QUE SE PONGA TAMAMES
La
extrema derecha anuncia un principio de acuerdo para que Ramón Tamames, de 89
años, se presente como candidato independiente en una moción de censura.
Mientras, el mundo sigue girando.
PABLO ELORDUY
Foto de Dani Gago en la moción de censura de Vox en 2020.
La semana que el diario catalán La Directa publicó que un agente de la policía se había infiltrado en los movimientos sociales y que el Ministerio de Interior calificó la operación de “legítima y oportuna”, esa semana, el exdiputado Ramón Tamames recibió el encargo que iba a poner el corolario a su vida.
Mientras se debatía sobre la Ley de garantía integral de la libertad sexual —y debatir es una palabra que cae en la frase como una pila de botón en una sopa de ajo—, el excomunista Ramón Tamames se dejaba querer por el partido de extrema derecha Vox para encabezar una moción de censura contra el Gobierno de Pedro Sánchez. Porque él debe pensar que lo vale.
Esta semana se
ponía en marcha una próxima función, con un protagonista inopinado, salido del
guardapolvo de la historia, jubilado cinco años antes de que se popularizara el
servicio de mensajería Whatsapp. Echaba a rodar la segunda moción de censura de
la legislatura, en el tiempo de descuento, con un protagonista infectado —hace
ya años, toda su carrera, vaya— de un afán de protagonismo excesivo. Tamames,
de quien se recordará su lucha contra el franquismo y se recordará menos que
era el menos militante y el más profesional de aquellos cargos del Partido
Comunista de España que florecieron y se hundieron con Santiago Carrillo.
Tamames, al que el propio Carrillo tachaba de frívolo, a punto de cometer la
gran y última frivolidad de su carrera.
La casualidad de
encontrar a alguien dispuesto al numerito —los golpes de efecto en política
suelen acontecer cuando dos ambiciones se encuentran a la misma hora en el
mismo bulevar— permitirá a Tamames desarrollar durante dos horas, o el tiempo
que necesite porque así lo determina el reglamento del Congreso, su plan para
salvarnos de la catástrofe. Ya no hay que elegir entre tragedia y farsa,
aparecen juntas, como en una de esas ensaladas vale todo.
Así que Tamames
tendrá su momento, después de tantos años. Y volverá a sonar la melodía de la
transición pacífica, del consenso y del aparcar las diferencias
Y la sociedad lo
tendrá que aceptar e incluso poner una mueca seria. Porque la exposición de
Tamames vendrá con la habitual reprimenda de quienes “hicieron la transición” a
sus hijos (en masculino, claro) y nada como el tono de reconvención para
provocar discursos sentidos sobre la polarización. Y el candidato presidencial
por un día o dos, el presidenciable más random de la restauración democrática,
recibirá todas las credenciales del tecnócrata que abandonó sus viajes ideales
para remar hacia el pragmatismo, el viejo hombre de Estado —aunque nunca lo fue
estrictamente— que se sacrifica para salvarnos de algo y echarnos en brazos de
la derecha de toda la vida. Y lo tendremos que aguantar sin reírnos.
Porque la cosa es
muy seria, y porque hay una añoranza entre cierto sector de la opinión pública
por esos políticos profesionales italianos que se pretenden incoloros, y a eso
—otra vez al “Gobierno de salvación”— jugará el viejo profesional del PCE, y
eso le concederá Pedro Sánchez, que tendrá que contener su respuesta porque en
este país no está permitido decirle a los viejos políticos que su tiempo ha
caducado, como pasó la época del discman y el de betamax.
Así que Tamames
tendrá su momento, después de tantos años. Y volverá a sonar la melodía de la
transición pacífica, del consenso y del aparcar las diferencias. Y volverá a
aparecer como un sacrificio colectivo lo que, en este caso pero en muchos otros
también, fue fruto del cálculo de una carrera personal. Y volverá a parecer que
España se rompe pero que siempre hay un camino a la derecha que endereza las
costumbres y los valores. Y se producirá un pacto extraño entre uno de los
protagonistas de la revuelta universitaria de 1956 y los herederos de la
victoria franquista.
Mientras Tamames, la
vieja estrella emergente del comunismo, desarrolle su bronca de señor de 89
años que no entiende el mundo que él dejó en tan buen estado, en la bancada de
Vox aplaudirá Iván Espinosa de los Monteros, de los Espinosa de los Monteros
que ganaron la guerra. Unidos en una encendida defensa de las políticas de
recortes de derechos a personas migrantes, unidos en el miedo “al invierno
demográfico” de los hombres blancos que tuvieron algún poder.
Pero es que,
después de todo, Tamames no tendrá ninguna importancia. No será otra cosa que
lo que los cinéfilos llaman un Mcguffin, un señuelo puesto en el atril del
Congreso para provocar un sentimiento de nostalgia. Por el mundo que nos
prometieron que fue, que nos recuerdan como si de verdad hubiera existido: en el
que no había conflictos de clase ni se tenía que pelear con la patronal
cualquier subida de salarios, ni Interior necesitaba infiltrar a nadie y los
violadores no salían de la cárcel. Durante un par de jornadas, si no se lo
piensa mejor, ese señor llegado del pasado dará el penoso espectáculo que
suelen dar quienes se empeñan en recordar un mundo que no fue. Y los demás
tendremos que poner cara de serios.
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