LA CORRUPCIÓN DEJA A ESPAÑA
EN LOS HUESOS
DAVID BOLLERO
La corrupción empobrece a
España. - Pixabay
La ONG Transparencia Internacional nos vuelve a sacar los colores. Aunque el CIS eliminara la pregunta explícita sobre la corrupción en 2020, lo cierto es que la percepción al respecto empeora. Por segundo año consecutivo caemos un punto en el ranking de la ONG; no es mucho, cierto, pero como precisan los expertos, lo realmente preocupante es la tendencia negativa, alzándose como "clara señal de riesgo y peligro de seguir descendiendo".
Si se repasa el
CIS, se puede deducir que la preocupación de los españoles y españolas por la
corrupción está muy lejos de los máximos históricos vividos durante el Gobierno
de Mariano Rajoy. Sin embargo, en el estudio que realiza Transparencia
Internacional, España se mueve en la liga de países como Botswana, Cabo Verde y
San Vicente y las Granadinas, ocupando el puesto 35 de 180 países. Si nos
circunscribimos a la Unión Europea, resulta desolador ver que ocupamos el
puesto 14 de los 27 estados miembros, por debajo de países como Portugal o
Lituania.
La noticia no es
casual y se produce apenas un mes después de que la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) le pegara un buen tirón de orejas
a España por su bajo resultado en la lucha contra los sobornos a funcionarios
extranjeros, instando a nuestro país a regular con urgencia la protección de
los denunciantes y a ampliar el periodo de prescripción más allá de cinco años.
Son síntomas que revelan
una enfermedad que se ha comido la masa muscular de España, la riqueza que con
tanto esfuerzo genera la clase obrera -y no sólo el empresariado, como quiere
hacer ver interesadamente algún lumbreras-. Nos deja en los huesos. Allá donde
miremos, los síntomas aparecen: el mismo día que caemos por segundo año en la
percepción de la corrupción, se celebra el juicio por una pieza de la trama
Gürtel que juzga hechos producidos en 2009. El juicio en el que el expresidente
valenciano Francisco Camps perdió los nervios, llamando a gritos "hijo de
puta" a Francisco Correa por haberle señalado como pieza clave de la
trama, puede utilizarse como radiografía de una práctica mucho más habitual de
lo que pueda parecer.
La corrupción se ha
instalado de manera absolutamente transversal en todos los niveles de la
Administración Pública de las más variopintas formas, con sobres bajo cuerda,
comisiones, enchufes, particiones de contratos, adjudicaciones a dedo...
Incluso en los niveles más bajos de la Administración, como son los
ayuntamientos, el tufo a corrupción lo inunda todo. Quienes nos movemos en esa órbita municipal asistimos
con tristeza al modo en que se ha normalizado esa corrupción.
Desde el punto de
vista de la oposición, poco o nada se hace por combatir esta lacra, a pesar de
que con la información a la que tiene acceso sería relativamente sencillo
probar cómo se asignan plazas de policía local de manera arbitraria, se
conceden subvenciones públicas sin convocatoria ni publicidad o se escapa a
chorros el dinero público en adjudicaciones públicas a dedo. Esa pasividad de
quienes están en primera línea termina por contagiarse a la sociedad,
generalizando con el mantra de "todos son iguales" y obviando a la
otra parte de la corrupción: el empresariado.
Quienes miran para
otro lado, quienes en sus campañas electorales no hacen balance de sus acciones
contra la corrupción y no incluyen una batería de medidas para acabar con ella
no contribuyen a mejorar nuestra higiene democrática. Mirar de frente a quien
normaliza la corrupción es casi tan importante como mirar a los ojos al
corrupto y, entonces, valorar si nuestro voto es digno de alguno de ellos.
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