JUECES TOREROS
JOAQUÍN URIAS
Profesor de Derecho Constitucional
Alejandro Talavante durante la tradicional corrida por el Día de la
Hispanidad, en la Plaza de Toros de Las Ventas, a 12 de octubre de 2022, en
Madrid (España). Jose Velasco / Europa Press
Que a un juez del Tribunal Supremo le gusten los toros es normal. Suelen ser señores de cierta edad y bastante conservadores. Al fin y al cabo, no se les nombra por sus méritos sino por decisión discrecional de un órgano controlado siempre por el Partido Popular. Así que la mayoría encaja con el perfil de aficionado a la tauromaquia. Algunos son de ver las corridas desde el burladero fumándose un puro, como los magistrados del Constitucional contrarios al estatut de Cataluña. En fin, es algo previsible y respetable. Cada uno es libre de tener sus aficiones y de buscar el arte y la emoción donde prefiera. La cosa cambia si esos mismos jueces intentan forzar al resto de ciudadanos a ir también a los toros. O si imponen que se usen fondos públicos para mantener su afición. Pero eso es precisamente lo que esta pasando. La sala de lo contencioso del Tribunal Supremo acaba de dictar una sentencia alucinante que pone descarnadamente de manifiesto lo difícil que es en España gobernar en contra de la ideología de los jueces y adónde lleva la falta de contrapesos internos en el poder judicial.
El caso se refiere
al "Bono Cultural Joven" aprobado por el Gobierno el año pasado. Se
trata de una ayuda de hasta 400 euros que pueden pedir los jóvenes para
adquirir productos y servicios culturales. El decreto excluía que las ayudas se
usaran para algunas actividades culturales como la tauromaquia, la compra de
obras de arte, compra de moda, gastronomía o espectáculos deportivos y las
obras o productos calificados de pornográficos. De todas estas exclusiones,
solo se discute la de la tauromaquia, a petición de la Fundación Toro de Lidia.
La sentencia
recurre a una argumentación simple: como la ley dice que la tauromaquia es
patrimonio cultural, no hay razones para excluirla de una ayuda tan suculenta.
El Tribunal acepta que, efectivamente, la tauromaquia goza de ayudas y medidas
de fomento propias y específicas más allá del bono joven. No obstante, entiende
que, puesto que éste se dirige a las nuevas generaciones, tiene un efecto para
el futuro del que no se debería excluir a los toros. No se trata de una
motivación jurídica. Simplemente, los jueces del Supremo sustituyen el criterio
político del Gobierno sobre lo que es oportuno por el suyo propio. Creen que
sería conveniente impulsar que la juventud gaste en corridas de toros. En su
visión del mundo es importante promover la tauromaquia, y como tienen el poder
de decir la última palabra pues lo hacen.
Durante el
franquismo, los jueces del Tribunal Supremo -como explicó el profesor Bastida-
no sólo imponían las leyes sino también la moral y la ideología política del
régimen de partido único. Hoy, pasados cuarenta años, es evidente que a nuestro
máximo órgano judicial le cuesta librarse de los malos hábitos adquiridos en la
dictadura. Sus magistrados nos ilustran a diario con reconvenciones morales,
soflamas ideológicas y discursos partidistas mezcladas en las sentencias que
dictan. Ahora, además, pretenden ocupar el papel del legislador y del
gobierno... sin someterse para ello a unas elecciones.
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Quien aprueba una
oposición demuestra los conocimientos técnicos necesarios para ejercer una
profesión. Pero no adquiere ningún encargo representativo que le permita
imponer opciones políticas o ideológicas. En estos días raros no es inusual
leer en Twitter a juezas y jueces que se quejan de que las leyes están
politizadas. Como si la tarea de elegir el modelo de país y decidir su diseño y
prioridades no fuera política. La ley, en democracia, es la plasmación jurídica
de una voluntad política respaldada mayoritariamente por los españoles a través
del voto de sus representantes. Toda ley es un acto ideológico. Aunque
magistrados acostumbrados a abusar de su poder como el famoso juez Llarena no
quieran aceptarlo, no les corresponde a los jueces decidir si una conducta será
o no castigada. El código penal lo aprueba el parlamento que es quien, a partir
de su modelo político ideal, decide qué va a estar permitido o prohibido en la
sociedad. Aun así, carentes de auténtica cultura democrática, muchos de
nuestros jueces quieren hacernos pensar que las leyes son cuestiones técnicas
que deben hacer ellos... para así de camino imponernos su visión del mundo como
la única aceptable.
Igual que el
Parlamento hace las normas supremas por debajo de la Constitución, al Ejecutivo
le corresponde la dirección política de la sociedad. Con legitimación
democrática y sometido al control parlamentario, es el encargado de elegir
entre las diferentes opciones posibles, siempre respetando el marco legal. Y lo
debe hacer basándose en su exclusivo criterio político: idealmente, aplicando
la ideología con la que se presentó ante su electorado. Son los dirigentes
políticos del país los que deciden si conviene reparar antes una carretera u otra,
si el salario mínimo va a ser mayor o menor, o qué relación tenemos con
Marruecos, por poner varios ejemplos. Todas estas decisiones tienen siempre un
componente ideológico porque son la plasmación de un modelo concreto de
sociedad. La tarea de los jueces es exclusivamente que se haga en el marco y
con los procedimientos que establecen las leyes.
Sin embargo, eso no
frena a nuestro taurino Tribunal Supremo. Respecto a la tauromaquia, como otras
veces, dice que la motivación de la decisión del Gobierno es insuficiente, pero
en realidad quiere decir que no le convence y que él lo haría de otra manera.
No valora la cantidad de motivación de las condiciones del bono joven, sino su
valor persuasivo frente a quienes -como él mismo- defienden el valor estructural
de la fiesta nacional en la cultura española. Si les gustara el rap podrían
haber argumentado igualmente que no está justificado que no se invierta más en
este tipo de música... Sólo que, como bien saben Valtonyc o Pablo Hasel, a
nuestros jueces no les gusta el rap.
Detrás de esta
invasión de competencias se esconde una realidad mucha más dura que la mera
constatación de que nuestro sistema se está escorado hacia lo que Lambert
llamaba el "gobierno de los jueces". Las circunstancias históricas y
sociológicas de la judicatura española determinan ideológicamente la carrera
judicial. No es solo que los jueces impongan ilegítimamente sus creencias, sino
que estas resultan ser siempre conservadoras. Así que lo que vienen a demostrar
sentencias como esta es que los gobiernos de izquierda en España tienen muy
limitada su capacidad de introducir reformas. Si el parlamento, por ley, cambia
los requisitos del delito de malversación los jueces del Supremo van a saltarse
la ley y reinterpretarla para impedir que alcance su objetivo. Si el Gobierno
decide no subvencionar la tauromaquia entre los jóvenes, los jueces se van a
encargar de que sí lo haga. La capacidad transformadora de los partidos que
venzan las elecciones estará siempre constreñida por la acción en contra de un
Poder Judicial desmadrado más allá de cualquier división de poderes.
En efecto, o que
está destrozando la separación de poderes en nuestro país no es -como nos
quieren hacer creer-que políticos y jueces critiquen mutuamente las decisiones
de os otros en las redes sociales. La mayor amenaza contra la división de
poderes en este momento es un activismo judicial imparable.
Si los magistrados
del Supremo quieren hacer política, que se presenten a las elecciones. Si
prefieren hacer las normas a aplicarlas, que se presenten a las elecciones. Si
quieren imponernos su modo de pensar, que se presenten a las elecciones. Si
tanto les gustan las corridas -de toros al menos- que vayan a una y salten al
ruedo. Pero que dejen de usar de una vez sus poderes constitucionales para
torear a los poderes democráticos y embestirnos con sus rancias convicciones.
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