¿CÓMO DIVIDE LA DERECHA A LA IZQUIERDA?
JUAN CARLOS MONEDERO
De
traiciones y abandonos
En Canción de amor para los hombres, alguien que sería comandante de la primera hornada sandinista, Omar Cabezas, narraba el dolor infinito que le produjo la deserción del más cercano de sus compañeros. Un par de días después de un cruce con la guardia somocista, donde estuvieron ambos, espalda con espalda, a punto de perder la vida por centímetros, escondidos entre la maleza en la noche mientras los soldados armados punteaban palmo a palmo el lugar, tras uno de esos momentos donde la vida pasa por delante con la velocidad de un desenlace, el que había contenido la respiración en la noche, el que tenía preparado el fusil para disparar si descubrían a su compañero, el mejor de sus mejores amigos, partió para una misión rutinaria. Abandonó el campamento, se despidió hasta dentro de tres días, Omar le colocó bien la mochila y su camarada abandonó una vez más el campamento recibiendo el más afectuoso de los abrazos porque en cada misión, incluidas las acostumbradas, la vida peligraba. Pero fue la última: nunca más volvió.
En un primer
momento, gobernó el dolor de que lo hubieran detenido. Sabían que eso implicaba
torturas, ensañamiento y, con bastante probabilidad, el fusilamiento. Las
dictaduras, aunque luego se nos olvide, las gastan así. Pronto entendieron que no, que no había caído
preso, porque esas noticias siempre se sabían mas temprano que tarde. El
compañero que, respiración con respiración, se había jugado contigo la vida
luchando contra la dictadura de Somoza, había dejado la lucha.
En otras ocasiones
las deserciones son aún más duras. El Comandante Cero, Edén Pastora, terminaría uniéndose a la Contra nicaragüense
y a los Estados Unidos de Reagan. En El Salvador, Joaquín Villalobos, el
guerrillero que, apuntando maneras, ordenó el asesinato del poeta y también
guerrillero Roque Dalton, terminaría trabajando para los servicios de
inteligencia norteamericanos. Es sabido que Manuel Machado escribiría sonetos
elogiosos a Franco y Primo de Rivera aun sabiendo que su hermano, Antonio,
había muerto en el exilio perseguido por los que en verdad odian a España.
El ADN centrífugo de la izquierda
La izquierda, está
escrito en su código transformador, anda siempre separándose, pese a que el
pueblo al que quieren representar les grita con frecuencia y desesperación
"unidad, unidad, unidad". La izquierda en sus objetivos gestiona
futuros más luminosos para las mayorías, avenidas amplias que, a diferencia de lo
que le ocurre a la derecha, aún no se han concretado. Por eso dejan fácil, por
su falta de materialidad, la discusión acerca de cuál es el mejor camino para
la emancipación. La izquierda se mata con tanta frecuencia por culpa de la
táctica como de la estrategia.
Además, la
izquierda siempre ha andado perseguida por las élites, que han puesto a jueces,
policías, carceleros, guardias, generales, periodistas y obispos para mandar al
infierno, al de aquí y al de después -aunque también esté aquí-, a los que
peleaban por convertir los privilegios en derechos para todos. Eso le ha
generado con frecuencia cierta sospecha permanente de estar rodeada de
enemigos, que si bien le ha ayudado a sobrevivir en una jungla llena de
depredadores, también ha derivado en paranoias terribles donde el Gulag es un
imaginario grabado a fuego y hielo en la historia. Los campos de concentración,
que forman parte del paisaje natural de la derecha en el franquismo, en el
nazismo, en el fascismo, son en la izquierda una negación de lo que se quiere
construir.
Dos comunistas
hacen una célula, tres una escisión, cuatro una coalición... Frente de
liberación de Judea, Frente judaico de liberación, Judaicos frentistas libres,
no entiendo por qué en China solo hay un partido comunista chino y en España
cuatro partidos prochinos... las reflexiones sobre las divisiones en la
izquierda pueden ser graciosas y también trágicas, como ocurrió durante la
guerra de España entre comunistas, socialistas, anarquistas y también algunos
necios mejor o peor intencionados, con los espectáculos de Telefónica en
Barcelona, del Frente de Aragón o de la caída de Madrid. Luego hay tragedias
escondidas, como -sin querer equipararlas en gravedad- cuando la división le
dio alas a Hitler por la decisión de Moscú de equiparar a socialdemócratas y
fascistas, cuando el desencuentro permite que vuelva a ganar la derecha, como
pasó en Francia porque el Partido Socialista se negó a apoyar a Melenchon, o
como cuando la creación de un partido nuevo entre Íñigo Errejón y Manuela
Carmena solo sirvió, salvo nuevas informaciones sobre la operación inmobiliaria
de Chamartín, para que se perdiera el Ayuntamiento de Madrid, no se ganara la
Comunidad y se reforzara el monstruo de Díaz Ayuso.
Una metodología para dividir
La derecha, ayudada
por la inteligencia militar, aprendió en los años ochenta a crear un mapa de
los opositores de izquierda, más en los movimientos sociales que en los
partidos pero válido para ambos, que les ayudaba a su principal tarea:
fragmentarles. con este objetivo los dividió en Radicales (los que quieren
cambiar el sistema); los Oportunistas (que buscan visibilidad y a menudo un
empleo): los Idealistas (en la lectura reaccionaria, ingenuos, altruistas, que
siguen principios éticos y morales, son sinceros, creíbles y también crédulos);
y los Realistas (los que quieren trabajar en el seno del sistema. Gente a la
que no le interesa ningún cambio radical y son pragmáticos).
Es evidente que en
esta división lo que le corresponde al poder es perseguir, ridiculizar, acosar
y aislar a los radicales como tarea principal. Con los idealistas el trabajo
consiste en inventar contradicciones para que duden de las posiciones que
defienden, bombardeándoles con argumentos y ganando para la causa contraria a
personas que sean referentes, por lo general pagándoles del modo que sea (con
dinero, apoyos, presencia, estatus). Los oportunistas no son un problema, pues
tras un par de reuniones y dinero de por medio, los oportunistas cambian de
bando.-a menudo los oportunistas son referentes para mucha gente, religiosos,
intelectuales, gurús y gente con algún tipo de influencia-.
El gran objetivo de
la derecha son los realistas. Bajo este epígrafe estarían personas que están
dentro del bando de la izquierda a los que hay que identificar -no es complicado:
los realistas siempre quieren liderar los procesos y no es difícil señalarlos -
y a quienes tienen que ganar para que dejen solos a los radicales y a los
idealistas. Los realistas son la cuña para que la izquierda consensue sus
posiciones con el poder. Cuando los realistas están aliados con los radicales,
las fuerzas de izquierda tienen una enorme fuerza. Separados, ambos se
convierten o en inútiles o en activos de la derecha.
Es evidente que los
realistas son, por esa estrategia de la derecha, los que van a ganar espacios
en los medios de comunicación, los que van a recibir un trato de favor judicial
y policial, los que van a ser menos acosados por los cancerberos de la derecha,
quienes van a gozar de un trato en general más amable -que, por un lado, les
ayuda a ganar posiciones electorales y entre los militantes menos
radicalizados-, y por otro, les facilita
la lucha política porque confrontan menos, tienen que dar menos explicaciones,
son tolerados por el poder recibiendo el "beneficio de la duda" y
lanzan el mensaje de que puedes sentirte transformador sin pagar un precio
excesivo por estar en la izquierda.
En verdad, es
bastante probable que en la izquierda todo el mundo tenga algo de las cuatro
posiciones y que, es muy factible, sea al tiempo y dependiendo de los temas
radical, oportunista, idealista o realista. Aunque no deja de ser igualmente
cierto que esas diferentes actitudes van a generar una relación con el poder
diferente que puede terminar determinando una primacía de alguna de las cuatro
en el conjunto del comportamiento. Y que el poder va a trabajar con esa
división es ingenuo ignorarlo. Vemos que la ley del sólo sí es sí es un ejemplo
evidente de esta hipótesis, donde ser mujer u hombre, jueza, reponedora o
tertuliana, tener o no tener formación feminista, haber participado o no en las
peleas por hacer prevaler el consentimiento y el propio compromiso político
condicionará cómo se posiciona cada persona. Pero esa posibilidad de mantener
la consistencia ideológica se ve amenazada desde el propio movimiento
feminista.
¿Son inevitables las divisiones en la izquierda?
Mentiría si no
dijera que una de las cosas que más ira me produce en la política es la pelea
interna con oportunistas y realistas. La lucha con los idealistas forma parte
del ADN de un campo político donde siempre habrá gente que quiere ir más
deprisa, que quiere expresar su rabia, que hace análisis equivocados donde cree
que la situación política está más madura para el cambio de lo que está en
verdad y que siempre imagina la correlación de fuerzas con un optimismo que no
se adecúa con la realidad. De la enfermedad infantil del izquierdismo ya habló
Lenin hace cien años. Pero sería injusto no aceptar que, por lo general, se
trata de buena gente aunque yerre el análisis. Hay una izquierda que no quiere
gobernar y prefiere vivir en el incienso evangelista de sus ideas inmaculadas.
Y no siempre es malo que exista ese polo de tensión.
El oportunista y el
realista son harina de otro costal. Una de las cosas de las que no siempre se
habla es que la izquierda no está formada por superhéroes sino por gente normal
de carne y hueso, con necesidades, miedos, angustias, familias, proyectos y
esperanzas parecidos a los de los demás. Y que, por tanto, la perspectiva de
mejorar su propia vida siempre circunda la lucha. Estar en la izquierda tiene
algo de sacerdocio, pero no es lo mismo ser un militante de izquierdas que un
misionero, aunque Lorca no se cansaba de decir que para que salgan aventuras
hermosas como la II República o La Barraca, necesitamos muchos "misioneros
patológicos". Es así como te
conviertes en uno de esos imprescindibles de los que hablaba Bertolt Brecht.
Es difícil mantener
la unidad cuando la voluntad del poder es romper la unidad. Cuando los
poderosos van a dedicar todos sus recursos, que son muchos, a masacrar a los
radicales, desanimar a los idealistas, comprar a los oportunistas y ganar para
su bando a los realistas. Porque somo seres humanos y no superhéroes de la
Marvel.
Mentiría si no
dijera que la mayor tristeza en la política me la han brindado los compañeros y
compañeras que convierten la lucha un una cuestión laboral y su esfuerzo
principal está marcado por consolidar un puesto de trabajo o un reconocimiento
de las élites. El desencuentro con los que terminan en el bando de los
realistas (que a los oportunistas siempre se les ve venir de lejos), heridos
por la carga de cierta gloria y el buen sueldo que tiene la política
institucional. A los que termina pesando más que las convicciones que nos
pusieron en marcha algún interés personal, sea de gloria, dinero, trabajo o
reconocimiento por parte del poder. Creo que es humano abandonar, cansarnos,
enfadarnos. Pero nada justifica que te apoyes en los adversarios políticos para
acabar con un compañero con el cual tienes disidencias pero forma parte de tus
propias filas. Pero separados, aún más en estos tiempos de crisis neoliberal
donde es más fácil que la salida sea por la extrema derecha, ir separados es
firmar la sentencia de que nos ahorcarán juntos. Dice Wendy Brown que tener
odio de clase sin rencor de clase lleva al fascismo. Es muy previsible que el penúltimo, enfadado,
le eche la culpa al último en vez de señalar a bancos, fondos buitre, empresas
despiadadas, vendedores de armas, oligopolios de la energía o medios de
comunicación mercenarios. Difícil dilema. ¿Qué haces cuando tus compañeros no
vuelven al campamento donde estás peleando por la democracia? ¿Tienen razón
ellos apoyando, por ejemplo, operaciones inmobiliarias, guerras, beneficios de
las grandes empresas, leyes mordaza, altos precios de los alquileres, señalando
a inmigrantes o pactando con la derecha?
En momentos en
donde hace falta unidad sabemos que los oportunistas y los realistas van a
aprovechar la urgencia para promover sus posiciones. Es un momento en donde los
que tienen ira dudan entre echarse a un lado para que las cuentas salgan o
seguir porfiando para no dejar que los que tienen menos escrúpulos se salgan
con la suya. Es muy importante que los radicales tengan altas dosis de
realismo. Por eso la izquierda se la juega en si acierta en el diagnóstico. En
las encrucijadas, un paso en la dirección incorrecta te aleja miles de
kilómetros de la meta. En estos momentos en donde los radicales dudan pensando
en la unidad necesaria, son los momentos en donde los realistas se ven más
invitados a abrazar finalmente los presupuestos del poder y cuando los
oportunistas ven la ocasión de dar el salto.
Una solución nada sencilla
Quizá hay dos
grandes reflexiones que ayuden a pensar este dilema. Una, que el auge de la
derecha y de la extrema derecha siempre es la expresión de un fracaso de la
izquierda. Porque las élites no perdonan y siempre reaccionan ante la pérdida
de poder o ante la expectativa de perder el poder. Lo peor que puede hacer la
izquierda es "amagar y no dar". Y no debe olvidar que la derecha
siempre va a pensar que van "a dar". Por tanto, haga lo que haga la
izquierda, la derecha está ya dispuesta para descargar su hacha. En segundo
lugar, que cada vez que la izquierda cede a la derecha en una ley, una crítica
o la defensa de las propias posiciones, lejos de ganar alguna ventaja refuerza
el frente reaccionario. Solo se avanza cuando las élites, las oligarquías, el
poder ve enfrente solidez ideológica y de acción.
El éxito de la
izquierda no está en pretender que todos sus militantes y activistas sean
radicales, sino que haya una convivencia y diálogo entre radicales, idealistas,
realistas e incluso oportunistas (porque siempre van a existir oportunistas
también en la izquierda), donde la coherencia de los argumentos y el correcto
análisis de la correlación de fuerzas y de la construcción de imaginarios siga
permitiendo que la democracia se ensanche y cada vez más gente puede decidir su
propio destino en paz y, si puede ser, con alegría.
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