A contracorriente
CHINA, DEL COMUNISMO AL FASCISMO
Enrique
Arias Vega
Los politólogos andan preocupados ante nuevas formas de autoritarismo
occidental, desde Trump en Estados
Unidos hasta Orban o Salvini en Europa. Callan como muertos,
en cambio, ante el capitalismo salvaje de China, ante la transmutación ante sus
ojos de un régimen comunista en otro fascista, sin necesidad para ello de
modificar su nomenclatura.
No sé qué pensarían Mao y sus colegas si levantaran la
cabeza, tan obsesionados con el igualitarismo social al coste de miles y miles
de cadáveres. A lo mejor, a ellos, tan pragmáticos, no se les caía la cara de
vergüenza, por aquello que dijo en 1985 Den
Xiaoping, autor del cambio de chaqueta: “Gato blanco, gato negro, poco importa si caza ratones”.
De haberlo dicho menos de 20 años
antes, durante la omnipresente revolución
cultural, habría sido enviado a un campo de reeducación, donde los trabajos
forzados y las torturas habrían tratado de corregir semejantes pensamientos burgueses. No se puede
negar, pues, que el régimen chino sea práctico y funcional, pudiendo parodiar a
Grucho Marx y su famosa frase: “Estos son mis principios, si no le gustan,
tengo otros”.
Los de ahora se parecen más a los de Mussolini y Hitler que a los de Lenin,
sin inferir cuál es peor. El perenne partido único se sigue llamando comunista,
pero en vez de a la igualdad está al servicio del Estado, en el que coexisten
clases sociales, de una riqueza intolerable unas y de una miseria abyecta las
más, sin una legislación social que las ampare. A su sombra, sin necesidad de
guerras clásicas, la que será la próxima potencia mundial ya ha extendido su
imperio sobre los recursos de África y lleva camino de hacerlo sobre los de Latinoamérica,
recibiendo, en vez de la hostilidad de las democracias, sus parabienes y hasta
su envidia.
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