FUTESA
VACUIDAD
Cuento de
LA
DESERCIÓN
Fragmento
José
Rivero Vivas
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José Rivero Vivas
LA DESERCIÓN – Obra: C.03
(a.03) – Cuento
–
Ilustración de la
cubierta: Cinco bañistas en el mar
Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.
Berlin, Brücke-Museum.
(ISBN: 978-84-18902- 36-9) – D. L.:TF 219-2022 –
Ediciones IDEA, Islas Canarias. (Año 2022)
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José
Rivero Vivas
FUTESA
VACUIDAD
Cuento de
LA
DESERCIÓN
(Fragmento: Págs. 73 -77)
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La habitación
está a obscuras. Es habitual en mí desde aquella vez que mis ojos fueron
heridos por el ramalazo de fuego que casi me ciega. Ha transcurrido mucho
tiempo desde entonces. O poco, no sé. Ocurrió no sé cuándo. Lo recuerdo con
frecuencia, pero pierdo detalles de lo sucedido. Ignoro si fue aparición o si
se trataba de horrísona tormenta. No sé. Una especie de rayo luminoso atravesó
la ventana y se introdujo en el cuarto, que estaba sin luz, porque dormía, o
quizá no durmiera. De cualquier modo, no puedo precisar qué pasó; sólo sé que
percibí cierta sensación que, por la clara luminosidad que desprendía, me dejó
trastornado.
Soy un extraño
en mí mismo. Las cosas me acaecen, las vivo, las olvido, y acabo por no saber
si pertenecen a la realidad o al sueño. Más tarde las recuerdo, pero las
confundo: quedan tan borrosas en mi mente, que no soy capaz de distinguir entre
ellas ni definir su propia naturaleza; de aquí la razón de que no recuerde lo
acontecido aquella vez que casi me ciega el extraño fogonazo que entró por mi
ventana.
Estaba acostado
en la cama, haciendo por dormir, que no dormía, no sé por qué; miles de
presagios rondaban mi cabeza, como si barruntaran los sucesos de más tarde. Me
hallaba intranquilo, nervioso, desazonado y fláccido. De pronto, un haz
luminoso se internó en la habitación, a obscuras, cual ahora mismo, y aparecía
negra como la noche en torno. No soy miedoso, ni tampoco entonces me imponía el
silencio, por más que estuviera impresionado por la fulgente aureola que acababa
de entrar. Era un resplandor precioso, mágico fanal que iluminaba la parte
tenebrosa de mi vivienda. Sabía que los espíritus, duendes o trasgos,
merodeaban en mi derredor a la busca de mi salud, aunque no podía imaginar el
móvil de su deseo. Acaso fuera que, al retirárseme la creencia, o la fe, o mi
sentido religioso, ellos se entrometían en mi vida con pretensión de ganarme
para su causa. ¡Qué memos!... ¡Je!... Si no fuera porque hay cosas que uno
soporta porque sí, diría... Bueno, no iba a decir nada. ¿Para qué?
En ese instante
me encontraba adormilado, y aquel brillo cegador puso desconcierto en mi
armoniosa tranquilidad. De momento no me preocupó el íntimo desarreglo. Luego,
observando que la iluminación aumentaba e inundaba la estancia, decidí investigar
su origen y averiguar el motivo de haber sido destinada a mi casa.
*
La habitación
estaba a obscuras, como siempre, desde aquella fecha memorable para mí. Si el
fuego no hubiese irrumpido en mis dominios, tal vez ahora me encontrara
adormecido en mi abulia y mi indolencia. Pero, llegó la lengua ardiente, de
llama impresionante, del mismo infierno, que no de otro lugar podía proceder.
Era una masa informe, gigantesca, descomunal. ¡Qué bola, madre mía! Era como la
del mundo, y más grande todavía. Tremenda. Ardía por todas partes, y sin echar
humo además. Brillaba de puro roja. Una brasa enorme. Un sol, se diría, que
entraba por mi ventana para derretirme y convertirme en nada.
Estaba tumbado
en la cama, en este reducido apartamento del piso catorce de la torre alta,
junto a Kilburn High Road. Por pereza continué acostado, desdeñando investigar
la causa que originaba aquella aureola extraordinaria de fascinante
luminosidad. Supuse que Teresa venía a visitarme envuelta en llamas para
sentirse inmune al contacto brutal de mis manos asesinas. La nostalgia de su
ausencia me aportaba el amargo recuerdo de su truncada existencia; por eso vino
a mí su memoria, o quién sabe lo que vendría dentro de aquella bola sin igual.
No tuve miedo
ninguno de aquel fuego, que no fue más que señal de lo que un día habrá de
acontecer. Aquella tarde, desde la cual no ha transcurrido tanto tiempo...
Aunque, no sé, tal vez haya sido esta noche pasada. Quién sabe. No logro
asociar mis ideas y los recuerdos bailan delante de mí; mas, no consigo
atraparlos, como quisiera, y se burlan de mi malicia y mi simpleza. Trato de
evitarlo, y no hallo el remedio; de aquí que... Bueno. Al diablo con todo.
Tampoco ahora tengo miedo del fuego. Puede venir, si quiere, que no le temo.
Por eso río de lo acontecido... Tal vez no río, por motivo de dubitación; pero,
no tengo miedo de real o fantasmal suceso.
*
Hasta ahora es
Teresa la única mujer que me ha llenado hasta el punto de hacerme feliz. Estuvo
en mí, presente y ausente, varios meses, largo tiempo quizá, colmando mis
ansias de satisfacción contenida. Nos conocimos en el West London Hospital,
orillas de Hammersmith Broadway. Vino de Portugal a trabajar en Inglaterra,
como yo mismo lo hice desde España; el hecho de coincidir en el pequeño
hospital nos dio la oportunidad de encontrarnos, entablar nuestra relación y
amarnos hasta el final. Pero, Teresa no fue mujer lo suficientemente ardorosa
como para complacer el hambre de amor que yo sentía, y que no sólo con su
cuerpo rozagante podía ser saciada en toda su intensidad. Un día se lo
manifesté, y se enfadó. Quedé extrañado, porque no la supuse con tanto deseo de
ser reconocida en amplia polivalencia. Me encogí de hombros, le di un cachete y
le dije:
-Teresa, tú y yo
somos distintos. La fiebre que me posee no vas a ser capaz de mitigarla. Anda,
ve a tu amparo y escoge otro de tu libre albedrío. No soy yo hombre para
uniones prolongadas. Comprende que, las almas, los espíritus..., lo que fuere;
pero comprende, Teresa...
Ella se
encontraba ya en la cumbre de su histerismo, mordiendo trapos, rompiendo
objetos y conteniéndose para no lanzármelos a la cara.
-¡Quieta,
condenada!
Mas, Teresa no
era ya Teresa, sino una furia, un huracán, una locura desatada que pretendía
desbancarme a mí de mis convicciones y mis principios. No agredí yo; no hice
más que defenderme, que a poco me mata, y la maté. Sí, sí; la maté: la
estrangulé con mis propias manos, con estas manos que ahora mismo me miro y me
causan repulsa, espanto y horror, a pesar de que son mías.
La maté por una
futesa, que ambos hicimos cuestión de honor. Qué tontos. Hoy me río. Qué
estupidez la nuestra. No era tanta la gravedad del problema como para quitarle
la vida sin más. Sobre todo, que la maté como se mata un bicho cualquiera, sin
tener compasión de ella, de sus lamentos, de su llanto y sus quejas, pidiendo
clemencia. Yo, nada, cruel en mi juicio, la había sentenciado; luego,
insensible al dolor, como verdugo en su empleo, la ajusticié, cara a ella, sin
cubrirme ni nada, mostrándole el odio y aborrecimiento de aquel instante. Le
cogí el cuello, con ambas manos, y apreté con saña, hasta que cayó tronchada
sobre la áspera alfombra. Pobre muchacha.
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José
Rivero Vivas
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Cuento de
LA
DESERCIÓN
(Fragmento: Págs. 73 -77)
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José Rivero Vivas
LA
DESERCIÓN – Obra: C.03 (a.03) – Cuento –
Ilustración de la cubierta: Cinco bañistas en el mar
Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.
Berlin, Brücke-Museum.
(ISBN: 978-84-18902- 36-9) – D.
L.:TF 219-2022 –
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Tenerife
Islas Canarias
Febrero de 2023
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