para beneplácito de los fascistas más nuevos. Sin exagerar.
Pero lo realmente
valioso, acaso, en el texto de Eco, radica en su alerta contra la vigencia del
fascismo y su multiplicidad de disfraces inoculados en las cabeza de todo
mundo, por más que cierto pudor esté dispuesto a rechazarlo y repudiarlo. En el
texto “Contra el fascismo”, Eco alcanza a destacar las voces que llaman a
combatir permanentemente al fascismo. No explica un método único más allá de
cierta semiótica, pero abre espacio para recordar, por ejemplo, la propuesta de
Trotsky de combatir al fascismo desde un frente único de los trabajadores
convocando a millones de personas dispuestas a desnudar al “uro-fascismo” y a
la mayor cantidad de sus “mutaciones” invisibles en la vida cotidiana. Y es que
en la práctica, millones de personas hoy están dispuestos, por ejemplo, a votar
por el fascismo en las urnas sin importar la realidad que los asfixia, llevados
por un “síndrome de Estocolmo” electoral y sintiendo cierto placer morboso por
ejercer el voto con irresponsabilidad desinformada. Sólo porque es una moda de
los “medios”. ¿Estamos exagerando?
En la democracia
burguesa, secuestrada por las agencias publicitarias y las empresas
encuestadoras, se rinde culto a un conjunto complejo de destellos fascistas que
comienzan por reducirlo todo a la “simpatía” de la mercancía llamada candidato.
Han hecho de las mentiras un atractivo bumerang que permite prometer las más
descabelladas e improbables tareas de “gestión gubernamental” a sabiendas de
que harán exactamente lo contrario. O que harán nada. En algunos procesos
electorales (Brasil, Argentina, España, Italia, USA, Colombia…) dominadas por
el despotismo o fanatismo, se coagula estentóreamente una nebulosa fascista
impúdica donde, los candidatos o candidatas, adoran la tecnología para hacerse
“populares” ante las masas, mientras recitan, con orgullo amnésico, carretadas
de logros empresariales en los que la vida se protagoniza como en un capítulo
de reality-show.
Hablan de libertad
de palabra, de prensa, de asociación política sólo para perseguirlas y
condenarlas. El Uro-Fascismo nos rodea, a veces con trajes de civil y con las
apariencias más diversas camufladas como entretenimientos inocentes. Nuestro
deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas
“nuevas”, cada día, en cada lugar del mundo. Así sea entre líneas de canciones,
en fotos de paisajes, en oraciones o en tele-series. Así sea en el peinado y en
el vestuario, en las teorías y en los métodos científicos, en los horóscopos o
en las noticias deportivas. Así sea en los tatuajes, en refranes familiares, en
los libros para la juventud o para la infancia… así sea en las “historias de
amor” o en los “buenos propósitos”. Hay que leer el texto de Eco, así sea sólo
para constatar cuánto de sus dichos están exagerando los hechos. Sin exagerar.
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